"Los curas republicanos fueron doblemente represaliados por cometer el
pecado mortal de demostrar que era compatible ser católico y republicano
y que, tratándose de sacerdotes, era incluso más cristiano
comprometerse con los más pobres y con la democracia que con los
golpistas.
Y es que estos no tuvieron piedad con ellos, que sufrieron los mismos castigos que el resto de quienes resistieron a la rebelión: muerte, cárcel y exilio.
Pero tampoco tuvo misericordia con ellos la jerarquía católica
española, que aliada con Franco, no les perdonó la osadía de desmarcarse
de la cruzada que bendijo decenas de miles de fusilamientos. (...)
De hecho la historiadora y profesora de la Universidad de Málaga
Encarnación Barranquero lamenta no haber podido consultar el expediente
personal en el Seminario del cura malagueño Francisco Fernández
González, que fue fusilado con 41 años en las tapias del viejo
cementerio de San Rafael, donde este año se ha erigido un monumento en
memoria de los miles de fusilados tras la toma de la ciudad y enterrados
en la segunda área de fosas comunes más grande de Europa después de
Sebrenica, en la antigua Yugoslavia.
Este cura pagó cara la osadía
de su compromiso social en las parroquias de Almogía y Mijas, su
posterior decisión de dar clases como maestro, su pertenencia al comité
que depuró a docentes de derechas y, especialmente, su decisión de
"casarse por lo libertario" ya durante la guerra. Francisco Fernández
fue detenido días después de la caída de Málaga, sometido a un consejo
de guerra y condenado a muerte.
"De nada le sirvió reivindicar con
insistencia en la cárcel su condición de cura, ni encargar que le
trajeran una sotana, ni firmar sus cartas siempre con su nombre y el
añadido de presbítero", dice Barranquero, que reconstruyó su biografía
recurriendo a otras fuentes no eclesiásticas como "los expedientes de
represión, de preso y de responsabilidades políticas". (...)
Los archivos de la Iglesia siguen cerrados a cal y canto a los
investigadores como norma general, salvo que se trate de buscar
argumentos para beatificaciones masivas de "mártires religiosos", que
han sido muy criticadas por solventes investigadores como el monje
benedictino Hilari Raguer.
El historiador sevillano José María García
Márquez ha intentado en un par de ocasiones, incluso a través de dos
sacerdotes, acceder al expediente de un cura que fue fusilado durante el
verano del 36 por Queipo de Llano sin que se sepa la fecha exacta de su
muerte, "porque no está inscrito en el Registro Civil, ni se puede
entrar en el archivo de la Curia para consultar su expediente".
Se trata
de Antonio Sáez Morón, que fue capellán del hospital de San Lázaro y
miembro de la Hermandad de la Macarena, después de haber sido ayudante
en la parroquia del pueblo de Herrera. "Dispongo de testimonios sobre el
asesinato de este cura, que protestó ante Queipo por cómo enterraban vivos a muchos fusilados en la tapia del cementerio, pero
no puedo cotejar la versión de los testigos con la documentación de su
expediente.
Se da la paradoja de que puedes consultar el expediente de
un ferroviario, de un funcionario, de un maestro, pero no el de un
cura", se lamenta García Márquez, que junto al también investigador
Francisco Espinosa, acaba de publicar Por la religión y la patria, sobre el papel que jugó la Iglesia católica como apoyo del bando franquista en la Guerra Civil española. (...)
Los 16 curas vascos fusilados no fueron los
únicos que ordenó matar Franco por oponerse a sus planes totalitarios,
sino que hubo otros por España, como Matías Usero en Galicia y los dos
antes referidos en Andalucía, sin que se descarte que aparezcan más
según avancen las investigaciones.
Entretanto, todo parece indicar que
fueron más los que lograron huir de la represión e instalarse en el
exilio, como sucedió con el gaditano José Manuel Gallegos Rocafull, un
hombre de una cultura vastísima que alcanzó el doctorado en Filosofía y
Teología y que llegó a ser canónigo de la catedral de Córdoba.
Su
biógrafo, el investigador egabrense José Luís Casas sí que pudo
consultar su expediente en el obispado cordobés, así como las actas del
Cabildo de la Catedral del que formó parte y su ficha en el seminario de
Sevilla. "He tenido suerte y me considero afortunado", reconoce Casas,
quien destaca que el referido cabildo llegó a hacerle recientemente un
homenaje en sesión interna, "pero aunque no haya sido público, ha tenido
un reconocimiento interno de los canónigos".
Gallegos
Rocafull era un intelectual de gran proyección incluso fuera de España
que durante la República daba clase de Filosofía en la Universidad de
Madrid y fue candidato a las elecciones de 1931, sin que obtuviera
escaño.
Durante la Guerra Civil, fue enviado a Bruselas para hacer
campaña junto a otro cura, Leocadio Lobo, a favor de la República entre
los católicos europeos y allí en la Casa de España dejó clara su
posición política frente a la jerarquía episcopal entregada a la causa
golpista:
"Os lo diré de una vez por todas, abierta y sinceramente: he elegido al pueblo",
dijo públicamente. "Gallegos basó su decisión en un argumento
religioso, convencido de que Cristo habría estado al lado del pueblo, si
se le hubiera planteado una situación similar", asevera José Luis
Casas.
Gallegos mantuvo su enfrentamiento, incluso públicamente y
por escrito, con la jerarquía católica franquista a la que acusó de
complicidad con la represión, por lo que el entonces cardenal primado
Gomá le aplicó la suspensión a divinis, por lo que no pudo volver a
oficiar misa en su exilio mexicano hasta que renunció a la canongía de
Córdoba en los años 50. Quid pro quo, que dirían los clásicos.
Hasta su
muerte, en México se dedicó a la docencia universitaria y "sus sermones
de alto contenido social se hicieron tan famosos que hasta el poeta
Altolaguirre comentó tras asistir a una misa: he estado a punto de
convertirme otra vez cuando lo he escuchado", comenta José Luís Casas.
Otros dos curas andaluces que murieron exiliados aparecen en el libro Otra Iglesia
sobre los sacerdotes que se mantuvieron fieles a la democracia
republicana. Uno fue el almeriense Hugo Moreno, que al trasladarse a
Madrid cambió su nombre por el de Juan García Morales y se puso al
servicio de la República, escribiendo infinidad de artículos en los
principales periódicos y convirtiéndose en incansable azote del clero
antirrepublicano. Podría decirse que fue un cura periodista y
propagandista, más populista y con menos profundidad ideológica que
otros, que murió en Francia en 1946, olvidado como tantísimos exiliados.
El
otro sacerdote andaluz -en este caso granadino de adopción- tuvo una
gran proyección política, ya que pese a ostentar el cargo de deán de la
Catedral de Granada, llegó a ser diputado a Cortes por el Partido Radical Socialista
en la primera legislatura republicana de 1931, lo que le granjeó la
suspensión a divinis y la excomunión por parte de la jerarquía católica.
Trató a García Lorca y fue amigo del dirigente socialista y ministro
Fernando de los Ríos. Se llamaba Luis López-Dóriga y murió en México en
1962. Sus restos han reposado durante muchos años olvidados, junto a los
de Gallegos Rocafull, en el panteón español.
No fue fácil la vida de los curas republicanos, cuyo compromiso político y social fue reprimido por la Iglesia española incluso antes del golpe militar de
julio de 1936. Después, conforme avanzaba la contienda, la Iglesia
acentuó su repudio contra ellos y el franquismo volcó sobre ellos todas
sus iras represivas.
Como hemos visto, estos curas republicanos no eran analfabetos con sotana ciegos por la fe y sin criterio. Eran intelectuales muy conscientes del papel teórico de la Iglesia ante las desigualdades y el conflicto social
de la España de los años treinta, que sustentaban su base doctrinal en
la encíclica Rerum Novarum de León XIII, a finales del siglo XIX, uno de
los principales pilares de la doctrina social de la Iglesia. (...)" (Rafael Guerrero, Público, 24/06/2014)
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