“Un millar de delatores y víctimas del estalinismo reconstruyen su terror en un libro.
Antonina Golovina nació en 1923 con el estigma de ser la hija de un kulak, otrora propietario de las tierras que cultivaba y, como tal, etiquetado de "enemigo del pueblo" en la era estalinista. Vivió su infancia en el exilio de Siberia, sufrió el acoso de condiscípulos y maestros (una profesora llegó a decirle que merecía ser exterminada) y volcó su juventud en forjarse una nueva identidad, que enterraba para siempre sus orígenes.
Aprendió a no hablar con nadie de su pasado, ni tan siquiera con sus dos sucesivos maridos. Sólo años más tarde descubrió que ambos habían sido también víctimas de la represión. Negarse a sí misma esa confianza era un imperativo del régimen al que temía, que gobernaba su existencia y la de millones de soviéticos. (…)
El resultado supone un relato de la destrucción de los lazos y lealtades que unían a familias y comunidades, del lastre moral para aquellos abocados a traicionar a colegas, amigos y allegados. Se esperaba que una esposa se divorciara del marido arrestado, o que los hijos delataran a sus progenitores porque "un familiar de sangre puede ser también un enemigo del espíritu". Zinaida Bushueva fue recluida a un campo de trabajo para "esposas de traidores", en 1938, por negarse a renegar de su marido, detenido meses antes. Sus hijas, Angelina y Nelly (véase fotografía), de dos y cuatro años, fueron enviadas a un orfanato, del que acabó rescatándolas su abuela, pero su vida siempre estuvo marcada por la discriminación. Por eso, muchos padres conminaban a sus propios hijos a delatarles para garantizar su protección.
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