16/11/21

Partido comunista indonesio: el exterminio olvidado

 "En octubre de 1965 se inició en Indonesia una masacre masiva de proporciones genocidas. Después de un intento fallido de arresto de altos oficiales hostiles al presidente Sukarno –principal artífice de la Conferencia de Bandung de 1955 y gran figura del anti-imperialismo tercermundista– las fuerzas militares, con el general Suharto a la cabeza, emprendieron la eliminación sistemática del partido comunista indonesio: los miembros del PKI, apoyo de Sukarno, y toda organización, familia o persona sospechosa de ser cercana al mismo, fueron exterminados por centenares de miles.

Con el aliento y la asistencia de Gran Bretaña y Estados Unidos, fue borrado del mapa el tercer mayor partido comunista, tras los de la URSS y de China. Desapareció así la eventualidad de un desarrollo suplementario del socialismo en el sudeste asiático, en uno de los mayores países del mundo. Con el exterminio del PKI y el comienzo del largo reinado de Suharto (hasta 1998), las potencias imperialistas completaron y reforzaron una pieza clave en su mecanismo de contención (Tailandia, Malasia, Singapur, Indonesia, Filipinas) del Asia comunista.

Tras la aparición del libro Pretext for Mass Murder, en 2006, los trabajos de John Roosa sobre este episodio han servido de referencia en la casi totalidad de investigaciones sobre este país y sobre el Sudeste asíatico de los años 1960. Con ocasión de la aparición de su obra Buried Histories : The Anticommunist Massacres in 1965-66 in Indonesia (The University of Wisconsin Press, 2020), John Roosa ha aceptado responder a las preguntas de Contretemps.

Contretemps : Quiero comenzar por las circunstancias en que has realizado tu investigación y escrito tu trabajo sobre Indonesia en los últimos veinte años. El libro del que vamos a hablar, como se entiende, es la tercera entrega de lo que es ya una trilogía[1]. ¿Puedes hablarnos de la trayectoria de conjunto de este trabajo de larga duración, desde la primera publicación (en indonesio) en 2004?

John Roosa: Me dirigí por primera vez a Indonesia, por razones personales, a mediados de los años 1990 y las movilizaciones que se estaban dando contra el régimen de Suharto[2] y también, al mismo tiempo, por la independencia del Timor oriental despertaron mi interés por este país, empujándome a dedicar mi trabajo a ello. Ocurrió después una sucesión de grandes acontecimientos: la caída de Suharto en 1998, más tarde el referéndum por la independencia del Timor oriental en 1999. Me sentí íntimamente ligado a estos acontecimientos, que analicé de cerca, haciendo amistad con diversas personas comprometidas en los mismos, y en solidaridad con ellas.

Sin embargo, dada mi formación de historiador, quise abordar un proyecto sobre la historia indonesia. Me sorprendió el hecho de que los acontecimientos de 1965-66, cuando Suharto tomó el poder y miles de personas fueron masacradas,  siguiesen siendo tan mal comprendidos. Por tanto, desde 2000, junto a un grupo de investigadores indonesios, entrevisté a antiguos prisioneros políticos. Nuestra prioridad era simplemente entrevistar a todos los prisioneros que pudiéramos encontrar, a fin de cuentas unos cuatrocientos, así como a miembros de sus familias en las distintas regiones de Indonesia: en Java, en Bali y en otros sitios. En el origen de mi investigación y de mi trabajo, hasta mi libro más reciente, se encuentra lo que inicié en 2000: entrevistas orales con antiguos prisioneros políticos.

CT: ¿Cómo han ido cambiando durante estos veinte años, en la propia Indonesia, las condiciones de la investigación? En tu libro te refieres a varios acontecimientos que parecen haber abierto posibilidades nuevas de discusión sobre lo que ocurrió en 1965 y posterior. Por ejemplo, el libro acaba con una discusión del “simposium” que tuvo lugar en Indonesia en 2016[3]. Su resultado final no fue desde luego muy novedoso, pero su mérito estuvo en haber tenido lugar, y pareces sugerir que permitió una forma de palabra pública sobre estos acontecimientos. Pienso también en tu alusión a la apertura de una colección en los archivos nacionales en 2013, o incluso en el  fin de la censura contra tu libro de 2006 (Pretext for Mass Murder[4]). A pesar de todas las dificultades persistentes, ¿el entorno de investigación se ha vuelto un poco más favorable en general?

John Roosa: A veces se tiene la sensación de asistir a grandes retrocesos en cuanto a la posibilidad misma de la palabra pública, o de cualquier tipo de movilización política sobre los derechos de las víctimas de 1965-66. Después de la caída de Suharto, en 1998, hubo un gran viento de libertad y la gente tenía la sensación que las cosas ya eran posibles. A las élites del país les entró el pánico. Su posición dominante seguía siendo frágil. Además, con la salida del poder de uno de los suyos –el general Suharto-, hasta el ejército se preocupaba por su futuro (¡Suharto estuvo en el poder durante treinta y dos años!). Todo estaba centrado en su persona y, de pronto, resulta que abandona el poder. Hubo manifestaciones, aparecieron nuevos medios de comunicación, todo tipo de organizaciones, y las propias víctimas, detenidas como prisioneros políticos, indefinidamente, sin motivo, que habían sido despedidas de su trabajo, que habían visto a sus amigos, a los miembros de su familia, a sus camaradas asesinados o desaparecidos, también comenzaron a organizarse. Buen número de organizaciones se encargaron entonces de representar los intereses de las víctimas, que se expresaban ahora en tanto que víctimas y así lo reivindicaban: “¡somos víctimas!” Había desacuerdos entre unos y otros sobre la estrategia a adoptar y se formaron diversos grupos, publicando cada cual sus propios periódicos.

Cuando comencé mis investigaciones en 2000 existía este tipo de apertura, pero en todo caso había que ser discreto. No se podía actuar a plena luz. El ejército seguía estando ahí. Está presente por todas partes en la sociedad indonesia, donde hace de super-policía. El ambiente de miedo y de represión no se había disipado, pero a veces aparecían verdaderas fallas, en esta época caracterizada por el dominio de Suharto en el poder. Por eso pude llevar a cabo estas investigaciones, y mis colegas también. Las víctimas salían de la sombra, estaban dispuestas a aparecer en público y a dar su testimonio. Algunas seguían todavía aterrorizadas y se negaban a participar en entrevistas. Pero muchas se manifestaban. Después hubo, en cierta medida, un retroceso de las libertades y una reafirmación del poder militar. Aunque al mismo tiempo, se ha visto a una nueva generación, cuyo adoctrinamiento no es el mismo que sufrieron quienes crecieron bajo el régimen de Suharto. Todavía la semana pasada (al acercarse este período del año –final de setiembre, comienzos de octubre– en que se han organizado muchos acontecimientos en Indonesia), un periódico de gran audiencia, una especie de revista generalista, dedicó su portada a “La tragedia de 1965”. Eso no tiene precedentes, de hecho. De alguna manera, las cosas están más abiertas porque se habla de un pasado ya muy lejano. Pero el ejército continúa dando su propia versión de los acontecimientos, dentro del proceso de legitimación de sus exorbitantes poderes sobre la sociedad.

CT: Insistes también, hacia el final del libro, en el hecho de que hay también intereses económicos en juego, y que algunas revelaciones podrían llegar a cuestionar la manera en que fueron acaparados algunos recursos, durante o a consecuencia de los acontecimientos de 1965.

John Roosa: Desde fuera de Indonesia, es muy difícil comprender las particularidades del lugar del ejército en el seno de esta sociedad. Es una situación poco habitual. El ejército funciona por niveles imbricados, como muñecas rusas, abarcando el país entero. Hasta el punto de que hay personal militar en cada pueblo. Comienza por tanto a nivel de pueblo, con simples soldados o cabos apostados. Después se va remontando al nivel superior, hasta el nivel nacional. Hay una especie de red de oficiales en funciones estacionados por toda la sociedad, sin un papel muy definido. Dada la ambiguedad de su condición, no se puede verdaderamente decir que sirvan a los intereses del crecimiento económico o del crecimiento capitalista. Pero por lo general cumplen una especie de función de policía, o de fuerza de policía suplementaria añadida a la policía propiamente dicha, al servicio de los intereses patronales, para evacuar terrenos, requisar tierras por cuenta de una explotación hullera, o requisar tierras para nuevas superficies agrícolas. Este es su papel: servir a este tipo de intereses patronales. Pero de paso se aprovechan de  esas mismas empresas.

CT : Esos son aspectos centrales de tu libro, sobre todo cuando insistes en que “el ejército debe ser definido de manera más precisa”. Pero esto te lleva también a formular un argumento más teórico, en el que cuestionas las lecturas de Gramsci que se han mantenido ciegas ante el papel de ese poder militar concreto, y lamentas también que las discusiones sobre Gramsci hayan dejado de lado aquello que la trayectoria del PKI podía aportar para una comprensión más completa y profunda de los conceptos gramscianos de “guerra de posiciones / guerra de movimientos”. Hablaremos de este tema, pero antes que nada, la comprensión más ajustada de la cuestión del ejército te permite ofrecer un marco analítico de la dinámica de las masacres, distinguiendo las diversas categorías de responsables, reconociendo el papel de quienes se opusieron a ellas, contrastando lugares y fases (cuando ha prevalecido cierta confusión, a veces un orientalismo burdo, y sobre todo, las deformaciones y evasiones falaces del anticomunismo oficial). ¿Puedes decirnos algo más sobre este papel y este poder del ejército, como fuerza social y política, a comienzos de los años 1960, esto es en vísperas de la catástrofe?

John Roosa: El ejército, tal como existe hoy día, es una criatura de los acontecimientos de 1965-66. No fue simplemente la dictatura del General Suharto quien tomó el poder. Fue todo el ejército, todo el alto mando del ejército, que se apoderó del Estado. Los militares no se contentaron con emplear a la burocracia civil para controlar el Estado. No sólo controlaban esta dimensión del Estado, sino que disponían también de un gobierno paralelo bajo la forma de mando territorial, que extendieron después de 1965, consolidando su posición de fuerza. Todo esto continúa hoy día y representa un obstáculo permanente a cualquier forma de democratización del país. Muchos dirigentes políticos parecen aceptarlo como el orden natural de las cosas y no intentan cambiarlo, en lo más mínimo. No se oye a mucha gente reivindicar el fin de este mando territorial, aparte de algunos oficiales, muy minoritarios, para quienes “debemos ser un ejército profesional: el hecho de estar tan íntimamente mezclados con la economía política de Indonesia nos impide funcionar como un ejército digno de este nombre”. Los generales se hicieron muy, muy ricos, y se lanzaron después a la política. Se asiste por tanto a una especie de politización del ejército desde el post-1965.

Hay que recordar en todo caso que este mando territorial era anterior al año 1965 y tomó forma a final de los años 1950 y comienzos de los 1960. Al principio, permitió a las componentes conservadoras en la sociedad hacer frente al partido comunista. Entre final de los años 1950 y 1965, el partido vivía un crecimiento muy rápido y los elementos anticomunistas en la sociedad se inquietaron y se reagruparon tras el ejército. La élite de los generales era anticomunista en su mayor parte. Pero era un ejército cuyos orígenes se remontaban a la revolución de final de los años 1940, la “Revolución Indonesia”, que está bien considerada. Dicho esto, queda por saber de qué tipo de revolución se habla exactamente: la palabra se refiere, en este caso, a la lucha contra los holandeses que intentaron, a final de los años 1940, recolonizar las Indias holandesas. Fue una lucha armada. Los holandeses acabaron por renunciar en 1949, cuando Estados Unidos decidió cesar su apoyo financiero a la represión de lo que parecía ser, según ellos, un movimiento no comunista de nacionalistas indonesios.

Es una historia interesante. En 1949, Estados Unidos constató que los nacionalistas indonesios eran anticomunistas porque a finales de 1948 habían reprimido un levantamiento comunista de escasa amplitud. Se podía contar por tanto con su anticomunismo. ¡Para Estados Unidos ya no había objeción a que esa gente accediera a su independencia! En Vietnam, en cambio, Estados Unidos continuó ayudando a los franceses, hasta la derrota del ejército francés en 1954. Pero los nacionalistas indonesios levantaron el vuelo, apoyados en su propio Estado, en 1950.

Los holandeses se habían ido y el ejército era el producto de esta lucha. La situación era muy diferente a la del ejército vietnamita, lo bastante poderoso para mantener batallas ordenadas contra un ejército europeo. Este ejército indonesio era sin embargo muy grande y estaba atravesado por diversas tendencias políticas; un ejército muy politizado en la que se formaban alianzas con partidos políticos. Una componente del ejército apoyaba al PKI. El PKI se ocupaba de organizar la educación política, clases para soldados y oficiales, a finales de los años 1940. Y una vez adquirida la independencia, después de 1950, el partido comunista siguió teniendo contacto con soldados y oficiales favorables al PKI, que prestaban servicios al PKI, transmitían informaciones al PKI para facilitarle el trabajo, contribuyendo a una mejor comprensión de la situación política.

 

Sukarno era entonces presidente y se había puesto a la cabeza de una campaña anti-imperialista internacional. Hay que señalar de paso que en la Conferencia de Bandung en 1955 se trataron muchas cosas, pero no casi del contexto indonesio. ¡Esta conferencia estaba organizada en Indonesia! ¡Y por Sukarno! Pero la cuestión de quién era Sukarno y de lo que hacía, quedó en silencio. El hecho de que diez años más tarde Sukarno fuese derrocado y de que fuese masacrada toda esta generación de anti-imperialistas ligada a Bandung, eso no aparece en la literatura reciente sobre la Conferencia de Bandung… Pero sigamos.

A partir de este período 1950-65, se observaron fortísimas tensiones entre comunistas, anticomunistas, diversas componentes no comunistas, no abiertamente hostiles al PKI pero tampoco favorables. Era una coyuntura complicada y el ejército era parte actuante.

CT: Entre las escasas cosas que se conoce sobre el PKI está el hecho de que este partido era el tercer mayor partido comunista del mundo, después de los de la URSS y China. Presumo que debe haber cierta tendencia a imaginar que la referencia genérica al maoísmo basta para hacerse una idea general de lo que era el PKI. Leyendo tu libro se comprende que las cosas son mucho menos simples y mucho más específicas, sobre todo si se quiere comprender la extrema vulnerabilidad de esta organización aparentemente tan poderosa y cuyos miembros fueron exterminados de manera tan despiadada y por lo general sin defensa. ¿Qué puedes decirnos del comunismo indonesio, de su singularidad, a comienzos de los años 1960, en vísperas de estos acontecimientos?

John Roosa: No creo que la literatura sobre el PKI, por lo general escrita por universitarios extranjeros, haya comprendido la naturaleza tanto de la actividad por la base de este partido como de las posiciones teóricas más precisas del partido. En cuanto a la actividad por la base, los análisis existentes no consiguen explicar verdaderamente el enorme crecimiento del partido. Se encuentran explicaciones de tipo cultural, que asocian al partido con rasgos de la cultura javanesa (el partido estaba centrado en Java, que es la isla más poblada de Indonesia). Hay también explicaciones malthusianas, bastante burdas: la presión demográfica sobre la tierra causa pobreza, y los pobres apoyaban al PKI… Bueno, no escasean explicaciones culturales o demográficas de este tipo.

Pero yo he preferido observar estos acontecimientos remontando a los años 1920, cuando el partido comenzó a organizarse, con sus militantes de base construyendo movilizaciones populares, en los pueblos, en las fábricas y lugares de trabajo, verdaderos héroes, muy apreciados, respetados por los pabres, y con una red que se extendía a toda Indonesia. ¡Para comprender el origen del partido y su creciente audiencia hay que mirar por este lado!

En 1955, en las primeras elecciones legislativas, el PKI consiguió el cuarto puesto, muy cerca de los partidos en cabeza, y era por tanto una de las cuatro formaciones principales. Éstas apenas superaban el veinte por ciento y ningún partido tenía una ventaja clara sobre los otros. El PKI estaba ahí y era ahora muy importante. Muchos se quedaron sorprendidos, y los anticomunistas impactados: ¡¿pero de dónde ha salido toda esta gente?! Muchos no sabían nada de esta intervención entre las masas desde los años 1920, con todos esos militantes respetados por los pobres que veían en ellos su apoyo, a sus protectores, a los defensores de sus intereses.

El PKI se construyó sobre esta base, bien colocada al comienzo de los años 1950, apoyándose en la reputación de sus militantes comprometidos en la lucha por la independencia. Fortalecido por la protección de Sukarno contra la represión ejercida por las diversas élites que querían atacarlo, el partido estuvo en condiciones de desarrollarse más. Este acuerdo con Sukarno se remonta a 1959, cuando éste lanzó la política de Democracia guiada[5], apoyada por el PKI que erigió entonces a Sukarno como dirigente del partido fuera del partido. Había que seguirle y protegerle. A cambio, había que moderar algunas intervenciones y volcarse más hacia la construcción del partido, el reclutamiento de un número cada más importante de militantes. Durante estos seis años de la Democracia guiada, les fue posible actuar más a la luz del día, sin temor a la represión. El partido sacó ventaja de esta coyuntura y atrajo a mucha gente a sus filas (no se sabe exactemente cuánta: el partido hinchaba siempre sus cifras para anunciar millones de miembros, pero es cierto que este apoyo era masivo). Contaba con toda seguridad con millones –cuántos, en concreto, no se sabe– de miembros, de simpatizantes bajo una u otra forma, en tales o cuales organizaciones de masas. El partido creó un gran número de ellas, que le servían de vitrina, y permitían a cualquier persona apoyar al partido sin convertirse en miembro por completo. Campesinos, mujeres, trabajadores, artistas, y así sucesivamente (siendo por lo demás la organización de juventud la del partido mismo).

CT: ¿Las organizaciones de mujeres (Gerwani) y de artistas (Lekra) estaban por tanto afiliadas aunque sin ser formalmente organizaciones del partido?

John Roosa: Exactamente. El partido tampoco lo deseaba. Los dirigentes del partido tenían todavía la idea de que para ser miembro del partido hacía falta haber recibido una formación política; también había que haber realizado un trabajo organizativo importante, como una huelga u otra intervención que permitiera probarse. Querían por tanto disponer de ese tipo de estructuras intermedias para simpatizantes que no podían adherirse todavía al partido. En algunos casos, el partido llegaba incluso a explicar a algunas personas deseosas de adherirse que serían más útiles apareciendo como no comunistas.

El PKI hablaba de “lucha por la hegemonía”. Trataba de construir esta hegemonía a través de estas organizaciones políticas civiles, no armadas, e interviniendo en las instituciones políticas existentes, a saber, esas extrañas instituciones de la “Democracia guiada”. Conocieron un éxito considerable en este sentido.

El partido no tenía a nadie para teorizar su práctica, al contrario de lo que podía existir en otras organizaciones comunistas en otras partes del mundo. Su literatura se resumía más bien en fórmulas, siguiendo orientaciones soviéticas y chinas. Pero en su trabajo de masas, había recurrido a sus propios esbozos teóricos, que merecen ser reconocidos. Me refiero a que se le ha solido relacionar con una especie de marco gramsciano, a pesar del hecho de que el partido no había oído hablar de Gramsci, quien había formulado sus ideas en prisión. El PKI las practicaba en los hechos. Pero si se está interesado en Gramsci, hay que interesarse en la acción del PKI, en la medida en que fue a la vez la versión más acabada de una práctica gramsciana, y también su mayor fracaso.

CT: ¿Puedes decirnos algo más sobre este tema? En el libro, tu crítica de algunas lecturas expertas de Gramsci es bastante severa, por su olvido de la cuestión central del poder militar como componente determinante en este contexto.

John Roosa: Me haría falta escribir más extensamente y desarrollar este argumento que se cita en este libro, en el que me esfuerzo por realizar varias cosas al mismo tiempo. No pienso que se haya comprendido la estrategia militar del PKI. A la vez que movilizaba a gran cantidad de civiles, mantenía relaciones con miembros del ejército. Los utilizaba, y al revés. Después, en 1965, el dirigente nacional del PKI, D. N. Aidit (objeto de mi libro de 2006, Pretext for Mass Murder), quería utilizar esta presencia clandestina del partido en el seno del ejército para llevar a cabo una acción destinada a purgar la dirección. Aidit recurría por tanto a esta dimensión clandestina, no oficial, del partido, a esta red de simpatizantes en el ejército para pasar a la acción. Fue un fracaso que se atribuyó a todo el partido, cuyos militantes fueron perseguidos y asesinados. El libro Buried Lives se concentra sobre todo en esta violencia dirigida contra los militantes del partido.

Pero yo he querido mostrar que el PKI no se contentaba con ser sólo una organización civil. Eso estaba desde luego en primer lugar, y luchaba por la hegemonía en la sociedad civil. Pero había también esta otra dimensión y disponía de una estrategia para hacer frente a la amenaza permanente de represión. El partido había sido constantemente objeto de ataques desde su creación en los años 1920 y había aprendido a vivir con esta hostilidad. Después de 1950, la táctica consistió en apoyarse en el ala clandestina del partido para desbaratar la represión militar. Después de 1959, mientras movilizaba a más gente todavía, el partido se apoyó en Sukarno, comandante en jefe de las fuerzas armadas, y se encontró al abrigo mientras Sukarno siguió en el poder.

El número de gente que se unió al PKI antes de 1965 señala el mayor éxito de esta estrategia. Pero después su fracaso estuvo ligado a la decisión, hacia 1965, sobre lo que tenía que hacer para precaverse contra el aumento de las amenazas procedentes de los generales de derecha y proestadounidenses. El partido pensó poder sobrevivir a la represión que, se decía, sería comparable al episodio de 1951, que supuso gran número de detenciones de militantes. Pensaba poder aguantar el golpe ante los arrestos y las detenciones. Pero éste fue mucho peor y nadie había imaginado siquiera lo que finalmente iba a pasar, entre masacres y desapariciones, en particular de personas detenidas.

 Entonces, volviendo a la cuestión de Gramsci: tenemos esta institución del PKI, un partido comunista cuya dimensión gramsciana no ha sido tomada en cuenta. Esta dimensión, o este vínculo, deben ser reconocidos. Pero cuando se dirige hacia Gramsci, hay que cambiar de mirada y pensar la manera como el partido comunista integra la cuestión de la coerción. ¿Se trataba simplemente de un gran partido orientado hacia la legalidad y a los métodos pacíficos? No. El PKI tenía una estrategia militar. Todo partido que moviliza masas debe tener una estrategia que incluya una visión militar, de una u otra forma. No se trata sólo de tener un ala militar. Me parece que uno de los elementos más juiciosos que se derivan de la literatura sobre Gramsci se refiere al carácter mutuamente no exclusivo de la relación entre “guerra de posiones” y “guerra de movimientos”, o al hecho de que cuando una organización de izquierda organiza una huelga, por ejemplo, esta huelga integra elementos de coerción para impedir la aparición de rompehuelgas, para protegerse contra la policía.

CT: ¿Cuál fue el lugar y el papel del Islam dentro del comunismo indonesio?

John Roosa: Cuando la creación del partido en 1920, una de sus principales estrategias organizativas consistió en apoyarse en una organización ya existente y muy popular en la provincia central de Java: la Asociación islámica (Sarekat Islam). El PKI organizaba también a obreros industriales, dockers y empleados de ferrocarril. Pero para ganar en extensión se integró en la Asociación islámica y con ello reconoció al Islam como una religión de justicia social.

Había muchos eruditos del Islam en los años 1920 en Java (Kyais) que apreciaban al partido comunista y veían en su ideal de justicia social el objeto mismo del Islam. El principio director para todo buen musulmán era luchar por la justicia social. Para esta generación de los años 1920-1930, la alianza entre comunismo e Islam tenía una gran importancia. Las cosas cambiaron en los años 1940 con el ascenso del nacionalismo, y después de 1945, cuando la naturaleza de la movilización política se diversificó; las organizaciones islámicas no eran las únicas en luchar por la independencia indonesia y el partido perdió este estrecho lazo con esta especie de teología de la liberación propia del Islam. Sin embargo, después de 1945 todavía quedaba algo e incluso muchos seguían pensando que esta relación seguía vigente.

Con la independencia y después de 1950, la actitud del partido fue simplemente evitar la cuestión religiosa. La religión es asunto personal de cada cual: “no somos anti-religiosos, es una cuestión privada, un derecho que cada cual tiene de escoger la religión que quiera, o de no tener ninguna religión”. Muchos simpatizantes del PKI eran musulmanes y se quedaron. Los dirigentes nacionales del partido solían ser presentados como ateos, pero no intentaban promover el ateismo entre los militantes de base del partido. Una vez más, correspondía a cada cual determinar la religión que quería seguir, ya fuese budismo, hinduismo, cristianismo… Eso no correspondía al partido. En 1965, había todavía cierto número de personas en el partido para quienes esta cuestión seguía siendo importante, que escribían sobre el tema, estimaban que según “la interpretación correcta del Islam”, la prioridad era la justicia social.

CT: Tu libro se centra en las dinámicas internas específicas de la propia sociedad indonesia, en la que se dieron las formas más extremas de violencia sistemática. Pero sólo haces una rápida referencia a una dimensión que para muchos lectores, supongo, sería más familiar o al menos más previsible, a saber, el papel de Estados Unidos y Gran Bretaña y su grado de implicación en esta historia. Sin quitar nada a las fuerzas en juego propias de la sociedad indonesa e implicadas en estos terribles acontecimientos, ¿qué importancia hay que conceder aquí a la política británica y estadounidense? Pienso, en concreto, en el hecho de que dos años antes, en 1963, había comenzado la Confrontación (Konfrontasi[6]) militar entre Indonesia y Gran Bretaña que intentaba mantener su base imperialista en la región (ya descolonizada) con la creación de una nueva entidad nacional-territorial, Malasia, tras haber combatido durante cerca de una decena de años a una potente insurrección comunista e independentista en Malaya (1948-1957). Los británicos se habían vuelto muy hostiles a Sukarno que se oponía a este proyecto. ¿Qué pensar, por tanto, de estas potencias exteriores y qué importancia concederles en este aspecto?

John Roosa: No he abordado mucho la cuestión de los actores externos, Estados Unidos y Gran Bretaña en particular, porque otros historiadores y escritores ya se han encargado de hacerlo. He utilizado aquí y allá documentos estadounidenses y he escrito con más amplitud en otros sitios. Pero creo que esto puede inducir a una sobrestimación del papel de Estados Unidos, sugiriendo que Suharto y su ejército habrían actuado sólo según lo que Estados Unidos les decía. Creo que las dinámicas en marcha eran más complicadas, en la medida en que Estados Unidos, desde final de los años 1940, hicieron saber a los anti-comunistas en Indonesia que veían muy favorablemente las agresiones dirigidas contra los comunistas. Pero Estados Unidos dejaba a las fuerzas locales, en diversos lugares del mundo, que se ocupasen de decidir la mejor forma de hacerlo. Intervenían directamente en algunos casos, cuando estas fuerzas locales no estaban en condiciones de llevar a cabo la represión. Pero en Indonesia, la señal enviada constantemente por Estados Unidos era clara: “Somos anti-comunistas. La violencia contra los comunistas nos conviene. Estimulamos esta violencia “.

 La política estadounidense fue muy coherente desde ese punto de vista, y los generales del ejército comprendieron, a partir de finales de los años 1940, que la represión de los comunistas sería recompensada por Estados Unidos con un apoyo por su lado. Esta dinámica de violencia contra el PKI tenía que ver en parte con la manera como los generales indonesios querían presentar a los americanos sus hojas de servicio anti-comunista, con un mensaje del tipo: “Mirad, todos esos cadáveres de comunistas; ¿ahora qué nos dáis?”. Y ellos querían muchas cosas. Se iban a apoderar del poder de Estado en 1965 y les hacían falta muchas inversiones extranjeras, ayudas extranjeras, ayudas militares, y todos esos comunistas muertos servían al ejército indonesio para enviar el mensaje a Estados Unidos, a Gran Bretaña y al resto del mundo: “Somos anticomunistas y hemos eliminado al partido comunista. Es lo que queríais. ¿Dónde están las monedas?” ¡Era algo así!

Eso me llevó a utilizar esas imágenes de comunistas asesinados en Palembang, arrojados al río Musi, tragados al paso de los petroleros.

CT: En su reciente libro The Jakarta Method, también publicado en 2020, el periodista Vincent Bevins[7] se dedica a demostrar que el exterminio del PKI sirvió de modelo en el contexto más amplio de la guerra fría –y en particular en América Latina– de lucha contra el comunismo y todo lo que podía estar relacionado, aunque fuese de forma imaginaria, con el comunismo. ¿Es convincente su demostración? Y de paso, Bevins, que basa directamente su referencia a Indonesia en tu libro Pretext for Mass Murder, dice haber dejado de lado algunos de tus análisis que algunos consideran “controvertidos”[8]. ¿De qué controversia se trata?

John Roosa: En cuanto a la tesis de The Jakarta Method, creo que Bevins tiene razón, y es un elemento que en mi opinión no ha sido apreciado o reconocido en todos estos años. Respecto a la violencia en los años 1970 contra Allende, la junta en Argentina, y en América central, los especialistas de América Latina que se han interesado en la cuestión no han llegado a ver cómo estas fuerzas militares del continente sudamericano, formadas en Estados Unidos, lo fueron a partir de esta lección indonesia.

 Todo el mundo sabe que habían sido entrenadas en Estados Unidos, en la Escuela de las Américas[9]. Pero había también este mensaje llegado de Estados Unidos, a la vista de la eliminación definitiva del PKI:”podéis llegar hasta ahí; mirad lo que ha pasado en Indonesia. No se han contentado con detener a algunos dirigentes del PKI; ¡han matado a quienes formaban parte del movimiento! ¡Los han matado en masa! Y ahora ya no hay amenaza del partido comunista en Indonesia”. Lo que Bevins revela por primera vez de manera muy documentada es el conocimiento que tenían los dirigentes militares de América Latina de lo que había ocurrido en Indonesia y su manera de reproducir ese modelo…

CT: ¡”Yakarta viene”, “Jakarta se acerca”! [En castellano en el original: slogans que cuya aparición en América Latina en esa época recuerda Bevins]

John Roosa: … En cuanto a la “controversia” citada por Bevins, creo que algunas personas son reticentes a la idea de implicar a la dirección del partido con el Movimiento del 30 de setiembre [en el curso del cual seis generales derechistas fueron asesinados], como yo lo hago. La línea del partido después de 1965 consistía en decir que el partido no tenía nada que ver con este asunto. Yo expongo por el contrario que el partido estaba completamente implicado. Los detalles son bastante complejos porque afectan a las relaciones entre Aidit, la Oficina Especial[10] y estos oficiales militares. Pero no poca gente ha preferido abstenerse de cuestionar el desmentido, ya antiguo, de toda responsabilidad en el Movimiento del 30 de setiembre…

CT : Diez años más tarde, en 1975, el ejército indonesio sembró la devastación y la muerte a gran escala en Timor oriental. ¿En qué medida se trataba de una repetición de los acontecimientos de 1965-66? ¿Qué relación se puede establecer entre los dos episodios?

John Roosa: Si Indonesia hubiese estado en 1975 bajo otro tipo de gobierno, no dominado por el ejército, la política adoptada en Timor oriental habría sido probablemente diferente. Tal vez no habría habido invasión. Pero el ejército indonesio, con su operación masiva contra el PKI, había conseguido la certidumbre de que podía recurrir a una fuerza aplastante para someter a los timorenses orientales. Los militares se esperaban una sumisión total al cabo de tres semanas de invasión. Se auto-alimentó una especie dinámica en el seno del ejército hasta 1999: el ejército continuó dando por hecho que más violencia llevaría a los timorenses a renunciar a su independencia. Pienso que ésa es la relación: si Indonesia no hubiera sido un estado militar, dominado por el ejército, en 1975, habría podido haber otro enfoque.

CT: Para acabar, ahora que has escrito la tercera parte de esta trilogía iniciada hace veinte años, ¿cuál es la próxima etapa de tu trabajo?

John Roosa: ¡Vaya… estoy agobiado por tantas tareas administrativas! En primer lugar, quiero desarrollar ese argumento gramsciano abordado en el libro. Debo aportar clarificaciones suplementarias sobre el Movimiento del 30 de setiembre a la luz de algunas de las críticas que se me han hecho después de mi libro de 2006. En estos momentos, escribo un poco sobre las obras de ficción literaria que tratan de la violencia de 1965-66. Pero más allá de todo esto, mi proyecto más importante es escribir sobre las ideas de constitución en los años 1950: hubo una asamblea constituyente de 1956 a 1959 y ésta fue un fórum en el que una gran diversidad de gentes expresaron sus ideales políticos e imaginaron las formas jurídicas que estos ideales podían tomar. Me gustaría escribir más sobre estas cuestiones, sobre estas ideas relativas al derecho, a la constitución, y menos sobre la violencia, a la que me he dedicado mucho, aunque también mirar desde el lado de la violencia legitima, cómo basar un Estado en el derecho y ejercer una violencia legítima; algo, por tanto, sobre ese momento, en los años 1950 en Indonesia, en que se formula la posibilidad de un marco constitucional a la vez de reducir el ejercicio de la violencia."               (Entrevista de Thierry M. Labica, Viento Sur, 2 de noviembre de 2021)

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