"No voy a empezar deplorando la violencia palestina, esa espantosa
“guerra de los cuchillos” a cargo de jóvenes y adolescentes, como hacen
los cobardes, para concentrarme en lo esencial: “ellos han creado el
monstruo”, dice Norman Finkelstein .
800.000 palestinos han pasado por las cárceles del ocupante israelí
desde 1967. Traducido a la realidad demográfica española serían más de
diez millones. Los chicos de los cuchillos son hijos de padres
humillados por los soldados ocupantes y los colonos. Nietos de las
víctimas de una larga historia de violencias, limpieza étnica y
expulsión que está en la misma partida de nacimiento de la potencia
colonial ocupante.
Compañeros de generación de esos 7500 niños palestinos encarcelados e
interrogados en los últimos diez años, frecuentemente metidos en celdas
de aislamiento, privados de sueño y de toda visita parental.
Compañeros de quienes son condenados a 5 años de cárcel por tirar
piedras, a 10 años por tirarla contra un coche, penas solo aplicables a
palestinos mientras los colonos pueden tirar todas las piedras que
quieran.
Familiares de los 5200 palestinos recluidos en diecisiete cárceles
israelíes, en flagrante violación de la cuarta convención de Ginebra que
estipula que, “una potencia colonial ocupante no puede transferir a
parte de la población ocupada a su territorio”, donde la tortura está
legalizada por una sentencia del Tribunal Supremo del 6 de septiembre de
1999, según la cual, “si un interrogatorio vigoroso y exhaustivo, con
ayuda de estratagemas y engaños no consigue su objetivo, las presiones
físicas moderadas podrán ser inevitables en caso de necesidad”.
Resultado de las cuentas de las masacres de Gaza, con 550 niños
palestinos muertos (frente a uno israelí), 19.000 casas destruidas
(frente a una destruida por Hamas), y eso en una zona sometida desde
hace diez años a bloqueo, cuyo levantamiento “inmediato e incondicional”
exige la comisión de derechos humanos de la ONU, sin que se le haga el
menor caso. Lo mismo que las resoluciones en materia de territorios
ocupados desde hace más de cuarenta años.
No se puede esperar que los palestinos actúen de forma legal cuando
están insertos en una ocupación y colonización completamente ilegal y
universalmente condenada, dice Finkelstein. Solo el hipócrita o el
fanático más irremediable puede asombrarse de que los palestinos actúen
así.
“Todo palestino entiende la desesperación que lleva a una persona a
acuchillar”, escribe la periodista Amira Hass en el diario Haaretz,
mientras el gobierno israelí acusa a Francia de “recompensar al
terrorismo” por su timorata propuesta de destacar “observadores” que
moderen las provocaciones en curso sobre el estatuto de la explanada de
las mezquitas. ¿Nos toman por tontos?
Todo el talento y la voluntad de sus esbirros mediáticos y políticos,
todo el dinero las presiones e intimidaciones de sus padrinos neocons,
de ultraderecha o liberales acobardados, toda la maestría de sus lobbys y
el fanatismo de su ciega y loca pasión nacionalista, no cambian un
ápice el hecho de los crímenes de Israel. Al revés: aún los evidencian
más.
El Estado delincuente es poderoso y perseverante en su triple
objetivo; despejar cualquier puesta en cuestión de las zonas que ocupó
en 1948 mediante la limpieza étnica (borrar la memoria), impedir toda
discusión sobre el regreso de los expulsados y refugiados y sus
descendientes (reparar la injusticia), y profundizar la colonización de
los territorios que ocuparon en 1967, haciéndose con el máximo de tierra
ajena con el mínimo de población nativa posible (en eso consiste,
precisamente, el “proceso de paz” como evidencia la evolución de mapas y
cifras de las últimas décadas).
Es poderoso, sobre todo porque en su suicida locura es mimado por el
Imperio de los Estados Unidos y de la Unión Europea. Pero cada vez
necesita de más artilugios ridículos y canallas para cubrir su desnudez
colonial y racista, en un mundo cuyo consenso ya no admite ni lo uno ni
lo otro.
Así, se esgrime el “derecho de Israel a existir”, como si fuera
Israel el amenazado y no la amenaza, derecho que nadie pone en duda
siempre que sea una existencia acorde con el siglo presente, porque como
“Herrenvolk”, es decir como pueblo dotado del derecho divino o racista a
dominar e imponerse sobre otros a los que se niega su condición de
humanos, ningún Estado puede invocar derecho alguno.
Así, se esgrime el título de “única democracia de la región”,
haciendo pasar por democracia lo que es una “Herrenvolk-Demokratie” en
la que los valores de la democracia no se aplican a los aborígenes y sus
descendientes por razones étnico-religiosas, lo que corroe moralmente a
la ciudadanía israelí y la acerca a lo que considera su antípoda
islamista-carnicera.
Así, se despotrica contra la ONU, la imperfecta organización
internacional que afirma el vital derecho y consenso global, porque
desde 1967 viene confirmando, terca y periódicamente, por 170 votos
contra dos y algunas abstenciones clientelares, el maltrecho derecho
internacional para Palestina.
Así, se convierte en asunto identitario o religioso, lo que es una
anomalía colonial en un siglo y un mundo que ya no admite el
colonialismo y en el que algunos de los antiguos colonizados están por
convertirse en superpotencias.
Así, se esgrime la acusación general de “antisemitismo”, a quien
reacciona ante la injusticia concreta de Israel y expone la realidad de
sus crímenes, abusos y brutalidades.
Amparados en la impunidad de los gángsters, practicando la
tergiversación, la mentira y la omisión, algo que en definitiva es
clásico en los delincuentes, esos insensatos no dudan en invocar incluso
el recuerdo del holocausto judío en Europa.
En su visita a Alemania
Benjamín Netanyahu acaba de tener la osadía de señalar al muftí de
Jerusalén (un palestino) como verdadero incitador de Hitler, incomodando
sobremanera a la canciller Merkel.
La jefa de esa Alemania que otorga
cheque en blanco (y submarinos con capacidad portadora de armas atómicas
subvencionados) a las fechorías de Israel, como ambigua penitencia por
sus propios crímenes contra los judíos, no quiere ni oír hablar de la
oportunidad indirecta de exculpación que le tiende su huésped. Pero
ampararse en Auschwitz para justificar Palestina, es algo que va mucho
más allá de la canallada habitual y entra en el más infame, perverso y
equizofrénico sacrilegio: invocar a las víctimas del racismo para
justificarlo.
Para los propios ciudadanos de Israel, para los judíos del mundo que
conservan la elemental lucidez para discernir esta impune barbaridad tan
larga y sangrienta, para la gente como Norman Finkelstein, Ilan Pappé,
Amira Hass y tantos otros, o para las organizaciones de derechos humanos
israelíes como B´Tselem, el Comité Israelí contra la Tortura, etc., se
ha acuñado el tontorrón concepto de “judíos que se odian a sí mismos”.
Que muy pocos puedan tomarse en serio tamaña tontería, dice mucho sobre
la decadencia del arsenal argumental de los fanáticos.
Tales son los
infantiles recursos de esta loca carrera que mata a Dios y a los hombres
en Tierra Santa." (a Vanguardia, 22 octubre, 2015)
, L
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