“Al contrario que en el caso de los republicanos, para los golpistas la
represión constituyó la base de su acción desde el mismo 17 de julio;
conscientes de que eran minoría decidieron imponerse por el terror
mediante un calculado plan de exterminio efectuado pueblo a pueblo y
ciudad a ciudad, que se extendió durante nueve años (1939-1945)”,
escribió hace más de una década el historiador Francisco Espinosa
Maestre (Villafranca de los Barros, Badajoz, 1954).
Se define como un
historiador crítico, que tiene entre sus referentes a Josep Fontana,
E.P. Thompson y los franceses de la Escuela historiográfica de los
Annales. Francisco Espinosa es autor de La justicia de Queipo: violencia selectiva y terror fascista en la II División en 1936 (2000); La primavera del Frente Popular. Los campesinos de Badajoz y el origen de la guerra civil (2007) y Lucha de historias, lucha de memorias. España, 2002-2015 (2015), entre otros libros.
En el informe sobre la represión franquista que
redactó en 2008, el historiador distinguía tres etapas: la primera (17
de julio de 1936-febrero de 1937), caracterizada como de “represión
salvaje” con los llamados “bandos de guerra”; la segunda fase, entre
marzo de 1937 y los primeros meses de 1945, fue la de los “consejos de
guerra sumarísimos de urgencia” (tal vez se pueda percibir una
disminución en el ritmo de la represión a partir de 1943, matiza
Espinosa Maestre); y, en tercer lugar, la “gran oleada represiva” de
finales de los años 40 y los años 50, en la que fueron eliminados
decenas de guerrilleros y sus bases de apoyo. La entrevista a Francisco
Espinosa tiene lugar antes de que imparta una conferencia en el Centre
Cultural La Nau de la Universitat de València.
-La conferencia en el Fórum de Debats de la Universitat de València
aborda la represión como “gran secreto” del franquismo. ¿Por qué la
consideras un “secreto” y una “cuestión pendiente”?
Porque todavía seguimos sin saber la dimensión real
que tuvo. Hay una documentación oculta que a estas alturas no se ha
permitido que veamos. Así, en los archivos militares hay miles de
documentos que están cerrados a la investigación; la documentación
eclesiástica es otro fondo al que tampoco hemos podido acceder, al igual
que parte de la documentación judicial o de la guardia civil y la
policía.
-¿Qué recomendarías, además de paciencia, a los jóvenes investigadores?
Espero que en algún momento, que no sé cuándo será, se
tome la decisión de abrir esos archivos. Pero será otra generación la
que los estudie, y no –por razones de edad- quienes empezamos a finales
de los 70 y principios de los 80. A ellos les tocará afrontar ese reto,
cuando se tenga acceso a los archivos y los documentos; los que hayan
quedado después de la quema y la destrucción que hayan llevado a cabo,
que es algo que también han hecho, y es posible que aún se destruyan
más.
-Pero la investigación avanza. Un reciente libro del periodista Carlos Hernández de Miguel, Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas (Ediciones B, 2019) documenta la existencia de 296 campos de concentración franquistas…
Parece ser que la primera investigación realizada, la
del historiador Javier Rodrigo, fue incompleta.
El libro que mencionas
ha ampliado los campos en un tercio, ya que se conocía la existencia de
aproximadamente 200 (En el artículo “Internamiento y trabajo forzoso:
los campos de concentración de Franco”, publicado en 2006 en la revista
Hispania Nova, Javier Rodrigo apunta que en España hubo “más de 180
campos -104 de ellos estables- donde a los prisioneros de guerra se les
internaba, reeducaba, torturaba, aniquilaba ideológicamente y preparaba
para formar parte de la enorme legión de esclavos que construyeron y
reconstruyeron infraestructuras estatales, como parte del castigo que
debían pagar a la ‘verdadera’ España”. Nota del entrevistador).
-En el libro Violencia roja y azul: España, 1936-1950
(Crítica, 2010), del que fuiste coordinador, cifras en al menos 130.199
las víctimas de la represión franquista, pero en alguna ocasión has
alertado de la “obsesión por las cifras” (“el franquismo siempre tuvo
claro que el debate sobre la represión nunca debía salir del ámbito
numérico”, afirmas). ¿Por qué razón?
Entrar en una batalla cifras son ganas de perder el
tiempo, se entra en un marasmo. Creo que es una discusión que no tiene
sentido alguno. Lo único que nos sirve en la investigación y la
reflexión es trabajar con nombres y apellidos; es esto lo que soporta
todo aquello que podamos afirmar. Por ejemplo, en la ciudad de Badajoz
sí podemos decir que fueron 1.400 las víctimas, pero habría que añadir
que se trata de una documentación incompleta, que procede en general de
los registros civiles y en estos no estaba inscrita ni la mitad de las
personas que tendrían que figurar; estamos, por tanto, a la espera de
tener acceso a los archivos militares que nos permitan contar con más
información.
-Entre 2005 y 2010, fuiste coordinador científico del
proyecto Todos los Nombres, iniciativa que promueven la CGT de Andalucía
y la asociación Nuestra Memoria (Actualmente hay registradas 98.760
personas, 826 microbiografías y 1.436 documentos).
Hicimos en este caso una base de datos, de los
represaliados por el franquismo en Andalucía, Extremadura y el norte de
África. Introduje las investigaciones que había realizado sobre Badajoz y
Huelva, después fueron añadiéndose otras muchas de gente que había
hecho investigaciones locales y provinciales.
-En 2003 publicaste La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a
Badajoz. Llevas años investigando y escribiendo sin ejercer como
docente en la universidad y, por otra parte, al margen de las grandes
tribunas mediáticas. ¿Con qué problemas te has encontrado?
Te ves obligado a llevar otra ruta. Y no sólo respecto
a los contenidos. Hay temas sobre los que la universidad no ha querido
investigar hasta muy tarde. Cuando terminé la carrera, quise hacer la
tesina e investigar sobre el golpe militar y la represión en Sevilla. En
la universidad me dijeron que no había perspectiva suficiente, que
tenía que pasar todavía más tiempo. Era en torno al año 80.
No había
vías abiertas para hacer estudios de estas características y, por tanto,
tenías que hacerlos fuera. Incluso si se hacían estos trabajos
tardíamente –en los años 90- también había unos límites. El cambio
empezó, parcialmente, en los años 90 del siglo pasado. Pero ocurrió que
todo se mezcló después con la oleada “revisionista”, dentro de la
universidad también ha habido investigadores que han seguido la ruta del
“revisionismo”.
-En el artículo “La memoria de la represión y la lucha
por su reconocimiento” (revista Hispania Nova, 2006), escribiste: “La
primera gran división que se produce tras el golpe militar del 18 de
julio es la que separa a la España donde triunfa la sublevación de la
España donde fracasa. Dicho de otra forma: en media España no hubo
guerra civil alguna sino sólo golpe militar y represión”. ¿Destacarías
algún ejemplo de represión especialmente silenciado?
Yo creo que en todas las provincias, por ejemplo en
las que yo he estudiado –Huelva, Badajoz o Sevilla-, hay episodios
locales, provinciales y nacionales que llamarían la atención; pequeñas
historias que pueden sacarse pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, y que
darían un buen campo para la difusión. Encontramos muchos casos en
Huelva, en Cádiz también hay algunos ejemplos muy interesantes y en
Sevilla ni te cuento…
-Por otra parte, ¿a qué obedece tu polémica con el
catedrático de Historia Social y del Pensamiento Político, Santos Juliá,
colaborador del diario El País desde 1980? ¿Y con otros escritores?
Lo que hubo, en el caso de Santos Juliá, creo que fue
simplemente soberbia por su parte. Mi escrito fue una crítica ante la
actitud despreciativa que tenía respecto a las investigaciones de la
represión. Como él tenía púlpitos y su opinión se difundía ampliamente,
creí conveniente responderle. Y marcarlo también a él como una persona
contradictoria.
Esto no le debió gustar nada, a pesar de que lo único
que utilicé fueron datos objetivos. La respuesta fue la de una persona
prepotente; no respondió a las cuestiones que se plantearon (las
críticas de Francisco Espinosa Maestre están expuestas en el artículo
“De saturaciones y olvidos. Reflexiones en torno a un pasado que no
puede pasar”, publicado en 2007 en la revista Hispania Nova. Nota del
entrevistador).
En cuanto a los escritores Javier Cercas, Andrés
Trapiello y Antonio Muñoz Molina, se trata simplemente de que uno está
ya cansado de que, dada la trascendencia que tienen por lo mediáticos
que son y el apoyo que reciben de grupos potentes como PRISA, vayan de
historiadores. Y uno se harta. No se conforman con ser novelistas. En el
caso de Cercas, la cuestión viene de una novela que hizo –El monarca de las sombras (2017)- y en la que quería “salvar” a su tío abuelo, que era un fascista cualquiera.
-Fuiste autor, en 2008, del “informe sobre la
represión”, unido a la causa abierta por el juez Garzón sobre los
crímenes del franquismo. Hay historiadores que, por el contrario,
consideran que la llamada “memoria histórica” implica una politización
de la historia y, además, enlodarla en polémicas poco rigurosas. ¿Estás
de acuerdo?
Es la actitud que ha tenido la academia y la universidad ante el reto que les supuso el boom
de la memoria. Algunos lo han dicho claramente: la memoria fue una losa
que se les vino encima; de hecho, les obligaba a salirse de su “sitio”,
de la fortaleza que son las universidades, para tener que entrar en el
ámbito público.
Y entrar, además, en un terreno que a la mayoría no les
apetecía. El caso es que, para cualquiera que sepa un poco de Historia,
la memoria es un recurso más de la Historia. Hay terrenos en los que la
historia no entra –porque no existe documentación de todo- y sin embargo
los testimonios orales resultan muy válidos e interesantes. Sin ellos,
no tendríamos la información.
Así ocurre en todo lo referente a
prisiones, torturas o violaciones, hechos que sucedieron en aquella
época de manera frecuente y no los encuentras reflejado en los
documentos.
-¿Son compatibles el rigor científico y el compromiso del historiador a la hora de investigar?
Me parece simplemente que la historia debe ser rigurosa y objetiva, pero no imparcial. Todos tenemos ideología.
-Se habla de la excepcionalidad española en cuanto a
la pervivencia de la dictadura y sus consecuencias; ¿se idealiza, en ese
caso, la ruptura de Italia y Alemania –después de 1945- con el fascismo
y el nazismo?
La singularidad de España viene ya marcada por el
modelo de Transición, por una dictadura que duró 40 años y porque
tenemos una derecha que no ha roto y continúa unida ideológicamente al
franquismo; por otro lado, tenemos un centro izquierda, que sería el
PSOE, que no va más allá de 1978. Ninguno de los dos partidos tiene
interés en reivindicar la II República o los valores que quedan de lo
que representó la República.
-Una de las polémicas (políticas) recientes es la
decisión del gobierno del PSOE de exhumar, del Valle de los Caídos, los
restos del dictador. ¿Eres partidario de esta medida? ¿Y respecto a las
34.000 personas allí enterradas?
Creo que los restos de Franco habría que sacarlos, no
deberían estar en el Valle de los Caídos. Y en cuanto a los restos de
todos los demás, sacarlos también del “mamotreto” aquel y darles una
sepultura digna, como a cualquier otra persona. Respecto al Valle de los
Caídos, es tal el dinero que cuesta mantenerlo anualmente –y con las
temperaturas que hay en aquel roquedal- que lo más lógico me parece
abandonarlo a su suerte.
¿Convertirlo en un lugar para la memoria de las
víctimas? No le veo sentido alguno a esa propuesta, creo que no podrá
ser nunca un “lugar de memoria” de nada. Aquello es, por lo visto, un
caos total, los huesos están fuera y las cajas rotas, la gente que lo ha
visto pinta un panorama terrible… Por tanto, los restos que se puedan
sacar e identificar, que se identifiquen, y los que se puedan entregar a
los familiares, que se proceda; y al resto, que se les pueda dar una
sepultura digna en algún otro sitio.
-Algunos investigadores apuntan que 20.000 presos
políticos participaron en las obras de construcción del Valle. ¿Cómo has
observado el litigio respecto a la exhumación del dictador?
El hecho de que sea la familia de Franco la que esté
provocando el retraso en la resolución, adoptada por el Congreso de los
Diputados, de sacar a Franco del Valle de Cuelgamuros ya me parece una
anomalía total. Que además el Tribunal Supremo suspenda la exhumación
porque pudiera haber consecuencias para los recurrentes y para el
interés público, creo que es una cosa rara e impropia de un país
democrático.
-Por último, el auto del Tribunal Supremo que decidió
la suspensión cautelar de la exhumación consideró a Franco jefe del
Estado desde octubre de 1936, cuando esa fecha ejercía Manuel Azaña como
presidente de la República. ¿Se trata de un error?
Me parece simplemente que los jueces que han escrito
ese auto son de ideología franquista. Ellos y mucha gente más, que se
sienten dentro de la onda franquista, consideran que Franco era el jefe
de Estado el 1 de octubre de 1936."
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