27/4/17

Guerrilleros: “Me quedo a que me maten a palizas o subo al monte una temporada y a ver si me escapo a Francia”, no tenían más elección

"Anochece y el cuerpo de un hombre yace sobre un charco de sangre en mitad de la carretera que une las aldeas lebaniegas de Bárago y La Vega. Una pareja de guardias civiles acaba de matar a Juanín a la altura de la curva del molino

Bedoya ha escapado pero a partir de entonces dedicará todo su esfuerzo a intentar huir a Francia, aunque siete meses después también será abatido camino de la frontera. Miércoles 24 de abril de 1957, Juanín ha muerto y la resistencia guerrillera al franquismo ha terminado.

Poco antes, Juanín y Bedoya –el franquismo ha puesto a sus cabezas un precio de 500.000 pesetas [el Seat 600 fue puesto a la venta en España aquel mismo año por 65.000] y su captura o eliminación física es un objetivo prioritario del Ministerio de la Gobernación y de la Dirección General de la Guardia Civil– bajan del monte por la senda que más adelante atraviesa la carretera y llega hasta el río. 

El lebaniego –39 años– va delante y el de Serdio –27– sigue sus pasos a unos metros de distancia. Cuando creen alejado el peligro porque hace rato que han visto pasar a los dos guardias, Juanín se dispone a cruzar la carretera pero en mitad de la misma descubre que la pareja espera al otro lado. Entonces, el lebaniego, sin abrir fuego, cambia el rumbo y empieza a correr en zigzag carretera abajo, pero no tarda en desplomarse herido de muerte.

A la mañana siguiente, el cuerpo de Juanín es trasladado al cementerio de Potes mientras un vehículo de la Guardia Civil conduce a su madre Paula –70 años– y a su hermana Avelina –32– desde Santander hasta la capital lebaniega para identificar el cadáver.

 El último guerrillero antifranquista es enterrado en la zona civil del cementerio y la Guardia Civil concluye que la pareja lo disparó “en defensa propia” y “en cumplimiento de su alta misión”.

Cuando cae abatido, Juanín lleva encima sus prismáticos, su pipa, una libreta, material de primeros auxilios y de aseo personal, cuatro requisitorias judiciales en las que se le acusa de diversos delitos y cuatro fotografías: tres suyas –una solo y dos acompañado– y otra de su hermana y enlace Avelina. También lleva encima sus armas –un subfusil Sten y una pistola Astra 400–, que serán trasladadas al Museo del Ejército, donde siguen expuestas sesenta años después.

 Está dicho prácticamente todo, hay poco que añadir. Se trató de una operación cantada: las autoridades venían fraguando la caída de Juanín desde hacía una temporada y sucedió aquel día pero estaba todo muy preparado, no quedó nada al azar. Se trató de una operación bien preparada y bien organizada.

J.L.– ¿Una operación cantada?

I.C.– Mejor dejarlo ahí.

J.L.– ¿Quién era Juanín?

 I.C.– Juanín fue uno de los del monte, y los del monte son víctimas pero también lo son los fusilados, los que trabajaron como esclavos en los campos de concentración, los que tuvieron que exiliarse…

 En Cantabria hubo 50.000 presos, víctimas de aquel golpe de Estado. Son colectivos diferentes pero todos pertenecen al gran volumen de las víctimas del franquismo. Los victimarios lo tenían todo muy controlado, pero no exactamente todo, porque había cosas que se les escapaban. Los del monte son esos que se les escaparon… de momento. 

Los del exilio se les escaparon, pero los del monte sabían que tarde o temprano caerían y sus victimarios también lo sabían, por lo que su muerte era un aplazamiento. “Me quedo a que me maten a palizas o subo al monte una temporada y a ver si me escapo a Francia”, no tenían más elección. Pero escapar a Francia no era fácil, era muy difícil. Marchar a Francia no era ni fácil ni barato.

J.L.– Entonces esa imagen épica de los del monte, esa…

I.C.– Eran personas normales, muchachos, gente joven con buenos sentimientos, conscientes de que la desgracia que le había venido a España les había venido a ellos como a los demás. A unos de una manera y a otros de otra.

J.L.– ¿La muerte de Juanín quedó atrás o sigue ahí?

I.C.– Parece que quedó muy atrás, que es algo muy antiguo. Hay gente que dice que para qué remover viejas heridas, que por qué hablar de eso y no de los romanos o de los godos, que es mejor olvidar, pero sesenta años después estos son temas no resueltos. Y no hay que dar carpetazo, porque yo no soy nadie para dar carpetazo… y Rajoy tampoco lo es. 

Nadie es nadie para dar carpetazo. Los vencidos darán carpetazo cuando lo crean oportuno, pero no lo harán hasta que se cumplan cuatro condiciones. La primera, que se ha restablecido la verdad de los hechos –hasta ahora ha habido una ficción tergiversadora, un invento de los vencedores, de los golpistas– y que esa verdad la han reconocido todos. La segunda, que se ha hecho justicia, la justicia posible…

J.L.– Porque la imposible…

I.C.– La imposible es que los asesinos hubieran sido juzgados como los nazis en Nuremberg, pero efectivamente eso es imposible. La tercera condición, que las víctimas sean reconocidas y que su honor sea reparado. 

Y la cuarta se dará cuando España, el país con más fosas y desaparecidos después de Camboya, se tome en serio este tema y decida hacer una política educativa y cultural no de silencio, disimulo e hipocresía sino de verdad, justicia y reparación para que no se repita, es decir garantías de no repetición. 

A esas cuatro cosas nos ha obligado la ONU. Hace sesenta años murió un hombre muy conocido pero como él murieron ciento y pico mil o un millón. No se trata sólo de un hombre sino de algo individual y colectivo. Es necesario identificar a las víctimas de la violencia. Hay que preguntar si la sociedad española ha reconocido su victimación a los gays, a los gitanos… o a los del monte.

J.L.– ¿Y cómo hacerlo?

I.C.– Hay que recuperar los restos de las personas que están en los montes, porque en el monte también hay desaparecidos. Hay que elaborar mapas de fosas, identificar a los desaparecidos, exhumar sus restos, señalizar los lugares donde murieron y elaborar itinerarios y senderos de memoria para que se les rinda homenaje. 

Eso es lo que muchas veces necesitan las familias de las víctimas. Y también hay que buscar la manera de entrar de una vez en los archivos y conocer, salvar, proteger y difundir los documentos, que es algo que siguen poniendo difícil. Hay que llevar a cabo una política que facilite el acceso a la documentación –a los archivos tanto públicos como particulares– y estudiar, clasificar y difundir los documentos de la memoria histórica. Ya es la hora de eso.

J.L.– ¿Y cómo hacer eso concretamente en Cantabria?

I.C.– Los poderes públicos deben apoyar el movimiento asociativo de memoria histórica de Cantabria. Se está redactando una ley de memoria histórica que la Consejería de Cultura se comprometió [en abril de 2016] a presentar en el ecuador de la legislatura, y hay que recordárselo [el consejero de Cultura, Ramón Ruiz, aseguró en enero de 2017 que el borrador de la ley ya estaba listo y que próximamente sería presentado a los colectivos de memoria histórica para que pudieran hacer sus aportaciones al texto]. 

Yo lo haría como se ha hecho en la ley de memoria histórica de Andalucía, donde un grupo de trabajo independiente se ha dedicado a la recuperación de testimonios de violencia y vulneración de los derechos humanos por parte del franquismo. 

Que un grupo integrado por profesionales de distintos ámbitos –abogados, jueces retirados, educadores, investigadores, documentalistas, expertos en violencia contra la mujer y en violencia contra la infancia…– supere el relato preconstitucional y elabore de una vez un relato basado en principios democráticos después de catalizar un debate público amplio en el que participe todo el que tenga que participar para que se sepa qué pasó realmente en Cantabria.

 Un debate bajo el prisma de la reconciliación, pero para llegar a esa reconciliación son necesarias esas cuatro condiciones: verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.

J.L.– No será fácil.

I.C.– Hay gente que dice que por ejemplo cambiar el nombre de algunas calles es una incomodidad y un engorro, pero es que nadie nos ha explicado nunca por ejemplo quién fue el general Dávila y qué hizo. Por eso es necesaria una labor pedagógica, hay que hacer pedagogía y explicación.

 Por otro lado, el Gobierno de Cantabria del PP [2011/15] no dio un paso en materia de memoria histórica y el Gobierno de Rajoy ha dejado a cero la partida y además presume de ello.

J.L.– Empezamos hablando de Juanín y hemos acabado hablando de…

I.C.– Esto es lo que me suscita a mí el 24 de abril de 1957 sesenta años después de aquella fecha. Juanín merece una lápida donde le mataron, en la curva del molino. Cada uno de los del monte merecen una lápida.

 Juanín es una víctima de un golpe militar, cayó preso y enfermo por ese golpe militar y tuvo que echarse al monte porque lo machacaban, pero fue una víctima más del franquismo y esas víctimas merecen todo lo que hemos dicho por la dignidad del país, porque si no, la democracia española siempre tendrá cadáveres en el armario."            (Entrevista a Isidro Cicero, diarioCantabria, 24/04/17)

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