"Nos ha dejado, a los 92 años, Claude Lanzmann, uno de los mejores documentalistas de todos los tiempos y uno de los mayores conocedores del holocausto.
Lanzmann tuvo la luminosa idea de hacer un gran documental (Shoah
dura más de 10 horas) sobre el exterminio nazi pero sin recurrir a
imágenes de archivo horripilantes, como aquellas montañas de cadáveres
transportados por excavadoras y proyectadas en los juicios de Núremberg.
En una apuesta estética y narrativa de gran arrojo,
Lanzmann apostó por recorrer idílicos campos verdes de Europa del Este
en los que una vez se levantó el infierno en la tierra. Y entrevistar,
claro, a supervivientes pero también a nazis que salieron de rositas de
la matanza (como cientos de bestiales y sanguinarios ucranianos) y a
testigos polacos.
Entre ellos a gente que se apropió de las casas y los
comercios de los judíos asesinados. Shoah es un puñetazo al pueblo polaco, o al menos a una gran parte de la población polaca, que a su vez fue machacada por las hordas nazis.
“Se acostumbra uno” es una de las frases más repetidas
en este gran documental. Se acostumbra uno a conducir un tren (imagen
del cartel de la película) cargado de personas, entre ellas bebés y
ancianos que morían antes de llegar a su destino: los hornos. Los
polacos segaban sus campos mientras, a lo lejos, escuchaban gritos de
muerte, olían a carne quemada o veían montañas de ceniza en sus ríos.
Como bien refleja Shoah, cuando los judíos preguntaban
a los campesinos polacos dónde estaban (desde las ventanillas de los
vagones para ganado), les hacían el gesto del degollado, imagen que
vemos en La lista de Schindler. Con Steven Spielberg, por cierto, Lanzmann tuvo sus más y sus menos y llegó a acusar al director de manipulador y efectista.
Puso como ejemplo la escena en la que unos judíos son llevados a unas
duchas en las que en vez de gas sale agua. Le pareció una artimaña
inmoral y así lo denunció. Supongo que a Spielberg, muy comprometido con
el tema, no le hizo ni puñetera gracia.
Shoah,
la obra de una vida, no fue un éxito aunque la crítica la respaldó
enseguida. Para el famoso crítico Roger Ebert era “una de las películas
más nobles jamás hechas” y para Richard Brody (‘The New Yorker’) “una de
las cumbres de la historia del cine”.
Fue premio al Mejor documental
para la Asociación de Críticos Norteamericanos y para el Círculo de
Críticos de Nueva York, Mención especial por la Asociación de Críticos
de Los Angeles y el Festival de Berlín y Mejor documental en los BAFTA.
Su éxito de critica no se vio reflejado en los Oscar, premio al que
Lanzmann no fue ni nominado.
Tras nada menos que doce años de trabajo, la obra de Lanzmann se estrenó sin hacer demasiado ruido.
A ver quién se mete 10 horas de holocausto en una sala, claro. En
España, por ejemplo, estuvo sólo dos días en un cine comercial. Y por
supuesto en Madrid y sin traducción en castellano. En cuanto a sus
emisiones televisivas en España, se ha podido ver solo dos veces y en La
2. De madrugada, por supuesto, y con audiencias paupérrimas.
Pero no todo es Shoah (de cuyo material llegó a montar cinco películas) en la larga y fructífera vida de Lanzmann, nacido
en Bois-Colombres en 1925. Fue hijo de emigrantes judíos de la Europa
del Este, comunista desde muy joven y hasta miembro de la resistencia
francesa contra los nazis. Estudió Literatura y Filosofía, fue
periodista y finalmente cineasta. Ademas, dirigió la prestigiosa revista
Les Temps Modernes. Uno de los palos más grandes que le dio la vida fue la reciente muerte de su hijo con solo 23 años y por culpa de un cáncer.
Mujeriego empedernido, su más famosa pareja fue Simon
de Beauvoir, a la que amó entre 1952 y 1959 y cuando ella era mujer
oficial de Jean-Paul Sartre. El periodista Juan Pedro Quiñonero ha
recordado que las páginas más divertidas de sus memorias son las dedicadas a un viaje de los amantes a España con una estancia en Albacete, donde Lanzmann descubrió a Beauvoir las corridas de toros.
También tuvo su lado oscuro. Defendió sin complejos a
la URSS y al Israel más belicoso. También tuvo agrias polémicas con
Elie Wiesel, famoso escritor y superviviente de los campos de exterminio
nazis.
Pero polémicas a parte, un hombre es su legado y el
de Lanzmann es grande. Dio voz a los que sobrevivieron al entramando
industrial de muerte más basto e infernal de la historia, un complejo de
terror jamás visto en cantidad y rigor en la producción de cadáveres.
Por solo una escena de Shoah recordaré siempre a Lanzmann. En ella un viejo peluquero que vive en Israel recuerda cómo tenía que cortar el pelo a niños y mujeres
para que entrasen en las duchas de la muerte. Él sabía que de esas
duchas no se salía. Y una mañana vio aparecer a sus propios familiares, a
los que preparó para la muerte sin poder decirles nada sobre su
espantoso destino.
Solo por esa entrevista, que resume lo que tantos
sufrieron y tantos consintieron, hay que volver a ver Shoah.
Siempre. Y mirando ese espantoso pasado como algo que se puede volver a
repetir. Lo dijo Lanzmann: “El futuro es demasiado sombrío para
permitirse el lujo de olvidar”. (Iván Reguera, Cuarto Poder, 06/07/18)
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