"(...) Detrás de cada asesino era posible encontrar un asesino mayor.
Detrás de Queipo de Llano es posible toparse con un individuo carente de
moral: el capitán de Infantería Manuel Díaz Criado, militar africanista
para quien la guerra supuso la oportunidad de disfrutar de un uso
ilimitado del poder, y de aprovechar todos los beneficios, sociales,
económicos, sexuales, que su nueva situación le permitía.
La historia sigue de este modo. El 25 de julio de 1936, una vez
aplastada la resistencia en los barrios sevillanos, Queipo de Llano
elige a Díaz Criado como delegado en el Cuerpo de Investigación y
Vigilancia, un cargo de carácter represivo cuya denominación sería
Delegado Militar Gubernativo para Andalucía y Extremadura.
En el
historial de Díaz Criado figuraban los años de servicio bajo el mando de
Millán Astray en la década de 1920. También figuraba un intento de
asesinato contra Manuel Azaña. El actor Edmundo Barbero, que se
encontraba en 1936 rodando en Córdoba la película El genio alegre, lo describió con pocas palabras: “borracho” y “cruel”.
Como encargado de la represión, Queipo entregó a Díaz Criado poderes
absolutos. Su mano derecha sería el encargado de la supervisión de las
torturas y los interrogatorios de los prisioneros.
De acuerdo con el
libro de Paul Preston, “quienes tuvieron ocasión de observarlo de cerca,
compartían la opinión de que era un canalla y un degenerado que se
servía de su posición para saciar su sed de sangre, enriquecerse y
satisfacer su apetito sexual”.
Para este capitán de Infantería, el sexo
con las mujeres de los detenidos formaba parte del botín de guerra, y a
menudo era una condición indispensable si éstas querían salvar las vidas
de los prisioneros.
En Un año con Queipo. Memorias de un nacionalista, Antonio
Bahamonde ofrece una descripción bastante gráfica de la atmósfera, a
medias macabra y a medias obscena, que se respiraba en las dependencias
del lugarteniente del virrey:
“Díaz Criado no iba al despacho hasta las cuatro de la tarde, y esto
raras veces. Su hora habitual eran las seis. En una hora, y a veces en
menos tiempo, despachaba los expedientes; firmaba las sentencias de
muerte –unas sesenta diarias– sin tomar declaración a los detenidos la
mayoría de las veces. Para acallar su conciencia, o por lo que fuere,
estaba siempre borracho. Era el cliente habitual de los establecimientos
nocturnos.
En Las Siete Puertas y en la Sacristía, se le veía rodeado
de amigos aduladores, cantaores y bailaoras y mujeres tristes, en trance
de parecer alegres. No admitía visitas; sólo las mujeres jóvenes eran
recibidas en su despacho. Sé de casos de mujeres que salvaron a sus
deudos sometiéndose a sus exigencias”.
La frivolidad con que operaba Díaz Criado (quien, a veces, después de
pasar la noche bebiendo, se llevaba a sus amigos de fiesta y a las
prostitutas que les acompañaban a presenciar los fusilamientos de
primera hora del día) terminó inevitablemente por causar problemas.
Aun
así, Queipo toleró los excesos de Díaz Criado y no admitía ninguna queja
contra él, hasta que, a mediados de noviembre de 1936, el propio
Franco se vio en la obligación de insistir en que debían destituirlo. La
decisión provocó un nuevo encontronazo (otro más) entre el caudillo y
el virrey.
Podría pensarse que la destitución de Díaz Criado pudo otorgar un respiro a los detenidos. Pero una vez más, no ocurrió así.
“Una vez relegado del cargo, su sustitución por el comandante de la
Guardia Civil Santiago Garrigós Bernabeu no aportó demasiado alivio a la
aterrorizada población. En realidad, resultó fatal para quienes habían
salvado la vida gracias a la sumisión sexual por parte de esposas,
hermanas o hijas ante los caprichos eróticos de Manuel Díaz Criado.
Los
casos volvieron a revisarse, ‘y como era inmoral el procedimiento
seguido, se fusiló a quienes antes se habían liberado’”. (...)" (Miguel de Lucas, CTXT, 22/12/17)
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