"(...)A partir del 1 de abril de 1939, Madrid se convirtió en una inmensa
cárcel, el Régimen dispuso 21 cárceles entre el 1939 y 1945, 5 de
mujeres y 16 de hombres. Para ello, las órdenes religiosas cedieron,
primero gratuitamente y después previo pago, sus conventos y
monasterios; tema este, por cierto, el de la prestación de sus inmuebles por la Iglesia como centros de tortura y represión, sobre el que también se ha intentado imponer el silencio.
En Ventas se llegó así a “almacenar” (la cárcel era entonces
oficialmente denominada ‘almacén de reclusas’) más de 5.000 reclusas, la
mayoría ‘políticas’, es decir, todas las consideradas no afectas al
régimen (comunistas, sindicalistas, maestras, librepensadoras, o
simplemente familiares de rojos o rojas), aunque el régimen las llamaba
prostitutas.
Almacenadas y lentamente exterminadas
La vida en la cárcel era un cúmulo de maltratos y penalidades, desde
ejecuciones sumarias a vejaciones y carencias inhumanas, pasando por las
más terribles torturas, las mujeres sufrieron el triple estigma de su condición sexual, militante y opositora.
Gracias a la investigación citada se han podido reconstruir a duras
penas, dado el tiempo transcurrido, los sufrimientos infringidos sobre
las mujeres entre los muros de la cárcel de Ventas.
Las presas tenían que dormir en el suelo, azoteas, pasillos o
escaleras, encogidas en 35 cm por metro y medio; sin calefacción, con
dificultades cotidianas de acceso al agua, retretes atascados, piojos,
pulgas, sarna, ratas; con condiciones de higiene y asistencia médica
prácticamente inexistentes, incluso durante los partos.
La dieta alimenticia terriblemente deficiente tanto en cantidad como
en calidad: una comida al día sin horario fijo, lo mismo a las 9 de la
mañana que a las 5 de la madrugada. La propagación de epidemias
(tuberculosis, tifus,…) que estas condiciones provocaban dio lugar a un
alto índice de mortandad.
Había también gran cantidad de niños, aquellos que entraban con sus madres más los que nacían dentro.
“La
tragedia de los menores de tres años que acompañaban a sus madres
aumentaba al máximo la dureza de la prisión: pasar hambre es duro, ver a
los hijos hambrientos es definitivamente más duro. Aquellas
mujeres agotadas, sin leche para criarlos, sin comida que darles, sin
agua, sobre míseros petates, sin ropa, sin nada, sufrían doble cárcel”
(Tomasa Cuevas, ‘Cárcel de Mujeres’).
Muchos morían de enfermedades
infecto-contagiosas (sarampión, tosferina, viruela, tifus), y ante la
negligencia de médicos y monjas, la entrada de un niño a la enfermería
era prácticamente sinónimo de su muerte. Otros muchos se dieron en
adopción impuesta a la madre.
A todas las penalidades se sumaba el clima de terror que imponían las
llamadas “sacas”, es decir, el señalamiento ante las presas en
formación de aquellas designadas para ser fusiladas.
Tras
juicios sumarísimos, farsas en los que el ejército franquista era a la
vez fiscal, abogado defensor y juez, sin pruebas ni defensa,
estas eran conducidas como ganado a la tapia del cercano cementerio del
Este, hoy cementerio de la Almudena.
Desde la cárcel se oían los
disparos del pelotón de fusilamiento y los tiros de gracia. Del 39 al 41
se fusilaron a 84 mujeres de Ventas, algunas menores de 21 años,
algunas embarazadas.
Heroicos actos de resistencia
La represión se quiso aderezar con un burdo adoctrinamiento
ideológico nacional-católico, que sustituía al inicial objetivo de
reeducación de la etapa republicana. Congregaciones de monjas entraron a
tal fin a formar parte del personal que imponía los cánticos del ‘cara
al sol’, con el fascista gesto del brazo levantado entre paredes
adornadas con consignas y lemas del régimen, y que obligaba a participar
en actos religiosos y rezos de expiación.
En ese contexto impresiona constatar la capacidad de organizarse y
solidarizarse de las reclusas mediante un audaz entramado clandestino,
arduamente conectado con la calle. Organizaban disciplinadamente su
trabajo de resistencia, empezando por mantenerse lo más informadas
posible de la situación en el exterior, realizando cursillos de debate y
educación política, y creando grupos de formación cultural gracias a
las muchas intelectuales que cumplían allí condenas.
Con pequeñas aportaciones se iban comprando libros sucesivamente
leídos por las presas. Procuraban colectivizar sus precarios víveres y
ayudar a las muchas reclusas que no recibían nada de la calle, pues eran
años en los que también en la calle se pasaba hambre.
Los testimonios recogidos nos permiten conocer algunas de sus
luchas, como su primera huelga de hambre, en enero de 1946, en
respuesta a la incomunicación de una reclusa ‘común’, con la
participación del 60% al 70% de la población recluída, casi todas ‘políticas’.
Gracias a estas luchas, en condiciones tan duras, la dirección
penitenciaria se vio obligada a respetar y mejorar gradualmente el trato
a las presas políticas, hasta que en 1969 se cerró definitivamente la
cárcel de Ventas. La cárcel fue entonces demolida, vendiéndose los
terrenos para la construcción de viviendas en la década de los 70. (...)" (Natividad García, Público, 08/05/16)
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