6/2/11

El trato que dió el ejército franquista a los reclutas de zonas 'rojas' durante la postguerra

"Ceuta, año 1944. Ser soldado y valenciano en el primer Batallón de Autos de Marruecos era un combinado fatídico. Al general Franco se le había atragantado Valencia. No solo había sido capital de la República entre noviembre de 1936 y octubre de 1937, sino que también había retrasado el avance de sus tropas.

La toma de la ciudad llevó ocho meses más de lo que habían calculado sus estrategas. El brigada Tejido, destinado en este batallón, no lo olvidaba. Y descargaba todo su rencor sobre el grupo de valencianos bajo sus órdenes: "¡Rojos de mierda!", hijos de puta, ¡qué guerra nos habéis dado!", vociferaba a menudo, henchido de ansiedad.

Bajo aquella presión, el 18 de septiembre de 1944, el soldado Juan Bautista García Sales, de Foios, un pequeño pueblo de la huerta de Valencia, cometió el error de confundir el paso durante la instrucción que realizaba en la explanada del puerto de Ceuta.

Y lo pagó con su vida, tras una agonía de 11 días en el hospital militar. El Ejército echó tierra sobre el asunto: comunicó a la familia que había fallecido como consecuencia de una peritonitis derivada de una apendicitis. (...)

Uno de sus compañeros, Matías Gimeno Orts, de Roca, la vecina pedanía de Meliana (Valencia), recibió un permiso de 11 días con el encargo de entregar a la familia del fallecido su ropa y pertenencias. Era su mejor amigo. Batiste, como era conocido por familiares y amigos, había muerto con la cabeza sobre su brazo el día de San Miguel (29 de septiembre) a las siete y media de la tarde, dos días después de haber cumplido 22 años.

Matías presenció lo ocurrido y casi 67 años después todavía no ha podido olvidarlo. Ahora tiene 88. Es un labrador retirado que vive el último tramo de su vida rodeado de jaulas con jilgueros, pardillos y verderones, y no quiere morir sin que se sepa la verdad sobre la muerte de Batiste, a quien define como "una bellísima persona".

"Me acuerdo como si lo estuviera viendo", rememora, y se levanta de la silla y lo representa con vehemencia. "Estábamos haciendo instrucción. Éramos unos 200 o 250. Íbamos en fila de a tres. Él iba en la fila del medio, delante de mí. Se equivocó en el paso y pisó al de delante.

El brigada Tejido [no recuerda su nombre de pila] lo sacó de la fila: '¡Alto! ¡Tú, salte de la formación! ¡Ponte firme!'. Le golpeó en la cabeza y empezó a echar sangre por la boca y los oídos. Lo reventó. Nos tenía ojeriza a los valencianos porque veníamos de zona republicana. Había terminado la guerra y aquí éramos rojos. Nos insultaba constantemente".

Matías lo estuvo visitando en la cama número 83 del hospital hasta el momento de su muerte. Ese día recibió un recado desde el hospital: "Si quieres ver a Bautista vivo, ven, que está muy malito". A los parientes se les recomendó que mejor no fueran a verlo.

Los compañeros pasaron la gorra y pagaron un nicho en el cementerio de Santa Catalina, en el monte Hacho de Ceuta, del que cinco años después, sin aviso, fue exhumado y trasladado a una fosa. Desde entonces reposan allí sus restos con la silueta del Peñón de Gibraltar recortada sobre el mar.

El hombre que lo presenció todo continúa recordando. Cómo vació la taquilla de Batiste, cómo lo metió todo en el macuto. Tras tres tortuosos días de viaje, entregó sus cosas a la madre, entre las que había una pluma estilográfica con la que había escrito la dedicatoria de una fotografía vestido de militar, que mandó a unos amigos.

Le abrió la puerta Honorato, un niño de seis años, que estaba con su abuela y su madre, Mercedes, una de las hermanas de Batiste. "Cuando entré en su casa había dos mujeres lavando en un barreño grande. Una de ellas era su madre, Amparo. Me preguntó cómo había sido y yo le dije que del apéndice.

Hasta que no terminé el servicio militar y no tuve nada que ver con el cuartel no le dije que en el papel habían puesto una mentirola. Entonces conté la verdad a algunos familiares", refiere. Pero su madre se lo calló. (...)

"Nos dijeron muchas mentiras. Que estaba muy mal, grave. Luego, dos días antes de morir, que había mejorado. Dijeron que había muerto de una apendicitis, que había tirado un gusano muy largo...", relata postrada en un sillón con las piernas en alto en su casa de Foios. El cura les trajo la mala noticia y les contó que había tenido "muy buen entierro".

"Mi madre se quedó casi ciega de llorar durante tres meses. Se le cayeron las pestañas. Nos hacía mucha falta porque mi padre había muerto. Éramos siete mujeres y tres hombres, pero él era el único que cobraba un sueldo todos los meses", justifica. (...)

Rosario no supo la verdad sobre la muerte de su hermano hasta que al cabo de varios años se lo reveló su marido, Tonet Palau. Él, que había sido teniente en el ejército republicano y tras la guerra hizo trabajos forzados en el Valle de los Caídos, había sido informado por Matías y otros tres compañeros de Batiste.

Pero su mujer no quería saberlo: "No me lo vuelvas a decir, mi hermano está muerto y no quiero saberlo", le espetaba cada vez que trataba de contárselo.Tampoco quería saber nada su hermano Vicente, cinco años menor que Batiste, que cambiaba de acera cuando veía por la calle a Matías. "Mi padre rehuía la verdad porque no podía hacer nada", explica su hijo, Vicent García Devís.

"Era una injusticia muy grande y no se podía hacer nada. La dictadura era un muro inmenso. España estaba gobernada por militares y los fusilamientos estaban a la orden del día. Además, era una familia sin recursos, que no hablaba apenas en castellano, sin contactos... No habían podido ir ni al entierro. Ceuta estaba muy lejos.

Había que ir en tren hasta Alcázar de San Juan, después hasta Cádiz, luego coger un barco a Ceuta... ¡Era más difícil que ir hoy a Birmania! La familia se quedó con la versión oficial, que era la más feliz" (...)

Pero con la llegada de la democracia, su padre le contó la verdad: "Me transmitió ese malestar, que es como una herida sin cerrar, y sentí que tenía que hacer algo". Hace 21 años, Vicent acudió al Ayuntamiento de Ceuta, consiguió una fotocopia del libro de defunciones y averiguó en qué nicho había sido enterrado su tío. Iba con el propósito de recuperar sus restos para llevarlos al cementerio de Foios e inhumarlos junto a los de sus abuelos. "Me los habría traído en una caja de zapatos si hubiese podido", se sincera. (...)

"No es el típico caso, pero igual constituye una vía nueva, ya que abre una perspectiva inédita sobre las condiciones en las que los vencidos realizaban el servicio militar en la época. ¿Cuántos casos más ha habido de chavales que murieron en esas condiciones, como consecuencia de odio político, sin que se le entregara el cadáver a la familia?", se pregunta.

Él lo conceptúa como "un caso frontera", porque "se trata de soldados que pagaron el pato del odio sin haber tenido ninguna implicación en la guerra". "Es un terreno desconocido, pero estamos hablando de derechos humanos, de una familia que entregó una persona al Estado y el Estado no garantizó su integridad", argumenta.

Alonso considera que lo apropiado sería enfocarlo por el derecho de la familia a que se sepa la verdad de lo que ocurrió "con la prepotencia e impunidad de oficiales ante la indefensión de soldados que no sabían ni cuáles eran sus derechos". (El País, Domingo, 06/02/2011)

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