"(...) Cuatro fosas. 96 cadáveres. Todos ellos fusilados entre agosto y octubre de 1936.
La mano ejecutora el ejercito sublevado franquista, las partidas de
falangistas que iban de pueblo en pueblo y de prisión en prisión para
cobrarse una contribución de sangre generada por el odio.
A su cabeza,
el gobernador de la provincia en esa época: Fidel Dávila Arrondo. A
muchos este nombre ya ni les sonará. O sí les suena, pero como el nombre de una calle.
Muchas calles en la geografía española tiene todavía el nombre de Fidel
Dávila.
Un militar africanista, fuertemente conservador, que durante la
Segunda República pasó a la reserva y que una vez que se consumó el
golpe de Estado de julio de 1936 se unió a los rebeldes en Burgos, donde
residía. Fue uno de los mandos del Ejercito del Norte, formó parte del
Junta Técnica de Estado, embrión del Estado franquista, y ocupó
numerosos cargos militares y políticos durante la dictadura hasta su
fallecimiento en 1962.
Fidel Dávila fue la cabeza de todo un aparato represivo
que se cobró la vida de miles de personas en la provincia de Burgos y
otros lugares. Entre las víctimas hay personajes como el director del
Orfeón de Burgos Antonio José Martínez Palacios, el director de Burgos
Gráfico Antonio Pardo Casas, etc.
La represión tuvo muchas aristas. De los cuerpos encontrados en Monte
Estépar hay varios ejemplos. Algunos eran sacados de sus casas por las
partidas de falangistas, llevados al lugar del crimen y ejecutados. La
fosa donde se enterraban estaba cavada previamente (muchas veces por
vecinos de los pueblos limítrofes) o bien la cavaba el propio reo.
Era una represión extrajudicial. Desaparecidos que no dejaron ningún rastro hasta que se exhuma la fosa. Para otros el final era también igual de cruel. Se hacían listas en las cárceles, se dictaba orden de libertad y en el traslado eran asesinados.
Sacas de presos que sí dejaron listas de personas que nunca
aparecieron. Por eso se sabe que los lugares de fusilamientos fueron
muchos más.
Otros eran sacados y ejecutados tras consejos de guerra
sumarísimos donde se dictaminaba pena de muerte bajo leyes aberrantes y
que contravenían cualquier tipo de derecho.
La elección de los parajes de ejecución tampoco era aleatoria. En un
principio las ejecuciones era muy visibles. Pero paulatinamente los
rebeldes fueron perfeccionando su técnica. Había que tapar responsabilidades.
Luis Castro, documentalista, historiador e integrante de la Cátedra
Complutense de Memoria Histórica del siglo XX de la Universidad
Complutense de Madrid, nos da la clave de la elección de estos lugares
en su libro 'Capital de la Cruzada, Burgos durante la Guerra Civil':
“La
situación llegó a ser tan escandalosa en este aspecto que las
autoridades dictaron normas para tratar de disimular los crímenes y se
ordenó que las ejecuciones se hicieran en lugares más alejados
(Estépar, la Brújula, la Pedraja, etc.) y que los cadáveres fueran
debídamente enterrados. Con frecuencia se hacía en zanjas
longitudinales, cavadas al efecto por los ejecutores o por los vecinos
de pueblos próximos que eran obligados a ello por lo que se denominaba
'prestación personal'”.
Eran, pues, elecciones de lugares premeditados. El paraje de Monte Estépar era un lugar ideal para estas ejecuciones. Un lugar ideado por el franquismo.
Un lugar premeditadamente olvidado por las autoridades tras la muerte
de Franco. Un lugar en la memoria de muchos habitantes de Burgos, que
muchos años después ha podido salir a la luz.
Al pie de las fosa exhumada estos días, junto a los esqueletos de los represaliados, se encontraron los casquillos de las balas falangistas que les ejecutaron. (...)
“Se comentaba que José Iñigo, comandante de Caballería, encargado de
descerrajar el tiro de gracia en la nuca de los fusilados de Estépar,
cada vez que lo hacía, exclamaba en tono sarcástico '¿veis lo que me obligáis a hacer, comunistas de mierda?'” (...)" (Julián Vadillo, historiador, Diagonal, 06/04/15)
No hay comentarios:
Publicar un comentario