2/6/08

Historia de postguerra. La vida perdida (como todas) de los sicarios de la patronal

“El némesis de Manuel Vázquez fue Rafael González, director de la editorial Bruguera. Rafael González, inventor de muchos de los personajes de aquellos tebeos, era un hombre duro y amargo. Su misión consistía en explotar a los dibujantes y los guionistas, en censurar cualquier detalle potencialmente problemático (ahí se llegaba a extremos delirantes; las hermanas Gilda, por ejemplo, no podían tener novio) y, en definitiva, en asegurar los beneficios de los señores Bruguera. Vázquez contaba pestes de González, y viceversa. En realidad, González admiraba profundamente a Vázquez. Eso lo sé porque le conocí: Rafael González era mi tío-abuelo. Quiero pensar que también Vázquez, que le sacaba a González lo que quería, sentía un cierto respeto por su jefe-enemigo.

Rafael González tuvo muy mala fama. Suele ocurrir con los sicarios de la patronal. Por razones diversas, incluso su familia le dio la espalda. Yo conocía su pasado. Fue periodista pobre y bohemio (casi tan saltimbanqui como Vázquez) durante la República, y al final de la guerra tuvo que huir a Francia. A su regreso fue condenado y represaliado. Se ganó la vida vendiendo carbón. Cuando los Bruguera le dieron una nueva oportunidad, como editor de tebeos, se aferró a ella como si no existiera otra cosa en el mundo. Creo que realmente, para él, no existía otra cosa. Quedó psicológicamente atrapado en una especie de clandestinidad vital. Le recuerdo encorvado, con la vista clavada en el suelo, preguntándole a mi padre, en voz muy baja, que cuántos años más iba a vivir Franco.” (Enric González: Conflictos morales. El País, Domingo, 01/06/2008, p. 14)

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