7/4/09

La venganza, la tortura...

"La guerra terminó para el poeta y escritor Marcos Ana (Alconada, Salamanca, 1920) un día antes. Para él y otros 20.000 republicanos que se habían apiñado en el puerto de Alicante confiados en huir de la derrota en algún barco amigo. Cuando comprobaron que por mar se acercaban dos minadores y el crucero Canarias y que por tierra les apuntaban las ametralladoras de los italianos de la División Littorio, cundió la desesperación y la amargura en aquella ratonera. "Había gente que se saltaba la tapa de los sesos delante de nosotros y otros que se tiraban al agua", rememora. Había quien proponía desplegar una resistencia numantina, pero finalmente se impuso el desarme. Marcos Ana, hasta entonces instructor político en la 8ª División, desmontó su pistola y la arrojó al mar para evitar entregarla.

Los rojos, inofensivos ya sin armas, desfilaron hacia el campo de Los Almendros. Allí amanecen el 1 de abril de 1939 Marcos Ana, su hermano Fabricio y dos compañeros más. "El fin de la guerra me sorprende comiendo tallos tiernos y flores. Para nosotros estaba acabada, no necesitábamos el famoso parte", cuenta. Hambrientos, los republicanos devastan aquel campo como una plaga de langostas. Trituran hierba, flores, cáscaras de almendras. Aun así, Marcos Ana hace hincapié sobre un hecho, que recoge en su biografía Decidme cómo es un árbol (Umbriel): la visita de unos reporteros italianos para filmar su desesperación. "Nos tiraron pan al suelo, pero algunos compañeros dieron voces para que no lo cogiéramos. Prevaleció la dignidad al hambre", cuenta.

Los Almendros fue un encierro de tránsito. En pocos días, Ana, su hermano y sus amigos fueron encerrados en un vagón de mercancías rumbo al campo de Albatera. Comían, dormían, meaban y cagaban en el mismo sitio, encerrados con una alambrada y vigilados por guardias que les vendían puñados de alfalfa a cambio de relojes y chaquetas. A las necesidades físicas elementales se sumaba la inseguridad ante la supervivencia: grupos de falangistas llegados de todas partes examinaban a los presos para seleccionar a los rojos que conocían y llevárselos.

El joven Marcos Ana se hizo pasar por menor de edad y huyó. En Madrid permaneció escondido por su familia hasta el 28 de abril, tras ser delatado por un antiguo camarada con el que había contactado con la idea atolondrada de poner en pie la resistencia. Comenzó entonces una carrera infinita de torturas ("lo que más utilizaban era el apaleamiento frenético y repetido con fustas y vergajos de toro hasta dejarte macerado todo el cuerpo y seguir después, día tras día, golpeando sobre las llagas"), condenas a muerte y cárceles, que le convertirían en el preso político más veterano y símbolo internacional de la lucha contra la represión." (El País, Domingo, 04/04/2009, p. 8)

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