30/1/08

¿Debe la policía torturarle para salvar al colegio amenazado?

“Hace un cuarto de siglo, entre los casos prácticos que abundaban en los manuales de ética aplicada -sobre todo anglosajones- nunca faltaba el del terrorista que ha puesto una bomba en alguno de los treinta colegios de la ciudad, para que estalle dentro de un cuarto de hora. ¿Debe la policía torturarle para que confiese cuál es el colegio amenazado y así poder salvar a los niños? Siempre contesté que yo, puesto en tal brete, probablemente destriparía al criminal con mis propias manos para sacarle la verdad (y luego, ya metido en faena, al inquisidor que me planteaba la cuestión de marras). Pero eso sí, acto seguido me presentaría al juez e iría muy orgulloso a la cárcel para cumplir la condena que merecía. Lo que de ningún modo estaba dispuesto a admitir es que la ley que castiga la tortura como un delito grave fuese abolida o matizada con un "según las circunstancias", ya que entonces siempre podrían encontrarse justificaciones para torturar. Y nunca, nunca, nunca la tortura puede ser justificable o legal.

Lo malo es que esa práctica abominable -como otras similares- no sólo es cruel o repelente sino con frecuencia sumamente útil... al menos a corto plazo. Y claro, cuando la utilidad anda por medio, la moral -¡pobrecilla!- se las ve y se las desea para seguir haciéndose oír. (…)

O fíjense si no en la mayoría de las condenas de la violencia terrorista: se dice que es "ciega", que "no sirve de nada" o que "no ayuda en modo alguno a la liberación del pueblo vasco (o del que sea)". Parece darse a entender que si obtuviera rendimientos ya no sería tan fácil recusarla. (…)

Cuando no es mero desahogo de instintos brutales o sádicos, la tortura puede también tener logros estimables: quizá salve algunas vidas de inocentes, descubra conspiraciones o permita la condena de asesinos especialmente empedernidos. Muy bien, ¿y qué? (…)

¿Lo que se consigue a corto plazo vale acaso más que lo perdido para siempre? (…)

Que es preciso respetar la presunción de inocencia de la Guardia Civil, a algunos no hay que recordárnoslo. Tenemos presente la época en que fueron de los pocos que se interponían entre la mafia etarra y la sociedad vasca acochinada por la amenaza. (…)

… sólo la Guardia Civil y muy pocos más nos defendieron. Cuando tan fácil era abstenerse o fallar, cuando tantos fallamos, ellos cumplieron su deber. Y siguen en la brecha, de modo que la deuda que algunos sentimos como cosa propia es cada vez mayor. Merecen la presunción de inocencia de cualquier ciudadano pero con suplemento de lujo, sin duda. (…)

…resulta inquietante que no haya prácticamente jamás casos descubiertos y responsables castigados, al menos en la última década. A mí, desde luego, esta situación no me deja tranquilo: por un lado, unos dicen que les torturan a todos y siempre; por otra parte, los otros aseguran que no se tortura nunca a nadie. Cada cual cree a los suyos y todos tranquilos. ¡Viva la buena conciencia... sectaria!

Por este camino se ha llegado a una atroz trivialización de la tortura, que para unos es otra bandera contra el Estado y para los demás un fantasma irreal o, aún peor, algo secretamente excusable. A mi entender, tomarse en serio la lucha contra esta práctica supondrá investigar con el máximo rigor cada denuncia: si se revela falsa, debe castigarse penalmente a los denunciantes calumniosos y si tiene base hay que depurar con todo rigor las responsabilidades de los funcionarios culpables, por el bien del cuerpo al que pertenecen y del resto de la sociedad. Todo menos pasar la cosa por alto y dar carpetazo al presunto delito. No puede aceptarse que sea mero asunto de estrategia acusar de torturas o cometerlas. (FERNANDO SAVATER: Lo inaceptable. El País, ed. Galicia, Opinión, 14/01/2008, pp. 31)

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