"Eran gente corriente como tú o como yo,
simples trabajadores que cada día cogían los cepillos para limpiar las
calles de Madrid. Su único delito fue tener conciencia política, estar
sindicados y haberse puesto del lado de la legalidad republicana frente
al golpe de Estado franquista". Así resume Óscar Rodríguez la triste
historia de los barrenderos municipales madrileños represaliados por
Franco.
Este voluntario de la Asociación
para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha sido el encargado
de dirigir una investigación, centrada en ese colectivo olvidado, que
se ha prolongado durante algo más de un año. Una investigación singular
para la que ha contado también con un equipo muy especial: 12
voluntarios, hombres y mujeres que actualmente trabajan como barrenderos
en la capital de España. (...)
La fuente inicial de la investigación fue el periódico El Obrero Municipal,
órgano de comunicación de la agrupación de trabajadores municipales de
la UGT que aglutinaba, básicamente, al personal de limpieza pública y
jardines.
"Se publicó desde 1921 hasta enero
del 39 –apunta Óscar Rodríguez–. De ahí sacamos cientos de nombres de
barrenderos que luego cruzamos con los sumarios franquistas que se
guardan en el Archivo Histórico de la Defensa". El resultado fue
estremecedor.
Al menos 413 barrenderos madrileños fueron depurados por
el franquismo. De ellos 11 fueron fusilados, 45 pasaron largas
temporadas en prisiones, campos de concentración o realizando trabajos
forzados, 11 acabaron en paradero desconocido; el resto fueron
despedidos y/o sufrieron otro tipo de represalias laborales y
administrativas.
No hubo clemencia
Detrás de cada barrendero los investigadores han descubierto una historia desoladora. "Vas profundizando, te metes en la piel de la víctima… te conmueves y también te acojonas –confiesa Óscar–. Quizás el caso que más me impactó fue el de Victoriano Sánchez Medina. Este hombre tenía que ser muy querido porque sus vecinos se atrevieron a firmar una carta en la que defendían su inocencia. Más si se tiene en cuenta el momento en que lo hicieron.
Era mayo de 1940, en un Madrid sumido en el
terror impuesto por los fascistas. Y aún así firmaron. En esa carta
manuscrita puede leerse: "Los abajo firmantes vecinos de la barriada de
Bilbao, término de Vicálvaro, certifican y juran por su fe católica… que
es persona de muy buenos antecedentes… y que ni antes ni después del
movimiento molestó a nadie personalmente ni políticamente". 12 rúbricas
rematan la misiva que, sin embargo, no sirvió para nada. Cinco meses
después de ser entregada a las autoridades militares, Victoriano fue
fusilado.
Leyendo los sumarios y las
sentencias de muerte de Victoriano y de los otros diez barrenderos
fusilados se entiende perfectamente cómo funcionó la "justicia"
franquista. Los testimonios directos exculpatorios eran directamente
ignorados. A los acusados ni siquiera se les solía permitir hablar en
los consejos de guerra para defenderse de unos cargos basados en
suposiciones, difusas pruebas sin contrastar y un profundo odio político
hacia quienes habían defendido el régimen democrático republicano.
Con matices, las 11 sentencias de muerte fueron parecidas a la que se
dictó contra Francisco Arellano. En ella se puede leer que será
ejecutado por "un delito de adhesión a la rebelión con las
circunstancias agravantes de perversidad y trascendencia de los hechos…"
Barriendo el olvido
Las conclusiones de esta investigación le fueron presentadas, en primer lugar, a los descendientes de las víctimas. Aunque la ARMH no ha logrado localizar a familiares de todos los barrenderos depurados, sí ha encontrado a los hijos y nietos de algunos de ellos. "A todos le hemos entregado la información sobre sus seres queridos –señala Óscar Rodríguez–.
La familia del barrendero Joaquín Féniz, por ejemplo, sí
sabía que había sido fusilado. Sin embargo, nos hemos encontrado con
otros casos que pensaban que su abuelo o su tío había muerto en el
frente de batalla. Hasta ese punto ha llegado el olvido al que fueron
condenados estos hombres". (...)
Esta parte final de su trabajo es la que más marcó a Rafael Sánchez
Toribio: "Ver a los familiares de mis compañeros asesinados fue también
muy duro porque comprobé lo mal que lo pasaron las viudas y los
huérfanos". Rafael recuerda especialmente el caso de Clara y Aurora,
esposa e hija de Joaquín Féniz: "Las dos fueron muy luchadoras.
Clara
fue encarcelada en la prisión de mujeres de Ventas y por negarse a
gritar ¡Arriba España! la castigaron enviándola al penal de Deusto. Su
hija Aurora, cuando fue mayor, saltaba por la noche la tapia del
cementerio civil. Como no sabía dónde estaba enterrado su padre,
depositaba unas flores en las tumbas de Pablo Iglesias y del teniente
Castillo." (...)" (Carlos Hernández, eldiario.es, 16/11/17)
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