"A mi abuelo le pusieron ese apodo porque decían que con 14 años hacía el trabajo de un hombre”, dice Susana Cabañero.
“Desde que tengo memoria le recuerdo con ese papel en la cartera. Hasta
que empiezas a tener uso de razón y comprendes que no es normal y
empiezas a preguntar.
Yo nací en el 74 y alucinaba cuando me contaba
estas cosas porque a mí no me lo enseñaron en el colegio”. Para contar
esta historia, un día Susana decidió grabarle en vídeo junto a su abuela
Cecilia, que no era muy partidaria:
— ¡Francisco, no hables! Como hables de eso me pones mala.
-— Susana tiene que enterarse.
— Hemos dicho antes que está prohibido hablar de la guerra.
— ¡No me da la gana! Eso era cuando Franco, pero ese se murió ya. Estas cosas la juventud no las sabe.
A los vídeos — más de tres horas de grabación—
le siguió un proyecto fotográfico que ha terminado en un fotolibro con
la historia de su abuelo: el hombre que decidió marcharse a Madrid con
su mujer en 1963 para darle un futuro a sus tres hijos. Aterrizaron en
el Puente de Vallecas, donde también acudieron cientos de emigrantes
extremeños.
De día, guardia de seguridad en una gasolinera de Campsa; de
noche, con su familia en casa de unos primos compartiendo naranjas.
Hasta que se compraron una casa. A la que acudía su nieta, que ahora
tiene 43 años, para conversar: “Estábamos muy unidos”.
Aquí le contó algunos de sus pasajes de la
guerra. Que los golpistas entraron a Almendral y a varios pueblos de la
zona. Que cientos de vecinos huyeron rápidamente a la sierra de
Monsalud. Que entre agosto y diciembre de 1936, de madrugada, bajó de la
montaña para buscar algo de comida. Que le capturaron y le dijeron: “Al
frente o al paredón”.
Y se marchó con los golpistas. Que, con 17 años y
sin ninguna afinidad política más allá de la agricultura, combatió en
Pamplona, Burgos y Teruel. Que pasó mucho frio. “Nunca le pregunté si
llegó a matar a gente. No me sentía preparada”. Que una vez un capitán
les dijo: “Los de aquí para acá que se vengan conmigo”.
Y a él no lo
escogieron. Que, cuando sus compañeros regresaron, observó sus rostros
destrozados porque habían tenido que fusilar a 12, 13 o 14. Que, tras
apretar el gatillo, los generales miraban los cerrojos de los soldados
para cerciorarse. Y que si algunos no lo habían hecho, les disparaban.
Otro día El Hombrecino volvió a sacar de su bolsillo la lista y le contó a su nieta la historia de Rufino el Zapatero:
“Lo llevaban a fusilar y el hijo, uno o dos años más joven que yo, iba
detrás, llorando. Lo mataron antes de llegar al cementerio. Allí, donde
unos olivos”. Otra tarde le dijo que cuando la guerra terminó, regresó a
su pueblo y durante un baile conoció a Cecilia González, su esposa, que
murió en 2011.
Un año después, cuando El Hombrecino tenía 93, la que habló fue su nieta: “Abuelo, ¿y si volvemos al pueblo?”. Su hija — la madre de Susana—,
no era muy partidaria por los achaques que padecía y porque ya vivía en
una residencia, pero se montaron en el coche y allí que se fueron
Francisco, su hija, su nieta y el novio de esta para continuar con el
proyecto fotográfico.
El viaje duró tres días. Hacía más de 20 años que
Francisco no pisaba las calles de Almendral. “Mi abuelo rejuveneció 10
de golpe. Fue maravilloso. Fuimos a reencontrarnos con las personas de
la lista”. Allí, como atestiguan sus fotos, se emocionaba continuamente.
“Le abrazamos y le recibimos con mucha alegría”, cuenta por teléfono
Francisco Cebrián, testigo del encuentro y alcalde del pueblo por el
PSOE desde 1991 a 1999.
“Cuando mi padre lo vio, le regaló su boina-hoy
la conserva su nieta-. Le llevé donde estaban las fosas, al cementerio,
le enseñé imágenes de algunos de los nombres que aparecían en su lista y
le conté lo que hicimos en 1991”.
Aquel año Francisco Cebrián tenía 23—hoy 61—
y ordenó exhumar los cuerpos de sus vecinos. “Pedimos permiso a los
dueños de las fincas y sacamos los restos”. No se identificaron los
huesos. “Había tres féretros repletos”. Se les hizo una misa y al
funeral acudió todo el pueblo.
— ¿Conocía la lista de El Hombrecino?
— Había muchas listas. Yo conservo una. Se repartían a escondidas.
— ¿Quién la hizo?
— Se dice que fue un comisario de guerra, pero no se sabe con certeza.
Al volver a Madrid El Hombrecino regresó a la residencia donde pasó sus últimos días con demencia. Una tarde, como tantas otras, su nieta—que necesita financiación para terminar el fotolibro—
se acercó a verle y le preguntó por su lista. “¿Qué lista?”, respondió.
No se acordaba. Susana pensó que estaría donde siempre: escondida y
doblada en el monedero de su bolsillo. Y allí no había nada.
Desapareció." (Manuel Viejo, El País, 16/12/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario