"El Canal de los Presos –también denominado del Bajo Guadalquivir-
comenzó a construirse en 1940, aunque la idea de ejecutarlo ya rondaba a
principios del siglo XIX. Los cerca de 160 kilómetros de estructura de
hormigón –además de acueductos, caminos y la red de acequias paralela-
terminaron de construirse en 1962 y, para ello, las autoridades
franquistas recurrieron a la fuerza de trabajo de los presos políticos.
En un principio se trataba de transformar a regadío 56.000 hectáreas de
secano en las provincias de Sevilla y Cádiz, aunque la superficie se
elevó finalmente a 80.000 hectáreas. Del proceso da cuenta el libro “El
canal de los presos (1940-1962). Trabajos forzados: de la represión
política a la explotación económica” (Crítica, 2004), de José Luis
Gutiérrez Molina, Ángel del Río, Gonzalo Acosta y Lola Martínez.
Pero
también documentales, como “Los presos del canal” (2003) y “Presos del
Silencio” (2004); varias obras de teatro, por ejemplo “El canal”, de
Antonio Morillas Rodríguez” y referencias en el guión de alguna
película: “Miel de Naranjas” (2012), de Imanol Uribe. Tras el
silenciamiento de los años de la dictadura, incluso una de las comparsas
del carnaval de Huelva pasó a denominarse “Canal de los Presos”. (...)
Hay quien aventura que las tierras afectadas se revalorizaron en más del
doble por las obras del canal, aunque las implicaciones crematísticas
quedaron sin investigar debido a las presiones de determinadas
instituciones públicas y privadas.
“Resultaron beneficiados señoritos,
marqueses, duques y gente de muchos posibles”, asegura el profesor de
Antropología Social en la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, Ángel
del Río, quien participó en las pesquisas y la posterior exposición que
recorrió miles de kilómetros por pueblos, ciudades, institutos y
asociaciones dentro y fuera de Andalucía.
Una de las primeras evidencias
del trabajo de campo fue que muchos de los mayores recordaban la
historia del canal, pero la memoria se había diluido en sólo dos
generaciones. Hoy se realizan recorridos guiados y el Canal de los
Presos cuenta con el reconocimiento de “Lugar de la Memoria” por parte
de la Junta de Andalucía.
¿Cuál fue el efecto inmediato de esta magna obra de la dictadura?
“Se benefició a los latifundistas y señoritos andaluces de toda la vida;
aquellos que financiaron el golpe del 18 de julio de 1936, se cobraron
la deuda después de la guerra”, afirma Ángel del Río, quien además de
investigar sobre el Canal de los Presos es coautor de “La recuperación
de la memoria histórica. Una perspectiva transversal desde las Ciencias
Sociales” (2007) y “Andaluces en los campos de Mauthausen” (2006).
El
noticiero español (NODO) de la época se hizo eco de las diferentes
visitas de Franco a las obras del canal. Se destacaba la “extraordinaria
rapidez” con la que la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ)
desarrolló la infraestructura, pero se omitía el trabajo de los
prisioneros políticos. Se calcula que participaron un total de
8.000-10.000 trabajadores entre las diferentes fases del proyecto.
“Principalmente a pico y pala, y con una tecnología muy precaria”,
sostiene Ángel del Río. “Muchos eran militantes de izquierda, gente
pobre de las barriadas obreras”. Además, buena parte de los presos a los
que entrevistó el antropólogo señalaron su decepción por el devenir de
la Transición española.
Ángel del Río apunta uno de los
condicionantes estructurales: los 250.000 presos hacinados en las
cárceles franquistas al terminar la guerra de 1936, “prisiones que el
franquismo pretendía ‘descargar’”. “Las cárceles a principios de los
años 40 eran ‘corredores de la muerte’”, añade el investigador.
Muchos
de los presos fueron cumplidamente “fichados” según habilidades y
oficios, de manera que pudieran cubrir las necesidades de mano de obra
de las instituciones públicas y las compañías privadas. A la explotación
laboral la dictadura asociaba la “reeducación” en el
nacionalcatolicismo; de hecho, los trabajadores forzados tenían que
convertirse en “buenos españoles”.
Como apuntaba uno de los
primeros documentales oficiales, de 1939, “de las masas proletarias
hicimos orden y concierto” y “de los despojos humanos, buenos
españoles”. Hasta tal punto que rosarios y crucifijos de las escuelas
podían realizarse dentro de las prisiones. Un empresario minero o un
señorito que cultivara garbanzos, también alquilaba la mano de obra de
los presos políticos.
“Una parte de los beneficios de algunas
constructoras del actual IBEX 35 tuvo su origen en la mano de obra
esclava”, recuerda Ángel del Río. En el caso del Canal del Bajo
Guadalquivir, las jornadas eran de sol a sol, durante seis días a la
semana; al principio los obreros –no sólo andaluces- estaban sometidos
al control de los soldados, pero a partir de 1945 la custodia pasó a
manos de la guardia civil, y el trato resultó mucho más severo.
A
las obras del Canal de los Presos se vincularon campamentos o campos de
trabajo como los de La Corchuela, El Arenoso o Los Merinales, donde se
alojaban los trabajadores. En el tajo, avanzando en la construcción de
la gran infraestructura, se podía distinguir a carpinteros, herreros,
obreros de pico y pala, arrieros, chóferes de camión, médicos,
ingenieros, tipógrafos…
“Trabajamos como locos en el canal, cada uno en
su oficio, y aquí sólo han obtenido beneficios los terratenientes”,
apunta uno de los obreros entrevistados. De las bases de datos de los
investigadores se desprende que muchos de los trabajadores presos
cumplían condenas de 30 años, por delitos de rebelión. Otros fueron
condenados a 10 y 12 años de prisión, y el trabajo en las grandes obras
públicas era una forma de redimir las penas.
Los testimonios recabados
apuntan que la jornada laboral podía extenderse desde las cinco de la
madrugada hasta altas horas de la noche. Y que el día más esperado era
el domingo, ya que entonces se permitía la comunicación con los
familiares: con una valla de por medio y aglomeraciones a ambos lados.
El 24 de septiembre, día de la Merced y festividad de los presos, se
permitía la visita de los niños. Además, sobre todo durante los primeros
años de la construcción del canal, la alimentación fue muy deficiente.
Algunas entrevistas realizadas por los investigadores dan cuenta de la
miseria de la época. Se dice que en los años 40, cuando llegaban los
camiones con el rancho para los obreros, se acercaban niños de las
barriadas pobres de Sevilla. En una muestra de solidaridad de clase, las
vituallas se compartían.
La vida cotidiana estaba salpicada por
los elementos típicos de un sistema de “regeneración”: el saludo
fascista, el canto del cara al sol, la misa dominical y las arengas
religiosas, entre otros rituales. Tampoco escaseaba la corrupción, y no
sólo por el estraperlo. Un alto mando militar podía construirse una casa
con mano de obra forzada; o los trabajadores podían dedicarse a
producir tejas con las que erigir el cortijo de un señorito.
También
“hubo alguna fuga exitosa del trabajo en el Canal, pero al que cogían lo
fusilaban; y procurando que se tratara de una medida ejemplarizante”,
subraya Ángel del Río. De las múltiples entrevistas que realizó para la
investigación en calidad de antropólogo, del Río extrae una conclusión
general: el papel imprescindible de las mujeres como transmisoras de la
memoria.
Hubo alguna que, después de perder a su padre y hermano
asesinados en la guerra, se desvivió por conseguir el aval de una
persona de orden para salvar a su marido, al que visitaba en el campo de
concentración de La Corchuela.
Otras mujeres se implicaron a
fondo en las investigaciones sobre el Canal de los Presos. Como la
cordobesa Francisca Adame, quien aprendió a leer con 65 años en una
escuela para adultos y tuvo a varios familiares trabajando en la gran
infraestructura. Años después escribió poemas. Sobre la guerra civil:
“Las heridas de la guerra/son difíciles de curar; sólo hay una
medicina:/el amor y la igualdad”.
En unos versos titulados “Raíces”,
afirmaba: “Mi gente de pico y pala/que vivieron el pasao,/los que
labraban la tierra/con la mula y el arao”. En un artículo publicado en
Cuadernos para el Diálogo (“Soñaron con la libertad y los convirtieron
en esclavos”), el miembro del equipo de investigación “El Canal de los
Presos”, José Luis Gutiérrez, apuntaba en pocas palabras las
responsabilidades de tanto sufrimiento: “Las clases dominantes agrarias
utilizaron la represión no sólo para doblegar a los campesinos y sus
organizaciones, sino también para, mediante su esclavitud, realizar las
obras de infraestructura hidráulica cuya parte proporcional del costo
siempre se habían mostrado remisas a desembolsar; continuaban siendo los
amos”.
El director del Aula d’Història i Memòria Democràtica de la Universitat
de València, Marc Baldó, destaca que la represión franquista es “un pozo
sin fondo”. Apunta que en los años 60 del siglo pasado la dictadura
continuó empleando mando de obra esclava, por ejemplo para la
construcción de carreteras.
El catedrático de Història Contemporània de
la Universitat de València insiste en los factores ideológicos,
sintetizados por José Ángel Delgado-Iribarren en el libro “Jesuitas en
Campaña” (Studium, 1956): “En los campos se les sometía a un régimen de
vigilancia y reeducación, con la esperanza de reincorporarles un día a
la vida social. La siembra, a gran escala, de ideas disolventes en sus
almas rudas había producido verdaderos estragos.
Después de sacarles la
ficha clasificatoria se les encuadraba en los Batallones de
Trabajadores, donde se prolongaba esta labor, que podríamos llamar de
desinfección, en el orden político y religioso”. La cita figura en la
investigación “El treball esclau durant el franquisme. La Vall d’Albaida
(1938-1947)”, del historiador Josep Màrius Climent i Prats." (Enric Llopis , Rebelión, 29/05/17)
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