"Anochece y el cuerpo de un hombre yace
sobre un charco de sangre en mitad de la carretera que une las aldeas
lebaniegas de Bárago y La Vega. Una pareja de guardias civiles acaba de
matar a Juanín a la altura de la curva del molino.
Bedoya ha escapado pero a partir de entonces dedicará todo su esfuerzo a
intentar huir a Francia, aunque siete meses después también será
abatido camino de la frontera. Miércoles 24 de abril de 1957, Juanín ha
muerto y la resistencia guerrillera al franquismo ha terminado.
Poco antes, Juanín y Bedoya –el franquismo ha puesto a sus cabezas un precio de 500.000 pesetas
[el Seat 600 fue puesto a la venta en España aquel mismo año por
65.000] y su captura o eliminación física es un objetivo prioritario del
Ministerio de la Gobernación y de la Dirección General de la Guardia
Civil– bajan del monte por la senda que más adelante atraviesa la
carretera y llega hasta el río.
El lebaniego –39 años– va delante y el
de Serdio –27– sigue sus pasos a unos metros de distancia. Cuando creen
alejado el peligro porque hace rato que han visto pasar a los dos
guardias, Juanín se dispone a cruzar la carretera pero en mitad de la
misma descubre que la pareja espera al otro lado. Entonces, el
lebaniego, sin abrir fuego, cambia el rumbo y empieza a correr en zigzag
carretera abajo, pero no tarda en desplomarse herido de muerte.
A la mañana siguiente, el cuerpo de
Juanín es trasladado al cementerio de Potes mientras un vehículo de la
Guardia Civil conduce a su madre Paula –70 años– y a su hermana Avelina
–32– desde Santander hasta la capital lebaniega para identificar el
cadáver.
El último guerrillero antifranquista es enterrado en la zona
civil del cementerio y la Guardia Civil concluye que la pareja lo
disparó “en defensa propia” y “en cumplimiento de su alta misión”.
Cuando cae abatido, Juanín lleva encima
sus prismáticos, su pipa, una libreta, material de primeros auxilios y
de aseo personal, cuatro requisitorias judiciales en
las que se le acusa de diversos delitos y cuatro fotografías: tres suyas
–una solo y dos acompañado– y otra de su hermana y enlace Avelina.
También lleva encima sus armas –un subfusil Sten y una pistola Astra
400–, que serán trasladadas al Museo del Ejército, donde siguen
expuestas sesenta años después.
Está dicho prácticamente todo, hay poco
que añadir. Se trató de una operación cantada: las autoridades venían
fraguando la caída de Juanín desde hacía una temporada y sucedió aquel
día pero estaba todo muy preparado, no quedó nada al azar. Se trató de
una operación bien preparada y bien organizada.
J.L.– ¿Una operación cantada?
I.C.– Mejor dejarlo ahí.
J.L.– ¿Quién era Juanín?
I.C.– Juanín fue uno de los del monte, y los del monte son víctimas pero
también lo son los fusilados, los que trabajaron como esclavos en los
campos de concentración, los que tuvieron que exiliarse…
En Cantabria
hubo 50.000 presos, víctimas de aquel golpe de Estado. Son colectivos
diferentes pero todos pertenecen al gran volumen de las víctimas del
franquismo. Los victimarios lo tenían todo muy controlado, pero no
exactamente todo, porque había cosas que se les escapaban. Los del monte
son esos que se les escaparon… de momento.
Los del exilio se les
escaparon, pero los del monte sabían que tarde o temprano caerían y sus
victimarios también lo sabían, por lo que su muerte era un aplazamiento.
“Me quedo a que me maten a palizas o subo al monte una temporada y a
ver si me escapo a Francia”, no tenían más elección. Pero escapar a
Francia no era fácil, era muy difícil. Marchar a Francia no era ni fácil
ni barato.
J.L.– Entonces esa imagen épica de los del monte, esa…
I.C.– Eran personas normales, muchachos,
gente joven con buenos sentimientos, conscientes de que la desgracia
que le había venido a España les había venido a ellos como a los demás. A
unos de una manera y a otros de otra.
J.L.– ¿La muerte de Juanín quedó atrás o sigue ahí?
I.C.– Parece que quedó muy atrás, que es
algo muy antiguo. Hay gente que dice que para qué remover viejas
heridas, que por qué hablar de eso y no de los romanos o de los godos,
que es mejor olvidar, pero sesenta años después estos son temas no
resueltos. Y no hay que dar carpetazo, porque yo no soy nadie para dar
carpetazo… y Rajoy tampoco lo es.
Nadie es nadie para dar carpetazo. Los
vencidos darán carpetazo cuando lo crean oportuno, pero no lo harán
hasta que se cumplan cuatro condiciones. La primera, que se ha
restablecido la verdad de los hechos –hasta ahora ha habido una ficción
tergiversadora, un invento de los vencedores, de los golpistas– y que
esa verdad la han reconocido todos. La segunda, que se ha hecho
justicia, la justicia posible…
J.L.– Porque la imposible…
I.C.– La imposible es que los asesinos
hubieran sido juzgados como los nazis en Nuremberg, pero efectivamente
eso es imposible. La tercera condición, que las víctimas sean
reconocidas y que su honor sea reparado.
Y la cuarta se dará cuando
España, el país con más fosas y desaparecidos después de Camboya, se
tome en serio este tema y decida hacer una política educativa y cultural
no de silencio, disimulo e hipocresía sino de verdad, justicia y
reparación para que no se repita, es decir garantías de no repetición.
A
esas cuatro cosas nos ha obligado la ONU. Hace sesenta años murió un
hombre muy conocido pero como él murieron ciento y pico mil o un millón.
No se trata sólo de un hombre sino de algo individual y colectivo. Es
necesario identificar a las víctimas de la violencia. Hay que preguntar
si la sociedad española ha reconocido su victimación a los gays, a los
gitanos… o a los del monte.
J.L.– ¿Y cómo hacerlo?
I.C.– Hay que recuperar los restos de
las personas que están en los montes, porque en el monte también hay
desaparecidos. Hay que elaborar mapas de fosas, identificar a los
desaparecidos, exhumar sus restos, señalizar los lugares donde murieron y
elaborar itinerarios y senderos de memoria para que se les rinda
homenaje.
Eso es lo que muchas veces necesitan las familias de las
víctimas. Y también hay que buscar la manera de entrar de una vez en los
archivos y conocer, salvar, proteger y difundir los documentos, que es
algo que siguen poniendo difícil. Hay que llevar a cabo una política que
facilite el acceso a la documentación –a los archivos tanto públicos
como particulares– y estudiar, clasificar y difundir los documentos de
la memoria histórica. Ya es la hora de eso.
J.L.– ¿Y cómo hacer eso concretamente en Cantabria?
I.C.– Los poderes públicos deben apoyar
el movimiento asociativo de memoria histórica de Cantabria. Se está
redactando una ley de memoria histórica que la Consejería de Cultura se
comprometió [en abril de 2016] a presentar en el ecuador de la
legislatura, y hay que recordárselo [el
consejero de Cultura, Ramón Ruiz, aseguró en enero de 2017 que el
borrador de la ley ya estaba listo y que próximamente sería presentado a
los colectivos de memoria histórica para que pudieran hacer sus
aportaciones al texto].
Yo lo haría como se ha hecho en la ley de
memoria histórica de Andalucía, donde un grupo de trabajo independiente
se ha dedicado a la recuperación de testimonios de violencia y
vulneración de los derechos humanos por parte del franquismo.
Que un
grupo integrado por profesionales de distintos ámbitos –abogados, jueces
retirados, educadores, investigadores, documentalistas, expertos en
violencia contra la mujer y en violencia contra la infancia…– supere el
relato preconstitucional y elabore de una vez un relato basado en
principios democráticos después de catalizar un debate público amplio en
el que participe todo el que tenga que participar para que se sepa qué
pasó realmente en Cantabria.
Un debate bajo el prisma de la
reconciliación, pero para llegar a esa reconciliación son necesarias
esas cuatro condiciones: verdad, justicia, reparación y garantías de no
repetición.
J.L.– No será fácil.
I.C.– Hay gente que dice que por ejemplo
cambiar el nombre de algunas calles es una incomodidad y un engorro,
pero es que nadie nos ha explicado nunca por ejemplo quién fue el
general Dávila y qué hizo. Por eso es necesaria una labor pedagógica,
hay que hacer pedagogía y explicación.
Por otro lado, el Gobierno de
Cantabria del PP [2011/15] no dio un paso en materia de memoria
histórica y el Gobierno de Rajoy ha dejado a cero la partida y además
presume de ello.
J.L.– Empezamos hablando de Juanín y hemos acabado hablando de…
I.C.– Esto es lo que me suscita a mí el
24 de abril de 1957 sesenta años después de aquella fecha. Juanín merece
una lápida donde le mataron, en la curva del molino. Cada uno de los
del monte merecen una lápida.
Juanín es una víctima de un golpe militar,
cayó preso y enfermo por ese golpe militar y tuvo que echarse al monte
porque lo machacaban, pero fue una víctima más del franquismo y esas
víctimas merecen todo lo que hemos dicho por la dignidad del país,
porque si no, la democracia española siempre tendrá cadáveres en el
armario." (Entrevista a Isidro Cicero, diarioCantabria, 24/04/17)
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