"Antonio Hernández Marín es uno de los 9.000 españoles que pasaron por los campos nazis que ha permanecido, hasta hoy, en la más absoluta invisibilidad.(...)
Tras el triunfo franquista fue maltratado por la Francia “democrática”
que le encerró, junto a miles de compañeros, en los campos de
concentración de Vernet, Mazères y Septfonds. Más de 14.000 hombres,
mujeres y niños españoles murieron en esos meses del invierno de 1939,
de frío, hambre y todo tipo de enfermedades. (...)
Ese maltrato hizo que los republicanos se negaran, mayoritariamente, a
enrolarse voluntariamente en el Ejército francés. Por ello, a punta de pistola,
Antonio fue obligado a incorporarse a una Compañía de Trabajadores
Españoles que se dedicó a reforzar las fortificaciones de la Línea
Maginot. (...)
Cazados como conejos por la Wehrmacht en los bosques de los Vosgos, los
españoles fueron a parar a campos para prisioneros de guerra en los que
se respetaba la Convención de Ginebra. En ellos recibían el mismo trato
que los soldados aliados.
Sin embargo, el 1 de octubre de de 1940, solo
una semana después de que el todopoderoso ministro franquista Ramón
Serrano Suñer visitara Berlín, la Gestapo se presentó en el campo de
Sagan, en el que se encontraba Antonio, e interrogó a los españoles.
Así
lo recuerda el malagueño José Marfil que también se encontraba allí:
"No sabíamos que eran de la Gestapo pero yo les pregunté las razones por
las que nos estaban fichando. Nunca olvidaré su respuesta: 'Os vamos a llevar a un sitio apropiado para vosotros'".
Dos meses más tarde, los españoles y solo los españoles fueron enviados a Mauthausen. Antonio estuvo siempre acompañado de su amigo Antonio Cebrián, un albaceteño de Bormate. Ambos trabajaron en la temible cantera. En pocos días, la dureza del trabajo y la ridícula alimentación que recibían les empujó al borde de la muerte. Lo que ocurrió después lo sabemos gracias a un breve relato titulado ¿Canibalismo? No. ¡Hambre!, que dejó escrito en un viejo y colorido cuaderno:
Dos meses más tarde, los españoles y solo los españoles fueron enviados a Mauthausen. Antonio estuvo siempre acompañado de su amigo Antonio Cebrián, un albaceteño de Bormate. Ambos trabajaron en la temible cantera. En pocos días, la dureza del trabajo y la ridícula alimentación que recibían les empujó al borde de la muerte. Lo que ocurrió después lo sabemos gracias a un breve relato titulado ¿Canibalismo? No. ¡Hambre!, que dejó escrito en un viejo y colorido cuaderno:
"Nos fallaban las fuerzas y al pasar por detrás de las cocinas
encontramos un pequeño envoltorio abandonado al pie de una de las
ventanas del crematorio. En su interior había dos metros de intestinos".
"Mira Hernández —me dijo Cebrián— son tripas de cerdo". Y
con ansia dio un bocado en uno de sus extremos.
'Lo ves, no hay duda,
sabe a tocino'. Yo también mordí con hambre. Minutos después la partimos
por la mitad y nos saciamos con ella". El hambre hizo que no vieran o
no quisieran ver los cadáveres abiertos en canal que yacían muy cerca
del lugar en el que hicieron su descubrimiento.
Este y otros episodios vividos en el campo, especialmente la muerte de su amigo Cebrián, persiguieron a Antonio durante el resto de su vida. Sobrevivió y recuperó la libertad, pero nunca llegó a abandonar Mauthausen. Los SS volvían a la vida para golpearle y amenazarle cada noche, cuando llegaba la oscuridad y le vencía el sueño. En aquellas interminables noches de pesadilla en el exilio francés." (Público, 20/01/2015)
Este y otros episodios vividos en el campo, especialmente la muerte de su amigo Cebrián, persiguieron a Antonio durante el resto de su vida. Sobrevivió y recuperó la libertad, pero nunca llegó a abandonar Mauthausen. Los SS volvían a la vida para golpearle y amenazarle cada noche, cuando llegaba la oscuridad y le vencía el sueño. En aquellas interminables noches de pesadilla en el exilio francés." (Público, 20/01/2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario