17/10/16

Nunca se me olvidará el día en que un compañero se peleó con un perro por un hueso que tenía restos de carne...

"Luis Ortiz sufrió hambre y malos tratos en diversos campos de concentración franquistas y fue trabajador esclavo en uno de los batallones disciplinarios que construían carreteras en Navarra y Guipúzcoa (...) 

Tras ser herido por la explosión de una bomba en el puerto del Escudo, escapó de Santander en uno de los últimos barcos que logró zarpar antes de la llegada de las tropas fascistas: "Desembarcamos en Francia y de allí regresamos a Cataluña para continuar la lucha". En los últimos meses de la guerra Luis alcanzó el grado de teniente y se encargó de dinamitar puentes y carreteras para retrasar el ya imparable avance de las fuerzas rebeldes.

En febrero de 1939 cruzó la frontera y dio con sus huesos en los campos de concentración franceses de Argelès-sur-Mer, Septfonds y Gurs. Su suerte pareció cambiar cuando fue acogido por un 
matrimonio formado por una donostiarra exiliada y un francés: "Adela era profesora y él ingeniero. 

El problema es que el Ejército francés le movilizó a él y a sus dos hijos. Yo no me podía quedar allí, solo, con 22 años, con una buena mujer que además era guapa; sabía que la criticarían mucho si eso ocurría. Así que escribí a mi familia en Bilbao y mi padre, tras indagar un poco, me contestó diciendo que los franquistas no tenían nada contra mí y que podía volver. Pensé que no ocurriría nada y regresé. Me equivoqué".

Luis confiesa que fue tan confiado e ingenuo como para llevar en la maleta los documentos que había guardado durante la guerra: "Llevaba mis carnés, los planos de los puentes que había volado… todo. Al llegar a la frontera de Hendaya, el puente estaba lleno de guardias civiles y de falangistas; me detuvieron en el acto y me quitaron la maleta. La suerte es que uno de ellos se encaprichó de ella y se la quedó. Debió de tirar todos mis papeles sin mirarlos y eso fue lo que me salvó la vida".

Campo de concentración

A pesar de ese golpe de suerte, Luis comenzó un viaje al corazón del aparato represor y exterminador del franquismo: "Estuve primero en un campo de concentración que habían establecido en la antigua fábrica de chocolates Elgorriaga en Irún y después me mandaron a la universidad de Deusto, ¡pero no para estudiar! –Luis sonríe con esta broma que suele repetir a sus interlocutores–. Era otro campo de concentración aún más duro.

 Dormíamos en el suelo, estaba todo sucio, repleto de ratas y nos obligaban a cantar el Cara al sol. Como yo sabía escribir a máquina me cogieron para que trascribiera los interrogatorios… así fui testigo de innumerables palizas a los presos".

En julio de 1940 le trasladaron al campo de concentración de Miranda de Ebro: "El trato era inhumano y la gente desaparecía; se llevaban a uno y ya no le veíamos más. Yo pensaba siempre en mi maleta, en que si aparecían los papeles vendrían a por mí y yo también desaparecería". Unos meses después, Luis fue incorporado a un Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores: "Éramos esclavos

. Mano de obra gratuita para las grandes empresas. Trabajamos construyendo carreteras y otras infraestructuras en Rentería, en Jaizkibel… en varios sitios. Lo peor fue en Vidángoz, en el valle del Roncal; yo era un afortunado porque trabajaba en la oficina, pero los demás presos pasaban un hambre atroz. 

Nunca se me olvidará el día en que un compañero se peleó con un perro por un hueso que tenía restos de carne… Aún sigo viendo esa lucha que acabó con el hombre en el hospital. Había muy poca comida y, encima, el oficial se quedaba con parte del dinero destinado a la manutención de los prisioneros para gastarlo en bebida, mujeres…".

 Luis recuperó la libertad en 1944; una libertad a medias porque seguía siendo considerado desafecto al Régimen: "Tenía que presentarme en el cuartel y no podía trabajar. Al final tuve que pagarle 5.000 pesetas a un funcionario para que eliminara mi ficha. 5.000 pesetas de aquella época, ¡lo que me costó devolverlas!" (...)"                 (eldiario.es, 12/10/16)

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