"Pintan a la que fuera primera dama como una
auténtica ave de rapiña -«los actos de caridad a los que asistía eran
todos de cartón piedra, pura comedia y de su bolsillo apenas salió
ningún donativo, todo salía de los fondos del Estado»-. (...)
La victoria militar dio paso a un ataque de
soberbia, según los historiadores; así que «por indicación suya los
medios comenzaron a referirse a ella como la Señora, y como tal, dándose
tremendos aires de poder, comenzó a comportarse». (...)
Si alguien se atrevía a exigir el pago de los servicios, había que hacerlo enviando la factura a El Pardo. Por supuesto, se pagaba con fondos del Estado, claro, pero quien lo hacía se arriesgaba a perder cierta clientela selecta o a sufrir una inspección de Hacienda».
En la puesta de largo de Carmen Franco, la hija del general y de Carmen Polo, se celebró un banquete y baile al que asistieron dos mil invitados: «la Señora vestía las mejores galas, pero aunque la mona se vista de seda... lo cierto es que aunque esbelta y delgada, nunca fue guapa, ni su cara agradable ni su figura especialmente atractiva.
Ello se puso más en evidencia cuando Eva Perón llegó a España en 1947. Carmen Polo intentó competir inútilmente con ella en belleza, juventud y modelos, lanzándole miradas de odio cuando su marido se inclinaba a besarle la mano».
En el otoño de 1950 la ilustre carbayona «logró obtener una audiencia con el papa Pío XII: el colmo del éxtasis religioso. Allí acudió con su hija y su yerno, anunciando que donada dos mil pares de zapatos a los católicos necesitados. Sin embargo, todo era mentira. Los zapatos eran de un fabricante amigo de la familia, no suyos. Era el reino de la apariencia y la cursilería».
En las Navidades acumulaba obsequios, incluidos los dedicados a niños que llegaban a El Pardo para los nietos del general. «El ansia acaparadora de doña Carmen no sólo era de juguetes, sino de todo tipo de productos. Cualquier nuevo electrodoméstico, vehículo, coche, motocicleta, utensilio de cocina, vajilla que llegaba a España que era producido por primera vez, se enviaba a El Pardo como regalo y muestra de eterna gratitud».
Con los vinos, «cual urraca, la Señora los iba amontonando en sus almacenes, desechando la mayoría y aprovechándolos a su vez cuando debía hacer algún regalo; pero siempre con una mezquindad para su riqueza y para el botín que había acumulado». (...)
Cardona y Losada, tan crítico con la figura de Carmen Polo, indican, no obstante, que «sabía guardar las formas y en sus ocasionales encuentros con la familia real se comportaba como la señorita de Oviedo que era, mostrando reverencia hacia la sagrada institución de la monarquía».
Muerto el general, «decenas de camiones partieron del palacio» de El Pardo «cargados hasta los topes sin que nadie supervisara la más que probable acción de saqueo del Patrimonio Nacional que sin duda se produjo. En su nuevo y lujoso piso de Madrid apenas cabían los miles de joyas, por lo que tuvo que alquilar cajas de seguridad en bancos para depositar allí las más valiosas». (La Nueva España, 08/04/2013)
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