"Resistente antinazi, ex preso, exiliado en Dinamarca y luego en Suecia,
donde editó la revista “Sozialistische Tribüne” con Willy Brandt, Fritz
Bauer fue un jurista suabo nacido en Stuttgart, que fue detenido por la
Gestapo en 1933 por ser miembro del SPD y expulsado de la judicatura por
su origen judío. En 1949 regresó a la judicatura dispuesto a participar
en la reconstrucción, física y moral, del país.
El primero de ellos es por haber sido iniciador del “Proceso Remer”
de marzo de 1952, contra el General nazi Otto Ernst Remer, por
difamación y calumnia contra los conspiradores de la “Operación
Valkiria” que intentaron matar a Hitler el 20 de julio de 1944. Remer
los tachaba de “traidores a la patria” y el gobierno federal parecía
estar de acuerdo con ello, pues negaba la pensión de viudedad a la
esposa de Claus von Stauffenberg, el principal conspirador.
Remer fue
condenado a tres meses, que eludió huyendo a España, donde murió en
Marbella en 1997 tras un largo historial de negacionismo del Holocausto.
Pero la resistencia fue rehabilitada. Desde entonces ya no se pudo
tachar de “traidores” a sus protagonistas.
El segundo, es por el caso Adolf Eichmann. Fritz Bauer recibió en
1957 una carta de un antiguo compañero de campo de concentración
residente en Buenos Aires revelándole que el jefe del departamento
responsable de la deportación y aniquilación de los judíos, vivía en
Buenos Aires. Su hija, explicaba el amigo, había conocido a un hijo de
Eichmann, que vivía con otro apellido, y le habían chocado los fuertes
juicios antisemitas del chico.
El paradero de Eichmann, que había
escapado de Alemania ayudado por el Vaticano, era conocido por los
servicios secretos alemanes y norteamericanos. Bauer sabía que poner el
caso en manos de la justicia alemana significaba perderlo, porque los
jueces alemanes advertirían a Eichmann, y éste desaparecería. Así que se
lo comunicó directamente al Mosad, que secuestró felizmente a Eichmann
en Buenos Aires en 1960 (no había tratado de extradición entre ambos
países), y se lo llevó a Israel, donde fue debidamente juzgado y
ejecutado.
El tercer y principal motivo por el que Bauer entra en la historia es
en su calidad de promotor, en 1958, de los Procesos de Auschwitz: seis
juicios celebrados entre 1963 y 1968, contra 27 matarifes responsables
directos del campo de exterminio, oficiales de las SS y la Gestapo.
Aquello fue una proeza.
No hubo desnazificación
En Alemania Occidental, en términos generales, no hubo
desnazificación. Los juicios aliados en Alemania contra los nazis fueron
poca cosa y el nuevo Estado alemán los protegió y amnistió. El tribunal
interaliado de Núremberg que se proponía llevar a juicio a cinco mil
personas, no juzgó más que a 210. En diversos juicios, norteamericanos,
británicos y franceses condenaron a 5000 personas, de las que apenas 700
lo fueron a la pena capital. Más del 90% de los miembros de las SS ni
siquiera llegaron a ser juzgados.
“No sólo no hubo desnazificación, sino que hubo una renazificación,
no en el sentido de que los ex nazis estuvieran otra vez en su puesto
para construir un nuevo Auschwitz, sino en el de que ayudaron a levantar
esta Alemania conservadora, democrática y capitalista”, me explicó el
Catedrático Ossip K. Flechtheim, en los años ochenta.
Flechtheim, un compañero de Bauer, también de origen judío, que fue
fiscal en varios de los procesos de Núremberg y falleció en 1998, no
conocía, “ni un solo caso” de juristas de la administración nazi que
fuese juzgado y castigado ante los tribunales. Incluso la mayor parte de
los veinticinco miembros de la comisión de asesores del Consejo
Constituyente (Parlamentarisches Rat) que redactó la constitución
alemana de 1949, habían estado en activo durante el nazismo.
Los intentos de la administración aliada de ocupación por depurar la
justicia, la administración pública y la policía chocaron con enormes
dificultades. Se intentaba evitar un modelo de policía, alejado de las
tradiciones absolutistas que desembocaron en la Gestapo. En julio de
1945 los aliados emitieron unas directrices en materia de depuración de
funcionarios y de limitación del nefasto poder legislativo que la
tradición prusiana ponía en manos de la policía, prohibiendo los
decretos policiales y potenciando una organización descentralizada, de
tipo anglosajón, y desmilitarizada de la futura policía.
El mismo año,
el Cuartel General aliado consideraba que, “con los vigentes criterios
de desnazificación, el 75% de los funcionario rasos y el 90% de los
oficiales de la policía no serían aptos para el servicio”. Hans
Christoph Seebohm, que tres años después sería Ministro de Transportes
con el Canciller Konrad Adenauer, expresaba en 1946 la mentalidad
imperante al exigir públicamente “respeto” a la cruz gamada, símbolo por
el que habían muerto, “tantos soldados alemanes”.
A medida que los aliados transferían competencias a la administración
alemana, los propósitos democratizadores chocaban con una acción
obstruccionista y restauradora. Los aliados descubrieron, por ejemplo,
que en la primera mitad de 1948 sólo ocho de los diez mil registros
domiciliarios practicados por la policía en once ciudades con
administración alemana de Württemberg-Baden (un Land del suroeste así
llamado desde 1945 hasta 1952, que no coincide del todo con los límites
del actual Baden-Württemberg), contaban con el correspondiente permiso
judicial.
El Ministro del Interior responsable, el socialdemócrata Fritz
Ulrich, consideraba esta práctica, “una vieja y buena tradición”. Ese
tipo de irregularidades era generalizado en todo el país, y un documento
oficial norteamericano de la época consideraba la “necesidad de
fortalecer la resistencia civil de los alemanes contra las prácticas
contrarias a la ley”, explica el sociólogo e historiador Falco
Werkentin.
Cuando en febrero de 1951 se creó una “Guardia Federal de Protección
de Fronteras”, que en realidad era una tropa militarizada dirigida a la
intervención interior, el Bundesgrenzschutz, se constató que el 62% de
sus oficiales eran ex militares de la Wehrmacht y sólo el 7% ex
funcionarios de policías. Otro 31% lo componían ex policías que habían
sido transferidos a la Wehrmacht durante el nazismo.
Los manuales de
instrucción anti-insurgente de ese cuerpo tomaban como inspiración las
experiencias en ese sentido del periodo 1918-1943, incluida la represión
de la “lucha contra el bandidaje” durante la Segunda Guerra Mundial, lo
que se refería al combate contra la resistencia, y operaciones como el
aplastamiento de la insurrección de Varsovia y otras masacres del frente
ruso.
Purga anticomunista
A medida en que se fue entrando en una dinámica de guerra fría, los
aliados fueron abandonando escrúpulos y perspectivas reformadoras en
beneficio de un frente anticomunista
que valoraba más la seguridad y
firmeza anticomunista de un ex nazi que el peligro potencial que éste
pudiera representar para un orden democrático.
Es así como en lugar de
desnazificación, la administración alemana procedió a una limpieza de
comunistas. En enero de 1948, una investigación realizada en Baviera
contabilizó un 2,9% de miembros del Partido Comunista Alemán (KPD) y un
5,2% de simpatizantes en la policía municipal. En la policía regional
las cifras eran 0,26% y 0,9%, respectivamente. El mismo año, el Ministro
del Interior socialdemócrata de Renania del Norte-Westfalia informó que
el 56% de los altos funcionarios de su policía procedían del partido
nazi (NSDAP) y de las SS.
La campaña contra los comunistas se mantuvo pese a que la influencia
comunista iba descendiendo claramente en Alemania Occidental. A partir
de 1953, el KPD ya nunca superó el 5% de los votos en las elecciones,
pero los comunistas y sus simpatizantes siguieron siendo objeto
preferente de la policía y la justicia, con cerca de 100.000 sumarios,
fiscales y policiales, abiertos entre 1951 y 1961.
La judicatura ofrecía un panorama similar; en Baviera el 81% de los
jueces tenían un pasado nazi, mientras que en Württemberg-Baden, el 50%.
“En Hesse”, me explicó Flechtheim, “los norteamericanos nombraron a un
conocido mío para que buscara jueces sin antecedentes nazis. Consiguió
reunir a una cuarentena, a los que situó en los puestos más altos.
Luego, la administración de justicia pasó a manos alemanas y después de
un año, de aquellos cuarenta sólo dos permanecían en su puesto: los
demás habían sido relegados a puestos de poca monta, en el registro de
propiedad y similares”.
En 1949, las directrices de la Alta Comisión Aliada insisten todavía, en
un tono que ya parece de desesperación, en que, “la organización de la
policía no se centralice de tal forma que suponga una amenaza a la forma
democrática de gobierno”. Pronto se vería que ese propósito, así como
en general el de reformar la burocracia de Estado de la Alemania
ocupada, fracasó, en parte debido a las dificultades de una política
desbordada por las urgencias y prioridades de la reconstrucción de un
país que estaba literalmente en ruinas, en parte por las resistencias
del objeto de esa reforma, y en parte también por la consideración,
expresada en una publicación del Departamento de Estado norteamericano
de 1947, de que una enérgica desnazificación habría tenido,
“consecuencias revolucionarias para la vida política y económica del
país”.
Francotirador y humanista
Los procesos de Francfort que Bauer inició, fueron una pequeña
excepción en ese contexto restaurador. Condenar a algunos de aquellos 27
monstruos, aunque fuera a penas leves por prescripción, tuvo una gran
importancia. Para hacerse una idea del ambiente, en los procesos los
acusados fueron saludados militarmente por algunos de los policías
cuando pasaban delante de ellos en la misma sala de la Audiencia de
Francfort, y Bauer, que era el fiscal, recibió amenazas e insultos
durante aquellos juicios.
En el contexto de la Alemania de Adenauer, Bauer era un
democratizador genuino, un hombre que no estaba interesado en la
venganza sino en la justicia y el arrepentimiento era un adversario de
la pena de muerte- y que creía fervientemente en la redención de
Alemania, asunto en el que cifraba todas sus esperanzas en la juventud.
El movimiento de 1968, que en Alemania fue más profundo que en Francia y
derribó culturalmente gran parte de aquella herencia, le dio la razón
en lo que tuvo de ajuste de cuentas generacional con los nazis y la
cultura que había hecho posible el nazismo. Bauer fue un precursor.
En 1962 su ensayo, “Sobre las raíces de la acción nazi” debía ser
distribuido en las escuelas de Renania-Westfalia, pero el Ministro de
Cultura del Land, Eduard Orth, lo prohibió. Emplazado para una discusión
pública con Bauer, Orth declinó acudir, pero envió en su lugar a una
joven promesa de su partido. Se llamaba Helmuth Kohl y en el debate con
Bauer, el joven Kohl defendió la idea de que aun era “demasiado pronto
para hacer un juicio moral sobre el nazismo”.
Una muerte oscura
El jurista distinguía tres sujetos en el origen del nazismo;
“primero, los nazis que propugnaban ideas y actitudes nazis, una minoría
importante. Segundo, la gente autoritaria y cruel educada en el
militarismo prusiano y en la tradición de Lutero. Tercero, la gran masa
de obedientes, conformistas y oportunistas”, decía. Unos y otros,
coincidían en que el humanismo, la compasión y la solidaridad, son
síntomas de flojera e ingenuidad mental, una idea que ahora la nueva
derecha hace suya con el concepto “buenismo”, explica Ilona Ziok, la
directora que le ha dedicado a Bauer un largo documental.
Con ese
discurso y actitud, Bauer fundó, en 1961, la “Humanistische Unión”, la
organización de derechos humanos más influyente de la moderna Alemania
cuyo objetivo era, “la liberación de las ataduras de la obediencia
automática al Estado”, que llevaron a Alemania a tan funestos
resultados.
El Fiscal de Hesse trabajaba a contracorriente. Quien marcaba la
línea era Eduard Dreher, el encargado de la reforma del código penal en
el Ministerio de Justicia a partir de 1954. Fue Dreher quien impuso la
prescripción para los crímenes de “complicidad con asesinato” que liberó
de toda responsabilidad a los nazis y tuvo el efecto de una amnistía.
Las medidas de gracia de los años cincuenta tuvieron por resultado que a
final de aquella década todos los nazis condenados por tribunales de
guerra se encontrasen en libertad sin terminar condena.
Nada más lógico
si se recuerda el pasado de Dreher, que en 1943 había sido fiscal
especial en Innsbruck, encargado de revisar sentencias a cadena perpetua
para convertirlas en pena capital, lo que envió a centenares de
“delincuentes políticos” a la muerte. Bauer, al contrario, fue el
reformador del derecho penal y de la legislación penitenciaria alemana y
el luchador por una valoración apropiada del Holocausto. “Por todo eso
fue visto como adversario y enemigo”, afirma Ziok, que dice haber
encontrado “muchas dificultades” para financiar su película, dos veces
rechazada por el Ministerio de Cultura.
Fritz Bauer murió a finales de junio de 1968. Encontraron su cuerpo
en la bañera de su casa, en lo que se dijo pudo ser suicidio o
accidente. Que un hombre tan tenaz y voluntarioso cometiera suicidio, es
poco creíble. “Mucha gente cree que fue asesinado, pocos creen que fue
suicidio o accidente”, dice Ziok. No hubo autopsia. “Toda la
documentación sobre su muerte desapareció en el incendio de un archivo
jurídico de Francfort”, explica la directora.
Gracias, sobre todo, a las presiones de abajo del movimiento de 1968,
Alemania emprendió un considerable examen de conciencia sobre su pasado
nazi, que hoy continúa. La ventaja de Alemania respecto a Japón, país
que aun hoy honra como patriotas a sus criminales de guerra, es enorme y
manifiesta. Al mismo tiempo, Alemania y Japón tienen en común el haber
prácticamente anulado la gran ventaja moral que extrajeron de su
condición de derrotados en la Segunda Guerra Mundial, al legalizar hoy
la utilización de sus fuerzas armadas fuera de sus fronteras, que sus
respectivas constituciones complicaban." (Rafael Poch, blog, 05/04/20)
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