13/3/14

El cerebro humano se resiste a que, para las grandes catástrofes, no aparezcan signos premonitorios, advertencias, cambios paulatinos de situación



“La sorpresa de la entrada alemana el 19 de marzo, paralizó toda capacidad de reacción entre los hebreos. Ni nadie lo esperaba, ni nadie tomó precauciones. Es decir, ocurrió lo mismo que le pasará siempre al hombre.

 Muchos judíos se daban cuenta de que la situación privilegiada en que vivían era puramente transitoria y que la evacuación se hacía urgente. Pero iban demorándolo de un día para otro, de una semana para la venidera. He conocido algunos que consiguieron ingeniárselas para llegar hasta Suiza, realizar allí algún pequeño negocio y, en lugar de quedarse en territorio neutral, volvieron, para no desatender sus intereses en Budapest.

Aunque la experiencia ha demostrado siempre que las grandes convulsiones políticas o las guerras se producen, por regla general, de improviso, el cerebro humano se resiste a que, para las grandes catástrofes, no aparezcan signos premonitorios, advertencias, cambios paulatinos de situación.

 En Hungría existía la conciencia de que antes de suceder cualquier cosa entre sus fronteras, algo grave ocurriría en los países limítrofes. Así como el primer bombardeo norteamericano fue una sorpresa, ya que se esperaba que antes atacasen otras poblaciones, así las gentes, los judíos, pensaron en que siempre habría unas horas para remediar los errores. 

Nada de esto ocurrió, para su mal, pues la entrada de las tropas tudescas se llevó a cabo silenciosamente en la madrugada, cubriendo todas las salidas de las capitales y grandes pueblos. 

Unas horas después, cada aglomeración urbana se había convertido en una ratonera de variable tamaño, de donde la salida era completa y físicamente imposible, donde esperar la muer-te, agazapados, era casi un síntoma de febril actividad.

Además, la capacidad del ser humano para superarse en la maldad es tan elástica como desconocida. Cuando pasaron las primeras horas, los días primeros, todo parecía indicar que no había posibilidad de batir una tal marca de crueldad en el exterminio de nuestros semejantes. 

La experiencia posterior indicó que habríamos de abrir un amplio crédito a la credulidad, ya que todas las previsiones se quedarían cortas.

Se podría calificar aquella etapa de preparación, de primer golpe de sangre de una vena rota súbitamente.  (…)"

(Eugenio Suárez:  Corresponsal en Budapest  (1946), Ed. Fundación Mapfre, 2007, págs. 114/5)

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