"(...) Si bien existía en Oriente Próximo unos pequeños mercadillos de
tráfico de órganos (ante los ojos de los autoridades), las guerras
imperialistas que azotan la región en las últimas décadas han hecho
disparar el índice de pobreza entre sus desesperadas gentes, atrayendo a
las mafias internacionales de órganos humanos, que antes tenían que
secuestrar a sus víctimas para cubrir la demanda.
Ahora, cerca de 100 millones de afectados por dichas guerras hacen
que los traficantes, que recorren la región y, sobre todo, los campos de
refugiados afganos, iraquíes y sirios, reciban tanta oferta de órganos
‘no esenciales’ como riñones. La increíble oferta ha hecho, además,
bajar los precios, animando aún más a la industria criminal.
Según el Departamento de Medicina Forense de la Universidad de
Damasco, entre 2011 y 2014 se habían realizado unas 20.000 operaciones
de extracción de órganos en las zonas fronterizas del país. La
Organización Mundial de la Salud debe actualizar su informe que afirmaba
en 2014 que cada año se trafica con cerca de 7.000 riñones en el mundo.
Los vendedores
Los pobres entre los pobres, que ya pusieron en alquiler su cuerpo en
el turbio mercado del sexo, o vendieron incluso a sus hijas a algún
“marido”, ofrecen lo único que les queda con la falsa ilusión de
sobrevivir durante un poco más, a pesar de sus efímeros beneficios: con
su dinero pueden comprar alimentos, ropa de invierno, o pagar un viaje
lleno de incertidumbre y peligro hacia cualquier sitio que no sea el
infierno de la guerra.
El negocio es muy simple: las partes cierran el trato en menos de una
hora. Luego, y sin realizar ninguna prueba previa, se traslada al
todavía propietario del órgano a un piso ubicado en un edificio
residencial de Beirut, por ejemplo.
Allí, será operado por los doctores
de Frankenstein que no dan ninguna garantía de sobrevivir a la
intervención, mientras sí que cuentan con equipamientos más avanzados
para garantizar la vida del órgano extraído. Tampoco se les informa de
los riesgos físicos y psicológicos por desprenderse de la parte de su
ser, y además, de esta manera.
No existen cuidados tras la operación, ni analgésicos. Los ‘pacientes’ regresan a su ‘casa’ en taxis.
Una gran parte de los vendedores mueren durante o tras la operación.
Los tribunales sirios recibieron, entre los años 2011 y 2014, unas 20
denuncias de los familiares de las personas fallecidas en el comercio de
órganos.
Incluso, en el suelo europeo se baraja que parte de los miles
de menores refugiados que han desparecido -¡a pesar de que el continente
está sembrado de cámaras de vigilancia y cientos de miles de
policías!-, han sido víctimas de éste tráfico. Nunca se sabrá de la
mayoría de ellos.
Los vendedores de órganos que sobrevivan serán marcados físico y
emocionalmente para siempre. Tampoco podrán realizar duras labores
físicas. El hecho de que en su mayoría habían sido trabajadores ‘no
intelectuales’, significa que se enfrentarán a un futuro de dependencia y
miseria. La guerra, en esta zona, ha acabado incluso cualquier debate
sobre la bioética.
Los compradores
En este negocio están implicados delincuentes libaneses, turcos,
sirios, iraníes, iraquíes o israelíes, entre otros. La Policía turca
anunció el pasado diciembre la detención del veterano traficante israelí
Boris Volfman, fichado años atrás en su paso por Kosovo, Azerbaiyán y
Sri Lanka. Estaba convenciendo a los refugiados sirios para vernder sus
órganos.
La organización criminal ha repartido el trabajo entre varios grupos,
y cada uno está especializado en un órgano: En Beirut, un tal Abu
Hussein, conocido como el ‘Gran Hombre’, dirige la compra de riñones,
que antes eran extraídos de palestinos y ahora de sirios y afganos.
Otros van a arrancarles la córnea o el hígado de sus víctimas.
Los principales beneficiarios de este crimen muy organizado son los
intermediarios de los receptores millonarios que pagan por un riñón. Un
promedio de 85.000 dólares, de los que 2.000 serán destinados al
vendedor y el resto va directamente a las cuentas bancarias de los
mercaderes.
En España, un libanés odrecía 50.000 euros a inmigrantes sin papeles
para comprarles su hígado. Las complejas y costosas pruebas de
compatibilidad de estas personas (unos 16.000 euros), realizadas en una
clínica privada, fueron las que levantaron la sospecha de los médicos.
Este es el caso típico de una demanda concreta y urgente. Se estima que
hasta un 40% de los receptores ‘no vip’ de órganos mueren por falta de
compatibilidad del órgano o por los informes falsos sobre el ‘donante’.
Lo habitual es que el órgano sea depositado en ‘bancos’ clandestinos
para luego venderse al mejor postor de entre decenas de miles de
pacientes que en todo el mundo esperan un nuevo órgano. Por cierto,
entre los clientes se encuentran los millonarios ancianos que desean
rejuvenecerse con una nueva córnea o un nuevo riñón.
De este negocio también se han forrado los diferentes grupos
terroristas, como el llamado Estado Islámico, que operan en la zona.
Este grupo ejecutó en 2015 a 12 médicos iraquíes por negarse a extraer
los órganos de los cuerpos de las personas que habían sido previamente
asesinadas.
Parar las guerras es un deber revolucionario, y paliar el sufrimiento
y la desesperación de los afectados por la barbarie armada también. Se
debe perseguir el rastro de la cuantiosa ayuda prometida por la Unión
Europea a los refugiados sirios en Turquía además de controlar a las
autoridades que la van a manejar." (Nazanín Armanian, Público, 24/05/16)
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