21/2/14

La información sobre las atrocidades nazis corre ya por todas partes. No hay ignorancia, hay silencio cómplice de la Iglesia española y del gobierno de Franco



“La información sobre las atrocidades nazis corre ya por todas partes. Los habitantes de Vilnius, como los de casi cualquier otra ciudad en la que exista el «problema judío» conocen las noticias, por mucho que sea de forma fragmentaria.

 También lo saben los alemanes que no participan en las matanzas, pero reciben confidencias de sus vecinos, de los guardianes de los campos, de los soldados del frente del este.

Es porque llegan esas noticias por lo que comienzan algunas insurrecciones en guetos, como el de Varsovia, donde el 29 de abril los cincuenta y seis mil internados se rebelan contra los alemanes. Durante casi un mes los judíos polacos, armados con algunas pistolas y fusiles, se enfrentan a la artillería, la aviación y las poderosas dotaciones de miles de soldados nazis. 

El área del gueto queda machacada, y sólo sobreviven algunas decenas de judíos. Una gran victoria para el Reich. Y una nueva noticia que recorre, en voz baja, toda Europa. A los alemanes la victoria les ha costado casi un centenar de muertos y el gasto de muchos miles de toneladas de explosivos.

Como sucede en la ciudad polaca de Lvov, rebautizada por los nazis como Lemberg, una ciudad donde los judíos se alzan contra sus guardianes y lo-gran matar a nueve de ellos el i de junio. El resultado de la batalla es el pre-visible: otros cuantos miles de judíos muertos a base de bombas y disparos.

El jefe del Judenrat local, Henryk Landesberg ha sido ejecutado unas semanas antes de una manera llamativa. Él y otros doce judíos han sido acusados de colaborar con la resistencia. Y les han colgado de farolas.

 Como las cuerdas no son de buena calidad, se han roto varias veces, y los condenados han tenido que volver a subir las escaleras de sus improvisados cadalsos hasta en tres ocasiones para que les vuelvan a atar la cuerda al cuello y les vuelvan a dejar caer colgados.

 Los civiles alemanes de la localidad han tenido tres días para ver el espectáculo de los cuerpos suspendidos en el aire, con el rostro azulado. Han llevado a sus hijos para que no se lo pierdan. 

Cada insurrección se convierte en un baño de sangre, pero quienes las encabezan piensan que es mejor morir de esa manera que en las cámaras de gas o en los bordes de las grandes fosas comunes, mansamente. Lo sabe ya la Iglesia católica. En el Vaticano se reciben informes que no dejan lugar a la duda. Aparte de los obtenidos por los propios medios de la Iglesia, los norteamericanos les suministran datos abrumadores.

 El embajador ante la Santa Sede, Myron C. Taylor, uno de los hombres que se entrevistó con Franco hace pocas semanas, entregó una nota el z6 de septiembre al secretario de Estado del papa, el cardenal Maglione, en la que le describía la forma en que los alemanes sacaban del gueto de Varsovia a los judíos, a hombres, mujeres y niños sin distinción, para matarles a tiros en campos como el de Belzec.

 Taylor ha recibido la información de dos testigos muy fiables, porque son arios. Y añade que, mientras a los deportados judíos de Francia, Alemania, Holanda y otros países del oeste, les matan, a los prisioneros que no son judíos sí los usan para trabajar.

El embajador preguntó si el Vaticano tenía alguna información que confirmara sus datos y si el papa tenía alguna sugerencia en «cuanto a la forma práctica en que se podrían utilizar las fuerzas de la opinión pública civilizada para evitar la continuación de estas barbaridades».

La respuesta no fue muy satisfactoria. Para Maglione, la exactitud de las informaciones no ha sido verificada. Y en todo caso, «la Santa Sede aprovecha todas las oportunidades que se le ofrecen para mitigar el sufrimiento de los no arios».

El embajador inglés Francis D'Arcy Osborne se muestra indignado ante la respuesta vaticana a una interpelación suya que es similar. Mientras Hitler recibe a Muñoz Grandes, el mismo día 13, el inglés escribe en su diario su amargura. Y pocos días después, registra la brutal respuesta de Maglione a su pregunta. El secretario de Estado le dice:

El papa no puede condenar «atrocidades particulares» ni verificar el número de judíos asesinados del que han informado los aliados.5 El papa se va a dar por satisfecho con una referencia al delicado asunto el día de Nochebuena, en su discurso tradicional, emitido por la radio de la Santa Sede:

La humanidad debe este voto de volver a conducir hacia la ley divina a los centenares de miles de personas que sin falta alguna por su parte y únicamente debido a su nación o su raza, han sido condenados a muerte o a la extinción progresiva. 

Una declaración que resulta demasiado débil para las cancillerías de los países democráticos.

En todo caso, una declaración que habla del asunto.

En España los medios de comunicación no difunden el discurso del papa. No ese fragmento.

Y, por supuesto, los obispos lo olvidan. Aunque ellos conocen al dedillo lo que su jefe ha dicho. No hay ignorancia, hay silencio cómplice de la Iglesia española y del gobierno de Franco.

Lo saben ya de forma indiscutible los dirigentes aliados que combaten a los nazis en todos los frentes. Desde la declaración solemne del Parlamento británico el 17 de diciembre, a la que se unió el gobierno norteamericano y el Comité Nacional Francés Libre de Charles de Gaulle, por la que se anunció que los judíos estaban siendo exterminados y que los responsables de esos crímenes serían castigados, nadie puede alegar ignorancia. La prensa española no se hace eco de nada de eso. Los dirigentes políticos españoles, tampoco. La Iglesia española, tampoco.

No hay constancia de que el duque de Alba, que en su condición de embajador es un eficiente transmisor de las informaciones relevantes que se producen en Inglaterra, le haya dedicado al asunto algún tiempo.

A Hitler y a Goebbels, su responsable de Propaganda, les preocupa que se hable en todo el mundo de las matanzas de judíos. La reacción es acentuar la propaganda propia denunciando el papel de los hebreos en la guerra. Los judíos son el nexo oculto entre el capitalismo y el bolchevismo.

 Y se habla, sin el menor intento de ocultar nada, de la necesidad de eliminarlos, de exterminar la raza maldita. Lo hace Hitler el 7 de febrero en Rastenburg, y lo hace Goebbels el día 18 del mismo mes en el Sportpalast. Por supuesto, no conviene que se conozcan los detalles de la matanza, pero sí que el pueblo alemán sea consciente de que esa tarea es primordial.  (…)

En cambio, sí tienen los medios para controlar la información que tienen que dar la prensa y la radio el vicesecretario Gabriel Arias Salgado y el nuevo jefe de la Falange Exterior, el veterano de la División 250 Fernando María Castiella.

Castiella es, junto con José María de Areilza, el teórico de la empresa imperial pendiente para España. Y es uno de los mejor informados sobre las atrocidades que el régimen hitleriano está cometiendo. Él ha visto con sus propios ojos las comitivas de judíos camino de la muerte, como tantos otros divisionarios. 

Y está al corriente de las informaciones que llegan de los representantes españoles en el exterior. Castiella tendrá el cinismo, cuando sea ministro de Asuntos Exteriores de Franco, de participar con un alto grado de responsabilidad en la gran maniobra franquista para confundir a la opinión pública internacional y apuntarse el tanto de los esfuerzos para salvar judíos:

La protección española a los judíos perseguidos no sólo goza de las simpatías universales sino que ha sido apoyada por las grandes potencias. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Estado español, aun reconociendo que prestó eficaz ayuda a los sefardíes, pecó en algún caso de excesiva prudencia y es evidente que una acción más rápida y más decidida hubiera salvado más vidas.

 El diagnóstico a posteriori es certero. El gobierno español deja pasar con cuentagotas a los refugiados que menudean ahora, tras la ocupación total de Francia por las tropas alemanas. 

A casi todos los que consiguen pasar, se les envía, tras un minucioso examen de su documentación, al campo de concentración de Miranda de Ebro, donde se llegan a hacinar más de tres mil detenidos preventivos a la espera de que organizaciones internacionales se hagan cargo de ellos.

Castiella mentirá sobre los sefardíes españoles, porque no a todos se les da protección, ni es el gobierno el que toma en sus manos la defensa de sus vidas. Son diplomáticos españoles quienes lo hacen bajo su responsabilidad y asumiendo riesgos. 

Las vacilaciones que se producen harán que cientos de sefardíes acaben el campo de concentración de Bergen-Belsen porque los nazis no recibirán una respuesta clara sobre qué hacer con ellos.”

(Jorge M. Reverte: La División Azul. Rusia, 1941-1944. RBA, 2011. Págs. 500/503)

1 comentario:

Wallbertto dijo...

La razón por la que las iglesias callaron es evidente. Se debió a que la clerecía y sus rebaños habían abandonado las enseñanzas de la Biblia en favor de la cooperación con el estado político. En 1933, la Iglesia Católica firmó un concordato con los nazis. El cardenal Faulhaber escribió a Hitler: “Este apretón de manos con el Papado es un hecho de valor incalculable. ¡Quiera Dios conservar al canciller al frente de nuestro pueblo!”.
La Iglesia Católica, al igual que otras confesiones, pasaron a ser agentes del perverso gobierno de Hitler. A pesar de las palabras de Jesús de que sus seguidores “no son parte del mundo”, las iglesias y su grey fueron parte integrante del mundo de Hitler. (Juan 17:16.) En consecuencia, no denunciaron los horrores que los nazis cometieron contra la humanidad en los campos de exterminio.
--- http://m.wol.jw.org/es/wol/d/r4/lp-s/102002282