"Celso Fernández García era alcalde de
Langreo, de Izquierda Republicana, y tenía un comercio. Dicen los que le
conocieron que era un "negociador nato", cualidad que combinaba con un
carácter conciliador. Fue apresado el 22 de octubre de 1937. Fusilado el
6 de enero de 1938. Estaba acusado de haber detenido durante unas horas
a dos religiosos que incumplieron la Constitución Republicana.
No se
despidió de su familia, sólo pudo informar a un vecino: "Avisa en casa
que me llevan detenido y me van a fusilar". Nadie lo volvió a ver. Esta
es una de las 6.200 historias de la represión en Langreo durante la
posguerra, memoria perdida que está recopilando el historiador Manuel
Fernández Trillo. Estima que aún le quedan, al menos, otras tantas
biografías por recoger. (...)
Y ya ha documentado a 6.200 personas que
sufrieron la represión. No sólo fusilados o encarcelados, también las
multas, las incautaciones: niños que tenían que pagar cinco pesetas por
recoger castañas en caminos públicos o amonestaciones de 200 pesetas,
cuando los sueldos rondaban (en el mejor de los casos) las 300 pesetas.
También los que sufrieron aislamiento, a los que se les negó el derecho a
trabajar y a la beneficencia.
La represión social fue
especialmente dura con las mujeres. "Yo viví gracias a mis vecinas", le
dijo a Fernández Trillo una de las entrevistadas en la zona rural. Y
así, cientos de langreanas. Las mujeres suponen, por el momento, el
catorce por ciento de las biografías recopiladas. "En el Alto Nalón, la
represión entre las mujeres fue aún más brutal", afirma el historiador.
En Aller llamaba la atención el alto índice de asesinatos: de 4.500
personas que votaron al Frente Popular, 800 fueron asesinadas. En
Langreo, añade el historiador, "había un claro objetivo de terminar con
los obreros".
Que nadie se movilizara, que los "agitadores"
estuvieran aislados. "El ochenta por ciento de los casos que encontramos
eran personas dedicadas al trabajo manual, mineros, albañiles o del
sector de la metalurgia", señala Fernández Trillo.
Quisieron terminar
con "los faberos", aquellos trabajadores que tenían una huerta o varias
cabezas de ganado. "Si tenías algo más que tu trabajo, podías sobrevivir
a una huelga", matiza el historiador. Se popularizó entonces la
contratación de personas que llegaban desde Galicia y Extremadura, los
que no tenían nada salvo el tajo.
Los maestros también estaban en
el punto de mira. Dice Fernández Trillo que la represión fue "brutal"
con ellos, incluso con los docentes que apenas ejercieron: "Unos meses
antes de la sublevación militar hubo unas oposiciones. Los que aprobaron
nunca consiguieron una plaza, pero aparecen 'marcados' en los
documentos", explica. También los sanitarios y los comerciantes, como
Celso Fernández García. (...)" (carmen m. basteiro
, La Nueva España,
17.07.2017)
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