28/9/16

Afuera se escuchaba el bullicio de los falangistas que venían como cada día a ver el “espectáculo” de los fusilamientos masivos

"Los cinco hombres estaban en la pequeña celda del cuartel de La Isleta, solo la brisa del mar entraba violentamente por la ventana de rejas y movía la destrozada cortina, un trozo de bandera del regimiento de artillería. 

Afuera se escuchaba el bullicio de los falanges que venían como cada día a ver el “espectáculo” de los fusilamientos masivos, aquellos muchachos de Telde se abrazaban los unos a los otros, Juan parecía encabezar el inmenso manantial de sentimientos, ayudaba a que aquella tristeza pareciera como un oasis de lucha guerrillera, la que imaginaron en cada huelga contra los criminales terratenientes agrícolas, esos sueños se habían extinguido aquella tarde, cuando el pelotón preparaba sus armas sobre aquella lava apagada del volcán de La Isleta. (...) 

Cuando los sacaron con las manos atadas a la espalda los hicieron caminar por un sendero de picón, los cientos de falangistas y sus familias los recibieron con insultos y silbidos,  (...)

Los muchachos que no superaban los veinticinco años se colocaron en una sola línea, mirando los cañones del máuser desde donde bramaría fuego, ninguno agachó la cabeza, Juan dio varios vivas a la República, Generoso lanzó un grito casi inaudible honrando a la clase trabajadora.

Se hizo el silencio después del estruendo y las balas que atravesaron aquellos cuerpos fuertes, ahora destrozados por las torturas de meses, forjados con el duro trabajo de sol a sol en la haciendas de los caciques que los habían condenado a muerte.

A los pocos segundos de caer al suelo el cura conocido como Don Domingo Cúrvelo, hijo de Mariquita la de la tienda de “aceite y vinagre” de la calle Faro, les dio la extremaunción, mientras les daba el tiro de gracia en la nuca entre los vítores del público asistente, varios niños saltaban de alegría arengados por sus madres vestidas de negro y crucifijos al cuello.

Allí quedaron los cinco entre varios charcos de sangre antes de llevarlos a la fosa común del cementerio de Vegueta, los militares y falangistas se fueron a la cantina de oficiales donde había preparado un tenderete con sancocho con papas y cherne, vino de El Monte y ron aldeano. (...)"                (Viajando entre la tormenta, 26/09/16)

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