"La historiografía relativa a la represión franquista durante la Guerra
Civil ha planteado desde hace ya tiempo dos cuestiones intrigantes
todavía no explicadas satisfactoriamente: la primera es la de determinar
la razón por la que la represión asesina del sistema franquista sobre
las poblaciones de los territorios que ocupó o iba ocupando a lo largo
de la guerra («limpieza a fondo») se frenó bruscamente al llegar a las
provincias vascas, de manera que las cifras del exterminio represor
franquista muestran en el caso de estas provincias un carácter
anómalamente bajo.
La segunda es la de explicar por qué razón surgió
veintiún años después un movimiento violento antifranquista precisamente
allí donde la represión franquista había sido más suave (entiéndase
este calificativo en un contexto comparativo y contable, en cualesquiera
otro un solo asesinado es ya un infinito).
Estas preguntas no pueden ni siquiera ser planteadas en el ámbito
público vasco por la sencilla razón de que la memoria creada por el
nacionalismo en 1937, y aceptada desde hace tiempo como versión
hegemónica por la sociedad vasca, ha sustituido el dato histórico que
está en su base por otro, que no es histórico sino mítico: el de que la
represión franquista se ensañó especialmente con el País Vasco, al que
hizo objeto de un castigo particularmente cruel, de manera que lo
convirtió en una muy particular ‘víctima colectiva’.
Aunque este mito
desfigura plenamente la Historia, permite en cambio insertar lo sucedido
en un relato del ‘conflicto’ que describe la Guerra Civil como una
guerra de España contra Euskal Herria.
Y, sin embargo, la Historia sigue ahí y no
deja lugar a dudas: los datos más recientes y contrastados arrojan un
total de víctimas de la represión franquista en las tres provincias
vascas de entre 1.600 y 1.900 personas, sobre una población total de
891.710 habitantes. Pues bien, sólo en la ciudad de Sevilla, con una
población de 805.000 personas, hubo 3.200 muertos.
En Huelva provincia,
con menos habitantes, hubo 6.019 asesinados. Hay pueblos como Lora del
Río, Nerva o Mérida que superan por sí solos en número de víctimas a
cualquiera de las provincias vascas. Y si queremos comparar con
provincias tan socialmente conservadoras y católicas como las
vascongadas, resulta que incluso Burgos (2.500), Valladolid (2.000),
Zamora (4.500), Logroño (2.000) o Navarra (3.000 concentradas en la
Ribera sindicalista) superan en asesinados a las tres provincias, a
pesar de que su población era tres y cuatro veces inferior (tomo estos
datos del historiador de la represión Francisco Espinosa Maestre).
Se han argüido varias explicaciones para este hecho sorprendente. Una
el carácter socialmente conservador y religioso de las provincias
vascas, pero este argumento no es compatible con lo sucedido en otras
castellanas que no lo eran menos. Otra ha sido el supuesto ‘oasis
republicano’ en Euskadi previo a la conquista franquista, que aduce que
la violencia republicana fue muy inferior en Euskadi que en el resto de
España, lo que habría sido tenido en cuenta como ‘atenuante’ por la
posterior venganza franquista.
Pero ese ‘oasis’ no responde a la
realidad, puesto que el número de víctimas religiosas y de derechas no
fue proporcionalmente inferior al de otras provincias (en este punto
Euskadi sí cumple con la media española). También se ha señalado que
cuando la maquinaria represiva franquista llegó a las provincias vascas
en 1937 el inicial sistema incontrolado de matanza mediante ‘sacas’ que
afectó a Andalucía, Castilla o Extremadura se había sustituido por uno
más organizado (más ‘contenido’) que aplicaba la ‘justicia militar’.
Lo
cual es cierto, pero no sirve de explicación, puesto que los consejos de
guerra sumarísimos condenaron a muerte y ejecutaron en 1937 en mucha
mayor proporción que en el País Vasco tanto poco antes donde se acababa
de inaugurar (Málaga) como donde se aplicó inmediatamente después
(Santander y Asturias). Al final, el caso vasco salta en todo caso a la
atención del historiador por su excepcionalidad.
Una población vasca que
representaba en 1937 el 3,75% de la española completa, aportó sólo el
1,30% de los represaliados muertos (Javier Gómez Calvo). La tasa de
españoles ejecutados por Franco fue del 0,54%, la de vascos del 0,20%.
¿Fue sensible Franco a la circunstancia de que necesitaba a la
industria de la margen izquierda para su esfuerzo militar y por ello no
le convenía excederse en la represión de los trabajadores? ¿O lo fue a
la retirada voluntaria (rendición) de los batallones nacionalistas, que
en buena parte pudieron ser reutilizados directamente por el ejército
sublevado? ¿O es que la afinidad social y religiosa entre franquistas y
nacionalistas pesó más que su radical oposición en el terreno
identitario?
«Las columnas rescatadoras que Dios guía no tenían por qué
actuar (en Bilbao) con el ímpetu justiciero y purificador que en Badajoz
o Málaga», decía en ese sentido Giménez Caballero a la prensa
donostiarra en 1937. ¿O fue que la proximidad a Francia facilitó la
huida de las personas más amenazadas?
No parece fácil aceptar esta
última explicación. Hubo algo más: según la ‘Memoria del Fiscal del
Ejército de Ocupación’ de 115 de enero de 1939, en Vizcaya se procesó a
unas 11.000 personas, siendo condenadas a muerte 445, mientras que en
Santander fueron condenadas 1.946 personas de las 13.000 encausadas. Y
el mismo fiscal escribe: «La severidad disminuyó de modo extraordinario
en Bilbao por razones políticas de la campaña y por la extraordinaria
complicidad que Vizcaya brindaba a los encartados». Complicidad… ¿de
quiénes, cómo y por qué?
Cuestiones que nunca se contestarán, porqueque la memoria imperante y
políticamente correcta dice que ni siquiera existen como tales. Los
hechos nunca tuvieron lugar, más aúnaún, fueron exactamente al revés
–dice esa memoria hegemónica–. (...)
Para la memoria hegemónica la violencia terrorista nació como reacción a
una previa y terrible violencia represora española. Pero ese dato era
en gran partete ‘inventado’ o ‘construido’ por sus propios actores,
puesto que objetivamente no existía ese plus de represión que el
nacionalismo sostiene sino todo lo contrario.
Ellos pudieron sentirlo
así, pero no era así. Lo cual hace que la pregunta correcta sea la de
por qué y cómo unos jóvenes nacionalistas en los sesenta creyeron de
verdad que estaban asistiendo a la inmolación de un pueblo por sus
enemigos cuando, en realidad, eso era un relato mítico." (EL CORREO 19/10/14, J. M. RUIZ SOROA, en Fundación para la Libertad)
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