"Salvaje y criminal. La “matanza africanista” que se vivió en Arahal
el verano de 1936 fue uno de los episodios más cruentos de la Guerra
Civil. José María García Márquez describe, como historiador, la entrada
de las tropas de Franco a este pueblo sevillano, que contaba con apenas
trece mil habitantes, aquel 22 de julio.
Más de doscientas personas
murieron en los dos primeros días bajo el tableteo de la ametralladora,
situada en la plaza del pueblo conocida como La Corredera. Dos meses más
tarde los represaliados iban aumentando, hasta alcanzar, según los
cómputos más recientes, las 700 víctimas.
Es curioso que en ese mismo punto, donde los soldados colocaban las
balas para el salvaje asesinato se encuentre hoy una heladería, de las
más concurridas del pueblo. “Desde la calle Felipe Ramírez, los
militares ponían en fila a hombres y mujeres que las autoridades
franquistas señalaron, por haber pertenecido a algún sindicato, un
partido, o por el simple hecho de haber formado parte de una
manifestación”. Empujados, casi como animales, salían a la plaza en
grupos, mientras a plena luz del día eran acribillados por las balas.
Inma González, presidenta de la Asociación Memoria Histórica y Justicia de Arahal, señala “cómo las tropas de Franco cogieron por sorpresa a la mayoría cuando se celebraban las fiestas por el patrón del pueblo”. (...)
María y Valle Alcaide Martín vivieron en primera persona aquellos
acontecimientos, con solo cinco años de edad. “Recuerdo cómo mi madre
nos llevó al campo cuando empezaron a caer bombas para que estuviéramos a
salvo”, recuerda María. Junto a ella se encontraban sus once hermanos y
su madre, Pastora Martín Sotillo.
“Como no llevábamos comida, mi madre
bajó a recoger algo a mi casa y en aquel momento la cogió la guardia
para preguntarle por dos de sus hijos, José y Manuel”. Pastora sabía que
estaban en el frente republicano luchando como milicianos.
“Les dijo a la guardia que no sabía dónde estaban y que si lo supiera
tampoco se los diría”. Con 47 años, fue trasladada a la cárcel que
habían improvisado cerca del ayuntamiento. Su vida estaba centrada en la
crianza de sus hijos y nunca había participado en política.
Una de las
hermanas mayores de María y Valle, Rafaela, bajó a todos sus hermanos de
nuevo al pueblo al ver que su madre no regresaba. “Cuando nos enteramos
de lo que había pasado, le llevábamos a mi madre una cesta con comida a
la cárcel hasta que un día un guardia dijo que no fuéramos más”.
El 9 de agosto, Pastora fue fusilada en las tapias del cementerio de
Paradas. Hace solo un año a una de las sobrinas de las Alcaide, Ramona,
le contaron que tras verla moribunda a las puertas del cementerio
avisaron a su hermano derechista para que la enterrase en un nicho la
familia.
Ramona destaca que dicen, aunque no está confirmado, que
“pudieron enterrar a mi abuela junto a su hermano”. Como falangista
nunca reveló el gesto que tuvo en vida. Solo encontraron restos de otro
cuerpo cuando el hermano de Pastora falleció hace pocos meses, sin saber
aún de quien podría tratarse.
La vida de las Alcaide cambió para siempre. El hambre, la tragedia,
el destierro y el sufrimiento se apoderaron de esta familia. El padre,
Joaquín murió poco tiempo después, sin poder soportar aquella situación y
sin conocer el paradero de sus dos hijos. María recuerda la llegada una
mañana de uno de sus hermanos tras finalizar la guerra.
Con traje y abrigo de soldado, “solo tuvo tiempo de lavarse la cara
en el patio y ya entró la guardia por él”, relata María. Al poco tiempo
José sería trasladado, junto a Manuel, a la prisión provincial de
Sevilla, después de recibir en el pueblo fuertes palizas durante el
interrogatorio.
María vivía con otros tíos desde la muerte de su madre. Con ellos
trabajaban largas jornadas en el campo, aunque a veces se escapaba a ver
a su hermana Carmelita con la que llevaba canastos de comida a sus
hermanos.
Entre los barrotes veía a sus hermanos, que trabajaban cada mañana en la construcción del Canal de los Presos,
cerca de Bellavista. “Hay cosas que no se olvidan. Me acuerdo cuando
les decía a mis hermanas que yo quería verlos, saber cómo estaban. Me
llevaban en el autobús que salía desde el pueblo a la capital en sus
rodillas”. José Alcaide saldría de la cárcel en 1944. Manuel murió
fusilado, con apenas 20 años, en mayo de 1940.
La casa de la familia sigue intacta a pesar de los años, en la calle
Juan Leonardo. Valle escucha con ojos brillantes, sin romper a llorar,
el testimonio de su hermana al contar la historia y algunas copillas que
sus hermanos les enseñaron cuando estaban en la cárcel “En esta guerra
que hubo/ me mataron a mi madre./ En esta guerra que hubo/ yo conozco al
criminal./ De la muerte de mi madre,/ yo me tengo que vengar”.
Las Alcaide vivieron durante largos años el desprecio de las
autoridades en el pueblo. María recuerda cuando no dejaban a ninguno de
sus hermanos comer en los comedores sociales. “Sabían que éramos hijas de rojos y no nos dejaban entrar.
Tampoco pudimos tener el subsidio de los niños que puso Franco porque
teníamos que decir que mi madre había muerto y yo cómo iba a poner eso,
si la habían matado”, destaca.
María, Valle y Ramona, hija de Rafaela Alcaide, han iniciado la
búsqueda de los restos de Pastora, sin hallar aún datos fiables. Las
catas en el antiguo cementerio de Arahal, hoy parque de San Antonio,
comenzaron en septiembre de 2014. Se cree que en aquella zona del
antiguo cementerio podría hallarse gran parte de los cuerpos. (...)" (María Serrano
/ Público, Sevilla
/ 16 may 2015)
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