"La matanza de 22 médicos y pacientes en un hospital de Afganistán a
principios del pasado mes de octubre por los bombardeos de Estados
Unidos ha despertado, con razón, indignación y protestas en todo el
mundo civilizado. El hecho de que el comando militar responsable
emitiera cuatro historias diferentes en un intento de exculparse dio
lugar a más indignación aún.
La ONG Médicos Sin Fronteras (MSF), que
dirigía el hospital, denunció el acto como un delito y exigió una
investigación. Uno de los fundadores de MSF, Bernard Kouchner, declaró:
«Lo que ocurrió es una violación de los derechos humanos básicos. Fue un
acto contra el derecho humanitario e internacional, en completa
contradicción con las convenciones de Ginebra. Un crimen de guerra». El
MSF, recordemos, ha ganado un Premio Nobel por su trabajo en favor de la
paz universal.
Este episodio todavía reciente debe llevarnos a reflexionar sobre qué
es un crimen de guerra. En cierto sentido, todas las guerras son
crímenes. Cuando el presidente Obama expresó sus disculpas por la muerte
de las víctimas en el hospital de Afganistán, lo hizo sin duda con la
intención de engañar a la opinión pública.
La guerra siempre trae la
muerte. El presidente de Estados Unidos sabe muy bien que todos los días
del año, en algún rincón del planeta, los soldados matan a víctimas
inocentes. Washington se encuentra en posesión de la maquinaria de matar
más monstruosa jamás inventada por el ingenio humano. Miles de millones
de dólares son dedicados cada día a perfeccionar y ampliar la máquina
de matar. Bombas y misiles estadounidenses, soldados y aviadores
estadounidenses, agentes estadounidenses… se dedican diariamente al
exterminio de sus supuestos enemigos.
¿Tendríamos que criticar este aparato de la muerte? Siempre que haya
motivos para criticarlo, por supuesto. Cada vez que se producen
episodios como el ataque al hospital afgano, el Gobierno estadounidense
intenta desviar la atención al acusar a los rusos, o al Estado Islámico
(IS), o a cualquier otro grupo o país de matar también a mucha gente.
La
ciudadanía occidental, sin embargo, puede aceptar que una guerra contra
un enemigo terrorista es necesaria o deseable, pero no puede aceptar
que la matanza indiscriminada de personas inocentes (lo que los
militares estadounidenses llaman daños colaterales) deba ser parte de
esa guerra.
La evidencia de daños colaterales indiscriminados en las guerras que
ha librado o libra EEUU es abrumadora. Se ha eliminado a muchos miles de
personas inocentes. Sin embargo, ¿cuántas voces se han levantado en
señal de protesta? Un estudio recientemente publicado por el grupo pro
derechos humanos Reprieve refleja el impacto de los daños colaterales de
Estados Unidos en Afganistán.
El uso de drones utilizados con el fin de
matar a 41 talibán ha tenido como resultado la muerte de 1.147 personas
en el país asiático; es decir, por cada intento de matar a un talibán,
los estadounidenses en realidad han acabado con 29 personas inocentes,
entre ellos mujeres y niños.
De la misma manera, en Pakistán los
estadounidenses utilizaron aviones no tripulados para tratar de matar a
24 personas; de hecho, mataron a un total de 874 personas, de las cuales
124 eran niños. En ninguna de estas ocasiones el presidente Obama se
disculpó. Tampoco la prensa o los ciudadanos de Estados Unidos han
expresado algún interés por las muertes.
¿Son esas matanzas crímenes de guerra? ¿Y quién tendría el deber de
investigar y de sancionar los crímenes? Hace unos meses, Amnistía
Internacional publicó los resultados de una investigación sobre los
posibles crímenes de guerra cometidos por soldados estadounidenses en
Afganistán. «Miles de afganos han sido asesinados o heridos por las
fuerzas estadounidenses desde la invasión, pero las víctimas y sus
familias tienen pocas posibilidades de indemnización.
El sistema de
justicia militar de Estados Unidos pocas veces condena a sus soldados
responsables de homicidios ilegítimos y otros abusos», denunció uno de
los directores de Amnistía Internacional. «Han hecho caso omiso de la
evidencia de posibles crímenes de guerra y homicidios ilegítimos».
La evidencia detallada disponible sobre algunos de los asesinatos
horripilantes llevados a cabo por las tropas de Estados Unidos es
demasiado atroz para ofrecer los detalles aquí.
Sin embargo, podemos
imaginar la reacción del Pentágono sobre el informe de Amnistía. Un
portavoz, muy previsible, declaró: «El Departamento de Defensa no
permite que su personal participe en actos de tortura o tratos crueles,
inhumanos o degradantes de cualquier persona bajo su custodia».
Los
crímenes de guerra, para el Pentágono, no existen.
Esta es una situación terrible que clama por una solución, pero ni un
solo Gobierno parece interesado en la muerte de tantas personas como
consecuencia de nuestra propia máquina de guerra. En Corea, en Vietnam,
en Irak… la misma máquina de guerra ha matado a cientos de miles de
personas en nombre de la democracia.
El Gobierno de Obama, sin embargo,
ha sofocado sistemáticamente cualquier intento de llamar la atención
pública sobre las muertes llevadas a cabo por sus tropas en Afganistán.
De hecho, el presidente acaba de declarar que ha cancelado la retirada
prometida de las tropas estadounidenses del país, y que un destacamento
de 10.000 soldados se quedará hasta que sea necesario. Algo que
acarreará más problemas y, claro está, más daños colaterales.
¿Por qué deberíamos estar preocupados por las matanzas
indiscriminadas? Por supuesto que hay fanáticos, en particular del
Estado Islámico, que disfrutan con el asesinato en masa y para los
cuales no existe el concepto de crimen de guerra, ya que lo aceptan como
deseable.
El problema para nosotros en Occidente, sin embargo, es que
parece que hemos puesto la defensa de nuestras libertades exclusivamente
en manos de una máquina que no podemos controlar. Esa máquina está
aplastando nuestras libertades, no menos importante tratando de eliminar
a críticos como Edward Snowden y Julian Assange. Esa máquina está ahora
también utilizando su poder militar para extender la muerte y daños
colaterales en todo Oriente Próximo, desde Irak a Afganistán.
TOMEMOS un pequeño ejemplo documentado de daños colaterales. A
finales de 2014, las fuerzas aéreas de Estados Unidos ayudaron a los
kurdos a recuperar la población de Kobane en el norte de Siria. La ayuda
consistió en dejar caer 1.800 bombas sobre el pequeño pueblo, acabando
por completo con sus casas y matando a 1.000 personas. Ni una palabra
sobre la masacre apareció en la prensa estadounidense.
Y, dado que
ningún ciudadano occidental murió, no hubo protestas. Uno de los pilotos
que participaron en el incidente, incluso declaró con entusiasmo: «Fue
maravilloso y emocionante». ¿Fue un ataque válido de guerra? ¿O fue un
crimen? Y si se trataba de un crimen, ¿quién va a ser el juez del mismo?
¿Quién va a indemnizar a todas las víctimas de daños colaterales?
¿Adónde ha llegado la civilización, cuando se tolera el uso de los
mismos métodos empleados por los enemigos de la democracia?
No está fuera de lugar emplear la frase utilizada por el historiador romano Tácito: «Ellos crean un desierto y lo llaman paz». (HENRY KAMEN – EL MUNDO – 11/11/15)
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