"Quizá asustado por el poder que conserva el ectoplasma de Franco, el
pasado verano el Gobierno señaló por boca del ministro de Cultura, José
Guirao, que el Memorial de Auschwitz es un referente de sus planes para Cuelgamuros.
Es obvio que el Valle de los Caídos
no es Auschwitz, pero también lo es que ninguno de los alemanes que
visitan el antiguo campo de exterminio hace ademán de orgullo o
nostalgia al caminar junto a las ruinas de las cámaras de gas. Tampoco
muestran culpabilidad, acaso una responsabilidad por saber. Los ubicuos
adolescentes israelíes que marchan en grandes grupos con la bandera de
la estrella de David amarrada al cuello tampoco parecen culpar a los
alemanes actuales.
Franquear la puerta de aquel campo que reza Arbeit macht frei
(el trabajo libera) rodeado de turistas y de los fríos del otoño
polacos es penetrar en un potentísimo recordatorio de la barbarie del
siglo XX. Hay quien se hace un selfie, pero en general la generación de
los nietos de aquellos europeos, víctimas y verdugos, penetra en el
mayor campo de exterminio nazi con la solemnidad de la que cada uno es
capaz.
Desde la cofa del Memorial de Auschwitz, su director, Piotr Cywinski,
habla de los problemas que plantea el contexto actual. “Cada vez más
instituciones dedicadas a la memoria consideran que estamos al principio
de un proceso distinto. El populismo no hace lo que considera correcto,
sino lo que piensa que la gente cree que es correcto. La aproximación
positivista ya no funciona para hablar con el disidente”.
¿Hay algunas
lecciones que España pueda extraer sobre la gestión de lugares marcados
por la barbarie? Cywinski se muestra muy cauto y recuerda que él no es
ni un político ni un hispanista, pero aconseja: “Si yo fuera parte de
las autoridades españolas me preguntaría si exhumar a Franco contribuye a
la coherencia de mi país o la destruye”.
Andreas Huyssen, profesor emérito de la Universidad
de Columbia y experto en la gestión de la memoria del siglo XX, señala
el tiempo transcurrido como una de las claves. “Tomó 40 años en Alemania
hasta que el Holocausto y la criminalidad del régimen fueran
reconocidos totalmente.
Cuarenta años después de la muerte de Franco es
el momento de enfrentarse a la memoria. No sólo de la dictadura de
Franco, sino también de la Guerra Civil”, explica en una conversación
desde su ipad. ¿Qué se puede aprender para que el Valle de los Caídos
deje de ser un foco para el antagonismo en la sociedad española? A su
juicio, “para hacer del Valle de los Caídos un lugar con potencial para
la reconciliación es necesario exhumar a Franco y enterrarlo en un
panteón familiar”. Ahora bien, “siempre me dio la impresión de que la
Ley de Memoria Histórica era problemática. No creo que la memoria se
pueda legalizar”, matiza.
Huyssen, autor entre otras obras de En busca del futuro perdido: cultura y memoria en tiempos de globalización, propone la creación de un museo explicativo en el Valle de los Caídos como hizo Sudáfrica con el Monumento Voortrekker en Pretoria.
Esa estructura de granito fue levantada por los afrikáneres en lo alto
de una colina para conmemorar la epopeya conquistadora del norte del
país, a costa de la población zulú:
“Tras el apartheid no se destruyó,
se resignificó y ahora alberga un museo histórico que hace justicia a la
compleja historia y a los crímenes del racismo en Sudáfrica. Es una
representación cuidadosamente diseñada de la historia que desembocó en
el mismo Monumento Voortrekker, de modo que se le ha dado una nueva
función para la reconciliación y el esclarecimiento histórico”.
Muy lejos de Pretoria, en el centro de Tokio, al
final de un paseo flanqueado por algunos de los cerezos más bellos de la
ciudad, existe un lugar donde los espíritus de los muertos, allá
llamados eirei, siguen provocando profundas divisiones entre los vivos.
En este caso, entre los vivos chinos y coreanos. Se trata del santuario Yasukuni,
un templo sintoísta construido para consagrar las almas de los casi 2,5
millones de soldados muertos en las guerras libradas por el país del
sol naciente desde mediados del siglo XIX, incluidos 14 dirigentes
nipones que el Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano
Oriente declaró criminales de guerra de clase A tras la II Guerra
Mundial.
El profesor Daiki Shibuichi, de la United
International College de China, considera que existen notables
diferencias entre Yasukuni y el Valle de los Caídos. En el sintoísmo los
eirei deben ser celebrados y respetados, “porque de no ser así pueden
convertirse en onryo o espíritus con rencor que pueden dañar la
comunidad”. Curiosamente, el espíritu de Franco parece comportarse de
manera diametralmente opuesta, porque la celebración ocasional de su
eirei por parte de los nostálgicos del régimen lo ha convertido en un
onryo poderosísimo.
Hechas estas salvedades, el profesor Shibuichi
constata algunas similitudes entre ambos monumentos, como que la
controversia que generan “consiste probablemente en la manera en que las
sociedades conforman, o no consiguen conformar, los mitos colectivos,
que son la base de cualquier historia nacional ampliamente aceptada”.
En su opinión, estas polémicas son la definición de
manual de la política: “Los políticos distribuyen los recursos
materiales, pero también los intangibles, es decir, asuntos como la
autoridad o la legitimidad. En las democracias la decisión de quién
recibe qué se decide básicamente votando a unos representantes políticos
que toman las decisiones”.
Más allá de los monumentos erigidos por el mundo y de
su cambiante significado y poder simbólico, lo que permanece
inalterable es la fuerza e importancia de la memoria colectiva. De
vuelta en Auschwitz, parapetado tras dos palmos de papeles en su
despacho del Bloque 23, el historiador jefe del memorial del campo,
Piotr Setkiewicz, insiste en la importancia de que se cuente a los
europeos más jóvenes la historia de lo que sucedió entre aquellos muros
del campo.
La barbarie no debe caer en el olvido. “No podemos escapar de
nuestro pasado, debemos aceptar incluso la parte que duele”.
En estas mismas páginas, Edurne Portela aventuraba recientemente
que muchos están volviendo ahora a las palabras que escribió Primo Levi
tras ser rescatado de Monowitz, un subcampo del complejo de Auschwitz
donde el III Reich alemán exterminó a un millón de judíos.
“Cientos de
miles de historias (…) Nos las contamos por las noches, y han sucedido
en Noruega, en Italia, en Argelia, en Ucrania, y son sencillas e
incomprensibles como las historias de la Biblia. ¿Pero acaso no son
también historias de una nueva Biblia?”.
Quizá sea el momento de volver a
leer estas trágicas historias y averiguar cuáles son sus lecciones." (Fernando Álvarez Busca, El País, 27/12/18)
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