21/2/11

¿Qué hacemos con los genios infames? Con los grandes artistas han defendido ideas que promueven el odio

"En sus memorias, la señora Destouches recordaba la actitud de su marido hacia unos textos a los que, decía, algunos atribuyen "un poder maléfico": "Cuando supo lo que realmente había pasado en los campos de concentración se quedó horrorizado, pero nunca fue capaz de decir: 'Lo lamento'.

No se le perdonó el no haber reconocido sus culpas y él jamás dijo: 'Me equivoqué'. Siempre aseguró que había escrito sus panfletos con una finalidad pacifista, nada más. En su opinión, los judíos incitaban a la guerra [él había sido herido en la del 14] y quería evitarla. Eso era todo".

Aunque nunca han faltado pacifistas empeñados en apagar el fuego con una lata de gasolina, Céline ha alcanzado una categoría de icono que no tienen reaccionarios tan citados como Robert Brasillach o Drieu La Rochelle.

La razón es simple: como novelista es uno de los más grandes. Lo que no es tan simple es cómo reconocer esa grandeza sin mancharse las manos. La equivocación sería, para muchos expertos, seguir barriendo las vergüenzas debajo de la alfombra.

Bernard-Henri Lévy lo dijo así el mismo día que se anunció la decisión del ministerio de Cultura de su país: "Aunque la conmemoración sirviese solo para eso, para empezar a entender la oscura y monstruosa relación que ha podido existir entre el genio y la infamia, habría sido no solo legítima, sino útil y necesaria".

Para Esther Bendahan, escritora y directora de cultura de Casa Sefarad-Israel en Madrid, es un error suspender la conmemoración una vez programada: "Era una oportunidad de reflexión. No digo que esté de acuerdo con el planteamiento, pero una vez planteado, hay que defenderlo y aprovecharlo".

La polémica, según Bendahan, surge por la cercanía del horror que alimentó el racismo de muchos intelectuales: "Hablamos de algo muy cercano y, diría, de gran actualidad todavía. Eso hace difícil separar la persona de su obra".

Algo perfectamente fácil de hacer, sin embargo, en el caso de autores como Quevedo, cuyo antisemitismo no hace ya tanto daño como el de un contemporáneo. Por no hablar de la misoginia o la defensa de la esclavitud de no pocos de sus vecinos en los barrios bajos de la historia del arte.

¿Y cuándo queda el horror lo suficientemente lejos? Para responder, la autora de Déjalo, ya volveremos recurre a una serpiente que se muerde la cola: "Cuando no levanta polémica. Cuando se vive como un fenómeno ajeno a nosotros que ha formado parte de una locura histórica. Cuando es ya más historia que memoria".

El filósofo Reyes Mate, Premio Nacional de Ensayo en 2009 por La herencia del olvido, ha consagrado muchos de sus trabajos a la relación entre historia y memoria a la luz, sobre todo, del Holocausto, pero también de la Guerra Civil y de la dictadura argentina.

Para él, "la memoria decisiva no es la de los hechos felices sino la de los infelices, y esa memoria negativa es la que puede ser un elemento crítico importante para una construcción diferente del presente". Además, apunta, una cosa es conmemorar y otra, celebrar: "Se celebran los triunfos, se conmemoran las derrotas". (...)

Lo peor que se puede hacer con el pasado, dice Mate, es borrarlo o ignorarlo: "A autores como Céline, cuyas posiciones políticas contribuyeron al desastre, conviene recordarlos porque fueron muy significativos.

Si no los tienes en cuenta no te explicas lo que sucedió. Hay que leer críticamente a Céline, como a Heidegger o a Jünger, porque representa un momento del pasado que ha tenido una importancia enorme en la historia. Difícilmente se puede construir una historia diferente a lo que ellos significaron si no se tiene en cuenta que existieron".

En su opinión, ese argumento sirve tanto para un libro como para un monumento. De ahí su contrariedad al comprobar que en el edificio central de la institución en la que trabaja, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha desaparecido la inscripción en latín que "honraba" a Franco como presidente del patronato del Consejo: "Han quitado el fresco y han puesto unas baldosas neutras.

No hay rastro del pasado. Habría que haber dejado esa inscripción y, al lado, poner una explicación". Para el autor de Justicia de las víctimas, sin huellas se vuelve más difícil leer el pasado. Por eso, dice, "lo que hay que hacer no es eliminar el Valle de los Caídos, sino explicarlo".

Lo mismo cabría decir de los nombres de las calles: "La solución no es eliminarlas. No deberíamos olvidar que hubo una sociedad para la que los generales franquistas fueron personas ilustres. Si hay muchas, como en Madrid, habría que dosificarlas, pero no se puede borrar de la ciudad ese pasado. Ahí la Ley de la Memoria Histórica afinó poco".

En lo que se refiere a los escritores, la gran pregunta es, apunta Esther Bendahan, si la obra de un autor y sus opiniones tienen genes distintos, es decir, si el arte tiene "su propia verdad".

La cuestión es más espinosa en el caso de un filósofo -que trabaja con sistemas que a veces conllevan una ética- que, por ejemplo, en el de un arquitecto, pero parece que no hay duda de que se puede ser un amoral y un gran artista. "La experiencia nos dice que sí. Se ha dicho mil veces: los nazis se emocionaban con la música clásica".

Para Reyes Mate, el arte permite la contradicción de que una forma brillante albergue contenidos terroríficos. Eso sí, lo que ha cambiado es la mirada sobre el arte: "Después de Auschwitz no podríamos decir de ciertos poemas que sean malos, pero sí que son éticamente discutibles.

Lo que añade la experiencia de Auschwitz es el juicio ético, ya no te puedes detener solo en el nivel estético. Nuestra visión de una obra tiene algo que sin esa experiencia no tendría por qué tener. El deber de memoria pide que se incluya el juicio moral".

El día que Céline nos resulte tan lejano como Quevedo algo se habrá ganado pero algo se habrá perdido. Significará que el horror que contribuyó a encender se ha vuelto para nosotros más ajeno que la belleza que él mismo consiguió crear.

Entre tanto, habría que prescindir de la brocha gorda para asumir de una vez por todas que los buenos escritores son a veces malas personas. Y, de paso, asumir que para reconocer la grandeza de un artista no hace ir con flores a su tumba." (El País, 20/02/2011, p. 31)

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