4/6/09

"¡No me la quiten! ¡No quiero dejar a mi hija con estos verdugos!"

""Oí gritos desgarradores: '¡No me la quiten! ¡Me la quiero llevar al otro mundo!'. Otra exclamaba: '¡No quiero dejar a mi hija con estos verdugos. Matadla conmigo!'. (...) Se había entablado una lucha feroz: los guardias que intentaban arrancar a viva fuerza las criaturas del pecho y brazos de sus madres y las pobres madres que defendían sus tesoros a brazo partido. Jamás pensé que hubiese tenido que presenciar escena semejante en un país civilizado". Esto lo escribió el fraile Gumersindo de Estella en sus memorias.

Como capellán de la prisión de Torrero (Zaragoza) presenció en sus múltiples formas, el encarnizamiento de los vencedores con los vencidos, sus mujeres y sus hijos. El robo de niños es quizá la fórmula más atroz y menos conocida de la represión franquista. "Durante más de 60 años no ha sido objeto de la más mínima investigación", denunció esta semana el juez Baltasar Garzón en el auto en el que se inhibe de la causa abierta contra Franco.

De lo que pasaba después con aquellos niños da cuenta otro capellán con inquietudes bien distintas en una carta que escribió desde la Casa Cuna de Sevilla a los futuros padres de una de aquellas criaturas: "Mis queridos amigos: la madre de la niña se presentó en la Diputación (...) al ver esto y prever que les podían hacer pasar a ustedes un mal rato, decidí no hablar ni tocar el asunto en la Diputación hasta que no estuviera alejada la idea de esta mujer y cuando ustedes fueran ni se acordaran que tal mujer había ido a reclamar nada".

El régimen robó niños a las madres presas, los repatrió sin permiso de sus padres ni de los países a los que la República los había evacuado durante la guerra y desde 1941, permitió por ley que les cambiaran los apellidos, impidiendo para siempre que su familia los encontrara. No se sabe cuántos fueron. Muchos de esos niños habrán muerto ancianos sin saber cuál era su verdadero nombre. Estas son algunas historias de las madres que no olvidaron, los que tuvieron la suerte de reencontrarse y los que siguen buscando.

"Yo siempre pensé que mi madre me había abandonado. Fue lo que me dijeron mis padres adoptivos. Y cuando en mi primera comunión se presentó un chico diciendo que era mi hermano y que me fuera con él porque mi madre me estaba esperando, yo le grité '¡es mentira!'. Pero era verdad".

-Déjanos a la niña, que nosotros te la cuidaremos-, le dijeron a su madre.

- ¡Antes de eso, yo la ahogo!

"Mi madre me contó que había oído que robaban a los niños en la cárcel, por eso reaccionó así. Pero viendo que tarde o temprano me iban a apartar de ella, decidió darme a otra presa que ya salía en libertad para que cuidara de mí los seis meses que le quedaban a ella de condena. Pero la amiga me vendió o me regaló a mi familia adoptiva. Por no querer perderme, al final casi me pierde para siempre", recuerda Antonia, que a los 54 años descubrió que se llamaba Pasionaria.

"A ella la habían hecho presa para coger a mi padre, que estaba en el monte. Él se entregó y lo fusilaron y a mi madre no la soltaron. Me puso Pasionaria para fastidiar a los que habían matado a mi padre. Pero en cuanto mis padres adoptivos me bautizaron, me lo cambiaron por Antonia". (...)

Aunque nunca supo si seguía vivo o con qué nombre había muerto, Emilia Girón nunca olvidó a su segundo hijo. Quería llamarle Jesús y se lo quitaron en el hospital de Salamanca, adonde la habían desterrado por ser hermana de uno de los guerrilleros más famosos de España, Manuel Girón, El león del Bierzo.

Antes de dar a luz a Jesús, Emilia había sido torturada decenas de veces para que confesara el paradero de su hermano. "Iban a buscarla a casa casi cada día. Una hora después de parirme a mí fueron a por ella y se la llevaron todavía sangrando al puesto de la Guardia Civil para que identificara a un guerrillero que habían matado, para ver si era mi tío. La molieron a palos", explica Antonio Prada Girón, otro de sus hijos, que ha oído muchas veces aquel relato.

"Yo sé que lo parí. Se lo llevaron para bautizarlo, pero no me lo devolvieron. No lo volví a ver más. Supongo que un matrimonio que no tuviera hijos se lo quedó, pero a mí no me pidieron permiso", relató Emilia Girón ante la cámara de Montserrat Armengou, autora del documental Los niños perdidos del franquismo. Ahora es su hijo Antonio quien le sigue buscando. "Mi madre murió el año pasado, a los 96 años, con la pena de no haberle encontrado.

No dejó de pensar en él ni un solo día. Porque mi madre lo parió, y de eso no pudo olvidarse", explica Antonio. "Le tenía siempre en el pensamiento. Nos repitió muchas veces que teníamos otro hermano y que se lo habían robado. Le quería tanto como a nosotros cinco".

Marina no tuvo suerte. Ninguna de aquellas cinco mujeres era la niña que recordaba haber llevado de la mano hasta el carguero inglés en el que fueron evacuados a Burdeos.

Intentando poner a sus seis hijos a salvo, su padre pidió para ellos un pasaporte de guerra. "Le dijeron que no les iba a pasar nada, y mira lo que pasó. Mi madre tenía entonces tres años y medio y mi tía, poco más de un año. Iban a Burdeos pero al final los separaron a todos. María Luisa, la más pequeña, nunca volvió".

Mientras el miedo a Franco le impidió preguntar por ella a la Guardia Civil, Marina acudió con frecuencia a un echador de cartas para saber cómo estaba su hermana. "Le decían que estaba viva y mi madre se quedaba contenta. Siempre estaba pensando en ella, imaginando cómo sería ahora su hermana. A veces decía: 'Siento que no está muerta. A lo mejor es monja...'. Toda la vida tuvo la angustia de haberla perdido", recuerda María José." (El País, ed. Galicia, España, 03/06/2009, p. 26)

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