11/6/09

El placer del combate...

"Aunque el acto de matar a otra persona en el campo de batalla puede provocar una oleada de angustia nauseabunda, es capaz igualmente de suscitar sentimientos de placer intensos. William Broyles es uno de los muchos soldados combatientes que han expresado esta ambigüedad. En 1984, este ex marine, que había sido además director del Texas Monthly y de Newsweek, exploró algunas de las contradicciones inherentes al relato de las historias de guerra.

Con la familiar voz autorizada de "alguien que estuvo allí", Broyles afirmó que cuando se interrogaba a los soldados combatientes acerca de sus experiencias de guerra, éstos, por lo general, respondían que no querían hablar del asunto, con lo que daban a entender que "lo detestaban tanto y era tan terrible", que preferían mantenerlo "enterrado". Eso, sin embargo, no era tan cierto, comentaba Broyles: "Creo que la mayoría de los hombres que han estado en la guerra tendrían que admitir, si son honestos, que en el fondo también les encantó".

¿Cómo, se preguntaba, podía explicarse eso a la familia y los amigos? Incluso entre compañeros de armas se trataba de una cuestión sobre la que se tendía a ser cauteloso: las reuniones de veteranos eran en ocasiones incómodas precisamente debido a que en cualquier circunstancia resultaba difícil aceptar los aspectos alegres de la carnicería. Describir el combate como algo de lo que se podía disfrutar era prácticamente admitir que se era un bruto sanguinario; reconocer que el alto al fuego decisivo causaba tanta angustia como la pérdida de un gran amor sólo podía inspirar vergüenza.

Con todo, reconocía Broyles, había decenas de razones por las que el combate podía resultar atractivo, e incluso placentero. La camaradería, con la asimilación agridulce del yo dentro del grupo, apelaba a alguna necesidad humana profunda y fundamental.

Y luego (en contraste con ello) estaba el impresionante poder que la guerra confería a los individuos. Para los varones, combatir era el equivalente masculino de parir: "La iniciación en el poder de la vida y la muerte". (...)

En muchos sentidos, la guerra sí parecía un deporte (el juego más excitante que existe, creía Broyles), uno que al llevar a los hombres hasta sus límites físicos y emocionales era capaz de proporcionar una profunda satisfacción (para los sobrevivientes, se entiende).

Broyles vinculaba la felicidad que producía el deporte de la guerra con los placeres inocentes de los niños que juegan a los indios y los vaqueros, gritando "¡bang, bang!, ¡estás muerto!", o con la tensión irresistible que los adultos experimentan al ver películas de guerra en las que géiseres de sangre falsa salpican la pantalla mientras los actores caen al suelo masacrados." (El síndrome de John Wayne. El País, Domingo, 13/07/2008, p. 16/7)

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