8/5/08

Rutka Laskier murió en Auchwitz después de anotar su calvario


“Lo más probable es que hubiera cogido el cólera. Sólo eso explicaría que su ya maltrecha belleza, que aun así llamó la atención del temible doctor Mengele, se marchitara con tanta rapidez. A sus 14 años se consumía por momentos. Zofia Minc, de edad parecida, dormía cerca. Se hicieron amigas en la desgracia. Según su relato, ella misma la tuvo que transportar en una carretilla hacia el horno crematorio. Aún consciente, Rutka le rogó que la dejara junto a la alambrada del campo para electrocutarse: una muerte supuestamente menos dolorosa que la de arder viva, “pero un SS que iba detrás nuestro con un fusil no me dejó”. (…)

“(…) Ah, olvidaba lo más importante. Vi con mis propios ojos cómo un soldado arrancaba a un bebé de las manos de la madre y le abría la cabeza a golpes contra un poste de electricidad. Los sesos de la criatura salpicaron la madera. La madre enloqueció. Ahora lo escribo como si no hubiera pasado nada (…) tengo catorce años, todavía he visto poco en la vida; sin embargo, ya me he vuelto tan indiferente…”, escribe Rutka.

“Dios mío, ¡ay, Dios mío!, ¿qué será de nosotros? Bueno, Rutka, has debido de volverte completamente loca: ¡clamas a Dios, como si existiera! (…) Si Dios existiera, no permitiría que seres humanos fuesen arrojados vivos a hornos crematorios ni que aplastaran las cabezas de niños pequeños a golpes de culata (…) Al final, esto se parece a un cuento de la abuela: quienes no lo hayan visto no lo van a creer, pero no es ningún cuento, es la verdad. Basta recordar a ese viejecito a quien pegaron hasta dejarlo inconsciente por haber cruzado mal la calle. Parece absurdo, pero todo esto no es nada mientras nos libremos de Auschwitz… y la tarjeta verde… del final… ¿Cuándo llegará?”.

“Eran las cinco y media cuando salimos. Miles de personas abarrotaban las calles. Llegamos al lugar a las seis y media y nos las arreglamos para conseguir buenos asientos en un banco. Nuestro ánimo estuvo bien hasta las nueve. Entonces me asomé a la valla y vi soldados con ametralladoras apuntando a la plaza por si alguien pretendía escapar. Los adultos se desmayaban y los niños lloraban. El Día del Juicio empezó enseguida”. Así describe Rutka una de las famosas aktions en las que se vio implicada.

“Hacía un calor espantoso”, prosigue en su cuaderno, “y la gente tenía sed, pero no había ni una gota de agua por allí. Entonces, de pronto, comenzó a llover a cántaros y siguió lloviendo todo el tiempo. (…) A las tres de la tarde comenzó la selección: ‘1’ significaba regresar a casa; ‘1a’, ir a trabajos forzados, lo cual era mil veces peor que la deportación; ‘2’ significaba ‘revisión posterior’, y ‘3’, la deportación, o, dicho en otras palabras, la muerte. Nos presentamos para la selección a las cuatro. Entonces comprendí qué significa una desgracia. Mamá, papá y mi hermanito fueron enviados al grupo 1, y yo, al grupo 1a. Caminé como en trance hacia mi grupo, donde ya estaban Salek, Linka y Mania. Lo más extraño de todo es que ninguna de nosotras lloraba nada, nada en absoluto”.

Rutka permaneció sentada en ese grupo hasta la una de la madrugada, tiempo suficiente para ver cómo los niños pequeños yacían en la hierba mojada mientras la tormenta arreciaba y “los policías golpeaban a la gente con saña y les disparaban”. La desesperación la hizo valiente: “Salí corriendo con el corazón desbocado y me escabullí saltando por la ventana de un edificio anexo, desde la primera planta”. La embriaguez de un oficial nazi con el que se topó en la huida hizo que éste no distinguiera su estrella amarilla en la ropa. Sin saberlo, Rutka había logrado aplazar su destino. (…)

(“Estoy asqueada, harta de estas casas grises y del miedo continuo en el rostro de todo el mundo. Los tentáculos de ese miedo nos envuelven a todos y no dejan respirar”, escribe)”. (El País Semanal, La última página del horror, 27/04/2008, p. 14/20)

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