"En plena Segunda Guerra Mundial, un grupo de mineros rumanos encontró
en una cueva de Transilvania una calavera humana. Años más tarde pudo
determinarse que tenía unos 33.000 años de antigüedad y que pertenecía a
un hombre adulto. Desde su descubrimiento, ha intrigado a los
paleoantropólogos. Una de las causas de esa intriga son dos fracturas en
la parte superior del cráneo.
Aunque muchos lo zanjaron diciendo que
eran producto de la acción del tiempo sobre el fósil, un grupo de
forenses de la antigüedad ha determinado ahora que fueron provocadas en
vida por dos fuertes golpes en la cabeza que le provocaron la muerte. Se
trataría de uno de los asesinatos entre humanos modernos más antiguos.
"El hombre sufrió dos fracturas en el cráneo, una lineal y otra
fractura con hundimiento que, según las pruebas forenses, se produjeron
alrededor del momento de la muerte del individuo", describe la
antropóloga forense de la Universidad de Creta (Grecia) y coautora del
artículo publicado en la revista PLoS ONE,
Elena Kranioti.
Tanto la primera lesión, en el hueso occipital en la
base posterior del cráneo, como la segunda, en el hueso parietal
derecho, no muestran signo de cicatrización como fusiones o callos
óseos. Esto supone que no tuvieron tiempo de curarse, lo que solo puede
indicar una de dos: o se produjeron en su proceso de fosilización o
alrededor de la muerte. Lesiones perimortem, en la jerga forense.
Para saber si fue antes o después, las investigadoras analizaron con
mucho detalle las imágenes por tomografía computerizada (TAC) del cráneo
de Cioclovina (por la cueva donde fue encontrado) desde todos los
ángulos posibles. En vida, los huesos, en especial los del cráneo,
tienen una relativa elasticidad que pierden al poco de que su dueño haya
muerto.
Además, los efectos de cada tipo de impacto dependen de muchos
factores intrínsecos (morfología y grosor del hueso, posición del cuerpo
en el momento del golpe, presencia de lesiones anteriores...) y
extrínsecos (velocidad del impacto, altura en caso de una caída, forma y
composición del objeto...).
Vistas en el TAC, las lesiones dieron muchas pistas. La fractura por
hundimiento presenta pequeños trocitos de hueso astillados aún sujetos
al resto del hueso. Además, tiene una línea de fractura muy determinada,
expandiéndose de forma concéntrica. Mientras, el golpe en la base
posterior del cráneo afecta al foramen magnum, una especie de
agujero por el que bajan todas las conexiones nerviosas al resto del
cuerpo, y la fractura sigue hasta el esfenoides, que está en lo más
profundo de la cara, que aparece como deformado. Lesiones así solo
podían ser perimortem. "En una rotura postmortem faltarían marcas de deformación plástica y estaría quebrado en ángulos rectos irregulares", apunta Kranioti.
Ahora tenían que determinar la causa de los golpes y si fueron los
que mataron al dueño del cráneo. Para ello, las investigadoras usaron
una decena de esferas hechas con hueso artificial y rellenas de una
gelatina especial que se usa en los ensayos balísticos a modo de
cerebro. Les hicieron de todo: las tiraron desde tres y 10 metros, las
golpearon con una piedra y con un palo una o dos veces y apoyadas contra
una superficie o sujetas. Las únicas fracturas que encajan con las de
la calavera de Transilvania son las que fueron provocadas por el palo en
dos sucesivos golpes, según publican en PLoS ONE.
El análisis forense apunta a que el ataque se produjo de frente y que el
autor de los golpes debía ser zurdo o usó las dos manos para sostener
el palo, que debía tener forma redondeada. El cuadro se podría resumir
en una muerte por traumatismo craneal por fuerza bruta. Revisando la
bibliografía sobre fracturas provocadas por palos y objetos similares,
las científicas encontraron una macabra coincidencia.
En 2006, forenses
del ejército de EE UU que estudiaban cadáveres de prisioneros de los jemeres rojos en Camboya comprobaron que muchos de ellos presentaban lesiones en el cráneo provocadas por golpes.
Durante los cuatro años que duró su terror, en los años setenta, el
Jemer Rojo solía ajusticiar a palazos en la cabeza. La lesión más
habitual es como la fractura lineal que presenta el cráneo de
Cioclovina, que viene del Paleolítico, hace 33.000 años.
El de Cioclovina no es el primer asesinato de la historia humana,
pero es relevante porque muestra la continuidad de la violencia entre
los actuales humanos y los que les precedieron. En 2015 investigadores
españoles publicaban el análisis del que podría ser, esta vez sí, el
primer asesinato del que se tiene constancia en el registro fósil. Se
trata del caso del cráneo 17, hallado en la Sima de los Huesos, en el yacimiento de Atapuerca,
en Burgos. Allí, entre otros muchos restos humanos acumulados, se
encontró esta calavera de hace 430.000 años que muestra dos agujeros a
la altura de la frente. El objeto con el que los hicieron debió de
llegar hasta el cerebro.
"Debieron de ser dos golpes muy seguidos, quizá en el pico", comenta
el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, coautor del descubrimiento del cráneo
17 y que no ha intervenido en el análisis forense del cráneo de
Cioclovina. Arsuaga aclara que no es fácil determinar el grado de
violencia entre los diversos homininos porque no hay muchas fracturas
entre los fósiles.
"Pero ya en Atapuerca tenemos ejemplos de canibalismo
de hace 800.000 años, canibalismo después de homicidio". comenta. Lo
que sí cree, apoyado en los datos, es que la violencia en el Paleolítico
tendía ser del grupo hacia el individuo, hacia el que se desviaba de la
norma, era una violencia de control social. "Es en el Neolítico cuando
podemos hablar de violencia organizada entre grupos, proactiva más que
reactiva, casi de guerras entre los grupos". (Miguel a. Criado, El País, 06/07/19)
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