"WYNFORD VAUGHAN-THOMAS
Una
montaña de cadáveres de mujeres, una montaña alta, probablemente haya visto las
fotografías, pero el hedor y el horror... había niños pequeños jugando cerca de
la montaña de cadáveres, y ése fue el final, el horrible final. En los
cobertizos se había declarado la fiebre tifoidea y todo lo demás, y no podías
oírte a ti mismo entre los estertores de muerte.
Yacían unos encima de otros,
gente enferma, gente vomitando, cuerpos decrépitos que reptaban con las manos y
las rodillas. Entré en una zona que tuvieron que precintar a causa del tifus; a
través del alambre aparecieron ramas de arbusto, eso pensé que eran, pero eran
los brazos de la gente, y las voces, el sonido ronco que brotaba de gargantas
completamente secas, nunca lo olvidaré.
A veces despierto por la noche, oigo
ruidos y creo que estoy en Belsen de nuevo, entre aquel horrible, espantoso y
nauseabundo olor. Y la indignidad final de amontonar el cuerpo humano como si
no tuviera ningún valor.
Estaba rodeado por bosques de abetos, neutrales, y a
veces no puedo mirar un árbol de Navidad sin acordarme de Belsen. Estaba
perdido en aquella oscura planicie del norte de Alemania y presentías que
habías tocado el fondo más negro de la mente humana."
(Richard Holmes: Un mundo en
guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona,
2008, págs. 297/8)
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