"Los historiadores se han ocupado mucho y con atención de la represión
franquista, pero las obras publicadas sobre el particular suelen versar
bien sobre la represión caliente y brutal de la posguerra, bien sobre la
desesperada de los últimos años del régimen. Apenas existen libros
sobre cierto período de transición entre ambas fases que comprendería la
segunda mitad de la década de los cincuenta y los primeros años
sesenta.
A colmatar esa laguna ha decidido acudir el historiador
asturiano Francisco Erice, a quien Ediciones Trea acaba de publicarle un
libro que, titulado Militancia clandestina y represión: la dictadura franquista contra la subversión comunista (1956-1963). (...)
-El PCE es el partido único del antifranquismo en ese momento.
-Sí. Los comunistas son un enemigo débil a pesar de sus
proclamas de que el régimen está al borde de la disolución o de la
derrota, pero son el único, y el régimen lo percibe como tal. Además, la
represión anticomunista también actúa como un factor de legitimación
del régimen, que presenta el anticomunismo, y el haber sido el primero
en entender el significado de la lucha internacional contra el
comunismo, como su razón de ser en el contexto de la guerra fría.
Cuando, a finales de 1959, Eisenhower viene a España y es recibido en
medio de grandes aclamaciones populares en Madrid, lo que le dice Franco
es: «Nosotros empezamos la lucha contra el comunismo que ahora vosotros
encabezáis tan eficazmente». Además, el comunismo se presenta como un
enemigo externo; como un enemigo que no es español ni tiene nada que ver
con la realidad española sino que responde a consignas internacionales.
-¿Qué zonas sufrieron más virulentamente la represión franquista en este período?
-Es difícil hacer un ránking, pero yo diría que hay cuatro
núcleos fundamentales: Madrid, Barcelona, algunas zonas de Andalucía y
las cuencas mineras asturianas.
-¿Qué particularidades tuvo, si es que tuvo alguna, la represión asturiana?
-La represión asturiana es una represión muy ligada al
centro de la militancia antifranquista en este período, que son las
cuencas mineras. Este período es el de acontecimientos tan importantes
como las huelgas de 1957 y 1958, la caída de la dirección del partido en
1960 y por supuesto la represión en torno a las huelgas de 1962 y 1963,
con episodios muy conocidos de torturas y malos tratos. ¿Fue más
intensa la represión asturiana que la de otros sitios? Depende…
Quizás
en algunas coyunturas concretas, como las huelgas, se puede notar una
especial intensidad, pero lo mismo se podría decir de Andalucía, donde
las redadas masivas de militantes, sobre todo en zomas campesinas, eran
frecuentes; o de Cataluña, donde la represión fue también muy intensa y
continuada, igual que en Madrid.
Lo que sí es una característica
particular o significativa de Asturias es la represión de los niños de
la guerra que llegan a España para contribuir a la reorganización del
partido después de sucesivas caídas.
-¿Qué casos concretos de represión le impresionaron especialmente?
-Yo he manejado mucha documentación interna del Archivo del
Partido Comunista de España, y me he encontrado con experiencias
personales bastante terribles y con grandes episodios de heroísmo, pero
lo que a mí más me conmueve es la experiencia de militantes desconocidos
que reconocían no haber sabido estar a la altura de las circunstancias
en un momento determinado; gente que no resistió las torturas pero no
fueron traidores, como alguna vez llegó a caracterizárseles, sino
simplemente débiles en una situación en la que era muy difícil resistir
ante la violencia policial sistemática, desatada y brutal a que se
sometía a los comunistas.
Yo me he encontrado con cartas de estas
personas pidiendo perdón por esas debilidades pero ofreciéndose de nuevo
al partido, si el partido así lo consideraba, para continuar con la
militancia y la lucha, porque seguían teniendo una convicción férrea y
ahora se veían dispuestos a resistir el desafío.
A mí me impresiona y me
conmueve esa gente y también me conmueve la otra; los casos
emblemáticos de quienes aguantaron el tipo de una manera ciertamente
heroica y particularmente los asturianos: por ejemplo, José María Laso, a
quien se dedica el libro, o Víctor Bayón, otra persona a la que yo
conocí personalmente y que también resistió con una entereza, una fuerza
y un coraje sobrehumanos torturas tremendas.
-La represión que usted disecciona en su libro, ¿era
una represión espontánea e indiscriminada o una ya más burocratizada
que la del primer franquismo?
-Era una represión ya bastante institucionalizada, sí. A
veces se analiza el franquismo como si fuera un todo, y es evidente que
el régimen mantiene algunas de sus esencias hasta el final, pero las
cosas no son iguales en los años cuarenta que en los sesenta. El
régimen, con el tiempo, va modulando sus prácticas represivas en función
de las coyunturas y las necesidades.
De todas maneras, hay que entender
una cosa: la represión nunca es indiscriminada, sino que es
discriminada por naturaleza. Siempre tiene una función, ya sea obtener
información o disuadir, castigar, hostigar o imbuir de miedo a la
población para que no se resista. En el momento concreto del que se
ocupa mi libro, el régimen necesita mostrar una faz más civilizada tanto
de cara al interior (porque empieza a legitimarse ya no sólo sobre la
base de la victoria en la guerra civil, sino sobre la de que ha
conseguido la paz en España y está consiguiendo un desarrollo económico
envidiable) como sobre todo de cara al exterior, porque es el momento en
que se está produciendo la unificación europea y en el que España está
pasando a ser admitida en instituciones internacionales como la ONU y
sus organismos vinculados.
El franquismo necesita proyectar una imagen
respetable, por así decir, con lo cual la represión se sigue
manteniendo, a veces de manera bastante intensa, pero se disfraza, se
camufla tras una apariencia civilizada y razonable.
-¿Es posible hacer una historia neutral, objetiva o rigurosa de hechos y personajes que uno admira?
-Yo creo que se puede hacer una historia rigurosa y crítica y
al mismo tiempo no mantenerse equidistante entre los verdugos y lo que
venimos a llamar las víctimas, aunque a mí no me gusta hablar de
víctimas, porque es un término que sugiere pasividad. No eran víctimas:
eran militantes, combatientes; gente que luchaba y que asumía unos
riesgos por luchar. Yo creo que no se puede ser equidistante.
Sería
deshumanizarse; sería como ser equidistante entre los verdugos de los
campos nazis y los judíos asesinados. Pero sí que se puede ser riguroso y
objetivo. De lo que se trata es de no falsear los datos, de no
magnificar ni necesariamente creer a quienes ofrecen su testimonio desde
la perspectiva de los vencidos, de analizar rigurosamente esos
testimonios y por supuesto de integrarlos dentro de una explicación
histórica de carácter general.
Mientras eso se cumpla, no hay por qué
obstinarse en mantenerse en un término medio y aséptico, algo que por
otra parte no dejaría de ser una especie de apología del régimen; de
presentar un régimen brutal casi en términos de normalidad." (Entrevista a Francisco Erice,
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