“Max Planck y el honor en tiempos difíciles. La vida del gran físico que sirvió sucesivamente a la monarquía del káiser Guillermo, a la República de Weimar, al régimen de Hitler y a la Alemania controlada por los aliados, permite la reflexión sobre los límites de la lealtad. (…)
Planck, catedrático en Berlín y por tanto funcionario público, fue un hombre de honor de esa clase. Hoy podemos -y debemos- cuestionar su sentido de la honorabilidad. No tanto porque cuando la Primera Guerra Mundial apenas había comenzado firmase un vergonzante nacionalista Llamamiento al mundo civilizado. No han sido, al fin y al cabo, demasiados los que en el pasado han sabido librarse de la exaltación patriótica que acompaña a las guerras. Pero, ¿y cuando, ocupando una posición de privilegio y liderazgo científico como presidente de la Academia Prusiana de Ciencias, respetado y admirado, vivió sin renunciar a sus cargos en la Alemania gobernada por Hitler? ¿No debemos repudiar entonces su sentido del honor, que entendía la misión de mantener la dignidad como un deber individual integrado dentro del bien superior de servir al Estado?.
Planck sirvió con lealtad a la monarquía del káiser Guillermo, a la República de Weimar, al régimen de Hitler y a la Alemania controlada por los aliados que surgió al término de la Segunda Guerra Mundial. ¿Acomodaticio? No seamos tan rápidos en llegar a semejante conclusión. (…)
Es apropiado en este punto recordar la entrevista que Planck mantuvo con Hitler en mayo de 1933, para intentar convencer al Führer de que la emigración forzada de judíos afectaría a la ciencia alemana y que los judíos podían ser buenos alemanes. La entrevista terminó con Hitler vociferando. Planck sin duda sufrió una gran decepción, pero no se rebeló, él que puso en marcha una revolución científica. (…)
Es complicado -y muy arriesgado- mantener el honor en tiempos difíciles. En el caso de Max Planck nos consuela recordar otra de sus actuaciones, en las que se comportó con la dignidad que querríamos ver siempre en quienes son los mejores exponentes de la racionalidad que da la ciencia. Me refiero a su comportamiento tras el fallecimiento del químico Fritz Haber, una de las figuras más prominentes de la ciencia alemana y un hombre que se había esforzado por ser un buen patriota. Haber era de origen judío y aunque sus servicios durante la Gran Guerra (fue el padre de la guerra química) le permitían conservar su puesto ante la ley de abril de 1933 que imponía la exclusión en empleos públicos de, entre otros, los judíos, no quiso utilizar tal privilegio cuando algunos de sus colaboradores eran despedidos y dimitió. Pronto, el 30 de enero de 1934, falleció.
A instancias de otro físico eminente, Max von Laue, Planck decidió organizar una sesión pública para honrar la memoria de Haber. El Gobierno y el partido nazi intentaron impedirla, aunque únicamente pudieron prohibir a los funcionarios que asistieran a ella. La sesión se celebró con muchas mujeres asistiendo en lugar de sus maridos, obligados a no participar. Al final de la ceremonia, Planck declaró: "Haber fue leal con nosotros; nosotros seremos leales con él". Requería valor en aquellos tiempos organizar una reunión así.
Sirvió, en cualquier caso, Planck a Hitler y a su odioso régimen, aunque seguramente terminó arrepintiéndose, cuando ese mismo régimen acabó con la vida de su último hijo, Erwin (los tres anteriores habían muerto antes: sus dos hijas gemelas, en 1917 y 1919, al dar a luz; su hijo mayor en Verdún, de heridas sufridas mientras servía a su patria en la guerra). Erwin Planck fue ejecutado el 23 de enero de 1945, acusado de haber participado en el famoso intento de acabar con la vida de Hitler. (…)
Como en el caso de tantos otros alemanes de entonces, no podemos recordar su nombre con orgullo, con agradecido recuerdo, pero sí, al menos, con dolorosa comprensión.” (JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON: “Max Planck y el honor en tiempos difíciles”. El País, ed. Galicia, Opinión, 23/04/2008, p. 37)
No hay comentarios:
Publicar un comentario