13/4/11

"Cuando se entra en combate el individuo se subyuga al grupo porque esa es la única manera de sobrevivir"


Imagen del documental Restrepo (2010), de Sebastian Junger y Tim Hetherington, rodado en 2008 en el valle de Korengal, en Afganistán, y premiado en el Festival de Sundance

"La idea del libro fue evolucionando poco a poco. En mi segundo viaje a la zona comprendí cómo de importante y tremendamente adictivo es el vínculo que se establece entre los soldados que se encuentran en el frente.

Cualquier historia de las muchas que se han escrito sobre la guerra en esencia trata de eso", recuerda. "Los soldados suelen echar mucho de menos ese vínculo tan peculiar cuando regresan a sus casas y esto a los civiles les cuesta mucho entenderlo". (...)

Junger, licenciado en Antropología, se propuso elaborar una anatomía del valor y atacar este asunto desde múltiples perspectivas con la experiencia directa de los soldados como cuerpo central de la historia. El resultado resulta intenso.

En el libro reconstruye sin tapujos cada detalle de la vida en el frente: la tensión, el tedio, la agresividad, el compañerismo y el miedo. "He intentado averiguar cómo alguien llega hasta el punto de arriesgar su vida por otra persona. Cuando se entra en combate el individuo se subyuga al grupo porque esa es la única manera de sobrevivir", explica.

"Los civiles básicamente saben de la guerra a través de Hollywood, así que no entienden lo confuso que resulta todo, la mecánica del combate, el procedimiento. Allí no sientes que quienes te disparan te odian. Un ataque de artillería es como un problema de álgebra y no puedes dejar que la ira se interponga. Las emociones afloran después, cuando ya no estás luchando".

Junger derriba con prosa clara y contundente tabúes e ideas preconcebidas sin omitir rivalidades, envidias, ni escenas poco gloriosas. "Tengo mucho respeto por los soldados, si hablo de cosas que me hicieron sentir incómodo y las pongo en contexto no pasa nada.

Todo el mundo en una circunstancia determinada puede hacer o decir cosas y eso no significa que seas así. Estos tipos matan a gente y pensar que no hacen otras cosas es descabellado, no tratar todo esto sería poco honesto", asegura.

Los cientos de soldados y veteranos que se le han acercado en las muchas lecturas y presentaciones públicas en las que ha participado desde que se publicó el libro han acabado de convencerle: "Muchos me dicen que les he ayudado a entenderse a sí mismos". (...)

Las consecuencias de estar expuesto al combate, sin embargo, parecen ser las mismas, antes y ahora. El llamado síndrome de estrés postraumático y los problemas de adaptación que sufren los jóvenes que regresan del frente yacen bajo las crudas descripciones de Guerra. "En el frente el problema es que esto anula tu capacidad para luchar", explica.

"Este tipo de trauma es ancestral y los humanos responden así a estas situaciones. Se trata de cicatrices que permanecen siempre: la guerra mental nunca se termina. Cuando has perdido a tus mejores amigos y han caído delante de ti cubiertos en sangre, la idea de una recuperación total es demasiado". (...)

"La narración lineal no iba a funcionar porque no había al final una batalla culminante. Durante los cinco primeros meses ocurrieron las cosas más llamativas, luego los soldados aprendieron a combatir y empezaron a matar al enemigo de forma contundente.

Al final estaban dando patadas al reloj, listos para irse. Opté por ir más al fondo y hablar de las emociones primarias que se experimentan en la guerra, y explicar así la psicología, la neurología y la antropología del valor". Tampoco quiso incluir Afganistán en el título. "Las experiencias que retrato son eminentemente universales". (El País, Babelia, 09/04/2011, p. 12/3)

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