28/6/19

La maldad del ministro del Interior italiano, Salvini, al manifestar la idea repulsiva de esterilizar a una mujer gitana para que no pueda eludir la cárcel, es el reflejo de una parte de la sociedad europea del S.XXI que se degrada a sí misma al naturalizar las conductas de sus dirigentes...

"La maldad retorcida que encierra el ministro del Interior italiano, Mateo Salvini, manifestando la idea repulsiva de esterilizar a una mujer gitana para que no pueda eludir la cárcel, es el reflejo de que hay una parte de la sociedad europea del S.XXI que se degrada a sí misma al naturalizar las conductas de sus dirigentes. 

Esta naturalización  es un ataque a la tolerancia, la inclusión, la diversidad y la esencia misma de nuestras normas y principios de derechos humanos. En general, socava la cohesión social, erosiona los valores compartidos y puede sentar las bases de la violencia, haciendo retroceder, a pasos agigantados, los valores humanos y las reglas democráticas que todos los Estados avanzados y los países civilizados deben salvaguardar frente a la negación perturbadora del proyecto europeísta, que lleva como epicentro la bandera de los derechos humanos y sociales para todos los pueblos, naciones y culturas que componen nuestro viejo continente. Incluido claro está el pueblo gitano, integrado por más de 12 millones de personas, a las que se les ha negado e impedido históricamente su plena inclusión en esta gran Europa que deshumaniza la pobreza extrema criminalizando a quien desgraciadamente la padecen.

No basta con recordar la memoria de las víctimas del genocidio nazi para conmemorar aquella masacre histórica sin olvidar que el origen de aquella cruel ignominia comenzó con censos, persecuciones, esterilizaciones y deportaciones a nuestro pueblo antes que desarrollara la maldita maquinaria del Holocausto o el Samudaripen, denominado por el pueblo Romaní.

 (...) tenemos que remover las conciencias sobre la existencia de un discurso de odio que está abonando la semilla de la violencia en nuestro presente y en nuestro futuro más inmediato, y que triunfará si permanecemos como si nada ante las amenazas frecuentes de la ultraderecha.

 Una ultraderecha para la que la condición étnica de una mujer, de un ser humano, es tan insignificante en términos de dignidad ante el poder de las mayorías dominantes. Solo tendríamos que cambiar la mirada racista para darnos cuenta de que a Salvini no se le ocurriría reclamar este tipo de medidas, por ejemplo, para los líderes de su propio partido condenados por casos de corrupción. 

Por el contrario, saca el odio a pasear cuando los autores de algún delito pertenecen a las minorías étnicas. Pero lo que más me sorprende no son las malas intenciones del fascismo, sino que tengamos partidos políticos en nuestro país que logren consumar pactos con la extrema derecha -que comulga abiertamente con la ideología de Salvini- con el único propósito de calmar el hambre de gobernar y el ansia irrefrenable de poder, y no se abrumen al blanquear sus discursos contra la igualdad y los derechos humanos. (...)"                     (Beatriz Micaela Carrillo, Público, 27/06/19)

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