"Juana Aguilar Pazos, alias la Moricha,
tenía 62 años en julio de 1936, cuando se produce el golpe de Estado
militar fascista. Era una anciana pobre que no sabía ni leer ni
escribir. Quien la conoció asegura de ella que era una "mujer de pequeña
estatura", vestida con las" ropas humildes de su clase" y condición
social y "muy devota de la patrona de Trebujena", la virgen de
Palomares.
Juana residía junto a su marido, uno de sus tres hijos y dos
nietas en una de las chabolas del extrarradio de la pequeña localidad de
Trebujena (Cádiz), a pocos kilómetros de Sanlúcar de Barrameda. Era
jornalera y contribuía a la economía familiar rapiñando madera o frutos
en los campos de la zona.
Aquel verano de 1936 todos los hombres
de su familia, exceptuando su hijo Antonio (de 17 años) fueron fusilados
por los fascistas. A ella también intentaron matarla. Hasta en dos
ocasiones. De hecho, fue la única mujer del pueblo que fue perseguida
por falangistas y guardias civiles.
Sin embargo, los fascistas no
consiguieron su propósito. La Moricha
sobrevivió al primer fusilamiento, a un segundo intento de ejecución,
al asesinato de su marido y al de dos de sus hijos. Así que, para
fastidio de algunos, Juana murió a los 86 años, en 1960.
"La
salvación de Juana implicaba un mal ejemplo, amén de tirar por tierra la
terrorífica infalibilidad de los uniformados de azul. Una vieja sin más
armamento que su ajada piel había conseguido vencerlos.
La Moricha,
sin pretenderlo, se convertiría en un símbolo, en la única victoria de
un pueblo aterrorizado e indefenso ante la prepotencia y la arrogancia
de la cruel impunidad de unos pocos", escribe el investigador local Luis
Caro, autor de la obra Trebujena 1936: Historias de la represión, editado por el Ayuntamiento de la localidad, y texto sobre el cual está basado este reportaje.
Pero,
¿cómo una mujer indefensa consigue sobrevivir a dos fusilamientos? ¿Por
qué la Guardia Civil y la Falange local se empeñan en asesinar a una vieja
que nada posee? El investigador y profesor de Secundaria Luis Caro ha
recopilado decenas de testimonios orales que dan respuestas a estos
interrogantes y que constituyen la historia de Juana, la Moricha
y la memoria de Trebujena, porque el pasado está para recordarlo y
tenerlo siempre presente. Esta es la historia de Juana.
Esta es una historia más de los miles de ciudadanos españoles que fueron asesinados por el fascismo durante la Guerra Civil en poblaciones donde no había guerra. Tan sólo represión.
Todo comenzó por un conejo
Cuentan los testimonios de la época que los problemas de la Moricha
con la Guardia Civil comenzaron por culpa de un conejo. Juana Aguilar
volvía a casa con un gazapo entre los brazos que intentaba vender a
cualquier vecino para sacar un par de pesetas. Por el camino, un cabo de
la Guardia Civil conocido como el Isidoro
paró a la mujer y le pidió el animal con la excusa de que había sido
robado. Juana se negó y pidió dos pesetas al guardia civil.
"Dos pesetas no vale ni el conejo de mi mujer", replicó el cabo. A lo que la Moricha
contestó: "El conejo de tu mujer no vale dos pesetas, pero este si lo
vale". El comentario cabreó al cabo. Días después se produciría la
sublevación militar fascista y el cabo de la Guardia Civil no olvidó
aquella discusión. Tenía un objetivo entre ceja y ceja: tenía que matar a
Juana.
Así que, cuando "ya habían sido ejecutados aquellos hombres más
significativos política y sindicalmente -escribe Caro- alguien de los
pletóricos dueños del pueblo tuvo la feliz idea de hacer una limpia,
pero ahora entre el estrato más humilde, aquellos cuya situación
económica era la más precaria, porque aunque no eran peligrosos
políticamente sí eran incómodos a ciertas mentes desde el punto de vista
social".
Juana fue acusada de comunista y encerrada en la cárcel.
Tras cinco días de prisión donde había sido torturada, fue llevada a la
plaza del pueblo junto a otros 20 presos. Todos tenían la "cabeza
rapada en cruz" y a todos les iban dando aceite de ricino y los mandaban
a casa tras haberlos paseado y exhibido por las calles de la ciudad.
Los falangistas los citaron a todos a las siete en la plaza del
Ayuntamiento. Muchos no sabían qué les podría pasar, aunque Juana lo
intuía y se quedó en casa, metida en la cama fingiendo estar enferma.
"Los
que no volvieron fueron nuevamente detenidos en sus casas y todos
juntos conducidos al paredón", escribe el investigador local Luis Caro.
El caso de Juana no fue diferente. Un grupo de falangistas "borrachos"
y, al menos un guardia civil, se presentaron en su casa alrededor de las
22.30 horas de la noche. Abrió la puerta su marido, también de 62 años,
que se negó a dejar pasar a los verdugos de su mujer.
"Mi
madre me contó que mi bisabuelo era muy bueno. Llegó un sábado de
trabajar en el campo de Jerez y ya habían dado una paliza y pelado a su
mujer y la mandaron a su casa. La Moricha se metió en la cama y
cuando llegaron los falangistas le dijeron que venían a matarla a ella.
"¡Vete ahora si quieres vivir!", le dijeron. "Donde muere mi mujer
muero yo", les contestó mi bisabuelo, y se tiró encima de la mujer",
relata Francisca Cordero, bisnieta de Juana.
Acto seguido los verdugos abrieron fuego y descargaron su pólvora
sobre el cuerpo de Francisco Cordero, el marido de Juana, y sobre la
mandíbula de la mujer. Los fusileros dieron por muertos al matrimonio y
cargaron sus cuerpos sobre una carretilla para transportarlos a la fosa
común abierta en el cementerio. Pero Juana no había muerto. El cuerpo de
su marido la había protegido de las balas y aquel proyectil que le
había entrado por la mandíbula le había salido por el otro lado sin
provocarle una herida mortal.
"Cuando está segura de que los criminales han abandonado el lugar se incorpora, la anciana se ve rodeada de cuerpos inertes dentro de la fosa común,
sale como puede escalando cadáveres. Conmocionada aún por lo brutal e
inhumano de la experiencia, Juana se despide de su marido antes de
abandonar tan terrorífico lugar", escribe Caro, que señala que durante
los próximos días la anciana, que en pocas horas había sido apaleada,
pelada al rape, obligada a ingerir a aceite de ricino, herida de bala y
arrojada a una fosa común, deambuló por el campo, escondida entre
matorrales y sobreviviendo gracias a la ayuda prestada por algunos
vecinos a escondidas.
Fue en estas condiciones cuando Juana se
encontró en el campo con su hijo Juan, el mediano de los tres, que
cargaba a hombros con el cuerpo de Francisco, el mayor, que ya había
sido asesinado por los falangistas. Madre e hijo comenzaron el camino
hacia la casa de Antonio, el hijo menor.
Allí se quedó la mujer
escondida, mientras que Juan se retiró al campo para no ocasionar más
problemas a la familia. Moriría asesinado días después tras ser
descubierto por los falangistas.
El
hijo pequeño de Juana tenía amistad con el comandante Arizón, uno de
los artífices del éxito del golpe de Estado en Jerez, ya que acaba de
prestar servicio militar como ayudante suyo. Antonio acudió al
comandante y le comentó la situación familiar.
El militar no lo dudó y
firmó un indulto para la mujer. Durante un mes, Juana fue atendida
diariamente por un médico del regimiento militar de caballería de Jerez
de la Frontera. Sin embargo, la noticia de que la Moricha
seguía con vida llegó pronto a oídos de sus enemigos en Trebujena, que
rápidamente acudieron a casa de Antonio
Cordero para apresarla. Antonio
enseñó el indulto firmado por el comandante militar a los fascistas, que
hicieron caso omiso del certificado y se llevaron a la mujer.
"Temblorosa, Juana entra de nuevo en el cuartelillo, y lo primero que
oye fue esto: "¡La otra vez no te rematé bien, pero esta vez no
fallaré!", dijo su verdugo a la vez que la encañonaba en las sienes.
Horrorizada, la anciana, no pudo contener sus esfínteres, orinándose a
chorros delante de todos ellos", escribe el investigador Caro.
Antonio,
por su parte, corrió en busca del comandante Arizón que, sin dudarlo,
se puso rumbo a Trebujena dispuesto a evitar el fusilamiento de la
mujer. Tras largas discusiones con las autoridades locales, el
comandante Arizón consiguió la libertad de Juana, que vivió hasta el 21
de diciembre de 1960 cuando falleció a causa de una bronconeumonía.
Juana perdió a su marido, a dos de sus hijos y sobrevivió a dos intentos
de fusilamiento. Su historia es la historia de una amarga victoria
dentro de un mar de derrotas. La derrota de un pueblo que había soñado
con una sociedad más igualitaria y que pagó con su sangre los sueños de
libertad, justicia y dignidad." (ALEJANDRO TORRÚS , Público, Madrid 28/09/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario