15/3/10

La represión de las mujeres

"Represaliadas por Franco. Algunas esquivaron la cárcel y otras lograron sobrevivir, pero todas fueron denigradas

Bastarían los testimonios que se conservan para escribir este reportaje. "A La Trunfa le dieron una paliza y, sin dejar de maltratarla, la introdujeron en un cuarto del cortijo, donde la intimidaron" tendiéndola en el suelo, "obligándola a remangarse" y exhibir "sus partes genitales; hecho esto, el sargento, esgrimiendo unas tijeras, las ofreció al falangista Joaquín Barragán Díaz para que pelara con ellas el vello de las partes genitales de la detenida, a lo que este se negó; entonces el sargento, malhumorado, ordenó lo antes dicho al guardia civil Cristóbal del Río, del puesto de El Real de la Jara. Este obedeció y, efectuándolo con repugnancia, no pudo terminar, y entregó la tijera al jefe de Falange de Brenes, que terminó la operación. Y entre este y el sargento terminaron pelándole la cabeza".(...)

"Sufrieron una experiencia más dramática que la cárcel", dice la Junta
La mayoría ya ha muerto, pero aún vive y con muchas ganas de hablar quien fue rapada y paseada por el pueblo como un trofeo, quien tuvo que tragar aceite de ricino para purgar el "alma comunista" y fue humillada sólo por ser mujer. "Bastante tiempo estuve callada, cuando no se podía hablar. Que se entere todo el mundo de lo que pasamos", afirma con orgullo, a punto de cumplir 90 años, Ana Zamudio, de Torre Alháquime (Cádiz). Entonces tenía 15 años. (...)

Los falangistas las usaron como trofeo para mofarse de los vencidos
El clima de terror era tal que muchas pusieron en riesgo sus vidas. Antonia Moreno se arrojó a un pozo de 12 metros en la casa donde servía cuando fueron a detenerla, relata el historiador García Márquez. A su marido lo habían matado y ella ya había estado en prisión. Ese día sobrevivió y fue arrestada otra vez.

Según Pura Sánchez, se trata de una violencia cualitativa, un castigo femenino que se repite en todas las guerras. "Desde Troya hasta Darfur, las mujeres son el medio y el mensaje que usan los vencedores, y que ofende a los vencidos; las despersonalizan, son individuas y sujetas", sostiene.

Y así era. Aparte de raparlas, o subirlas en un borrico mientras evacuaban o vomitaban por el efecto del aceite de ricino, se las obligaba a pasearse cantando el "Cara al Sol" y saludando brazo en alto, al estilo fascista, como las mujeres de Montilla (Córdoba), cuya fotografía ilustra la portada del libro Los puños y las pistolas, de Arcángel Bedmar, uno de los pocos documentos gráficos que dan fe de estas atrocidades. (...)

la represión en El Gastor, un pueblo de Cádiz.

Sólo allí, según los testimonios, unas 40 mujeres fueron vejadas. Entre ellas, María Torreño, la mujer de un concejal socialista, y su hija Fraternidad Hidalgo. A Fraternidad, de 21 años, la maltrataron con tanta saña que perdió el hijo que esperaba, la dejaron ciega y murió al poco tiempo como consecuencia de las torturas. A Frasquita Avilés, una mujer que rechazó a un falangista que se había enamorado de ella, la violaron en el cementerio después de muerta. "Y se repite el esquema en todos los pueblos", afirma Carlos Perales, historiador y director de la Delegación de Ciudadanía de la Diputación de Cádiz, que recopilará todas las investigaciones en la provincia."

A veces, los abusos eran tan extremos y descarados que llegaban a los tribunales militares. Cuenta García Márquez que Ana Lineros, conocida como la niña de Pavón, fue asesinada cuando estaba dando a luz. Su ex marido, Andrés Díaz, un falangista sevillano del que se separó porque este era homosexual, la sacó de la cárcel, ya rapada, y la asesinó. Pese a ello, el falangista fue absuelto y la víctima, en la sentencia, fue "considerada peligrosa" por roja. "Se quiso ocultar algo tan tremendamente duro que incluso en los documentos oficiales se usan eufemismos, como en avanzado estado de gestación", afirma el historiador. (...)

Antonia Moncayo fue una de esas mujeres a las que humillaron simplemente por ser mujer. Hoy tiene 90 años y vive para contarlo, pero aún le duele, y mucho, recordar aquellos días amargos. Cada vez que detenían a su marido, Antonio Aranda Arjona, afiliado a la CNT, la obligaban a seguirle hasta el cuartel de Álora (Málaga), donde vivían, para que viesen el espectáculo todos los vecinos. "Encima estuve en la cárcel durante cuatro meses, embarazada de mis mellizas, y de verdad que yo no hice nada malo", afirma. "Claro que no, abuela", la tranquiliza su nieta Paqui Pascual, con quien pasa ahora unos días.

Allí, en prisión, tuvo que dormir en el suelo hacinada con otras mujeres y tenía que despertarlas cuando quería darse la vuelta porque no tenía hueco con la barriga. "Su padre [que pertenecía al bando nacional] le ayudó a salir de la cárcel antes de dar a luz y cuando la vio en ese avanzado estado de gestación empezó a llorar", explica su nieta." (Coordinadora de Colectivos de Víctimas del Franquismo, 14/03/2010)

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