28/1/15

"Salvé mi vida lamiendo las gotas de agua que se condensaban en los tornillos del tren"

"El sufrimiento de los deportados comenzaba ya antes de llegar al campo de concentración. Miles de prisioneros, entre ellos decenas de españoles, perecieron en los trenes de ganado en los que los SS transportaban los cargamentos de "carne republicana" hacia Mauthausen, Ravensbrück o Buchenwald. Rumbo a este último campo viajaba el cordobés Virgilio Peña en el frío invierno de 1944.

Meses antes había sido detenido por ser miembro de la Resistencia. Agentes de la policía colaboracionista francesa le pusieron en manos de la Gestapo. Tras un intenso interrogatorio, le subieron a un vagón de madera, cuyo único mobiliario era un bidón metálico situado estratégicamente en un rincón: "Pese a ser el mes de enero, comenzó a hacer un calor en el tren... Y la gente comenzó a orinar y hacer sus necesidades en el bidón".

"Cuando estaba por la mitad, no sé por qué, se volcó y aquello olía peor que los sitios en los que se cría a los cerdos. Yo me enganché con estos dos dedos a la manilla que había en la pared del vagón para atar a los animales. Y agarrado a esa manilla, día y noche, fui hasta Buchenwald.  

Había mucha gente que gritaba: "¡Mamá!". Yo pensaba: "Sí, sí, llama a tu madre...". No es por alabarme pero yo no grité. Yo no grité porque sabía que mi madre no iba a venir a ayudarme. Y la gente gritaba, gritaba. Y el que se caía no se levantaba más porque nadie le ayudaba".

 El viaje se prolongó, en estas inhumanas condiciones, durante tres interminables días. A bordo del tren viajaban algo más de 2.000 almas. Virgilio relata, con voz temblorosa, como nadie quería perder su preciado sitio en el atestado vagón.

 Aun así, se jugó la vida para salvar a un agotado resistente francés al que sujetó la cabeza repetidas veces para impedir que se desplomara. Junto al calor y al agotamiento, el otro problema de los asustados pasajeros era la sed, que iba provocando la muerte de los prisioneros de mayor edad o que se encontraban más débiles.

 Virgilio se las ingenió para obtener unas valiosas gotas de algo parecido al agua: "Yo seguía enganchado a la manilla esa. Iba al lado de la puerta y cuando el tren estaba en marcha yo arrimaba la nariz a los tornillos, que estaban cubiertos de pequeñas gotitas, parecía como si sudaran, y pasaba mi lengua por allí para intentar refrescarme un poco".

 Así fue, Virgilio salvó su vida chupando, durante días, los tornillos de la pared del vagón que se humedecían ligeramente por la condensación.

"No hay palabras para describirlo, fue algo criminal", concluye un relato que fue incapaz de relatar por teléfono. Solo cara a cara y con el rostro quebrado por el dolor, este luchador que ya ha superado el siglo de vida decidió compartir con nosotros su terrible viaje hacia el infierno."             (Público, 22/01/2015)

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