"Los historiadores lo han advertido y demostrado en diferentes ocasiones:
en la amplia literatura sobre el Holocausto no hay ningún tema tan
debatido –y tan sometido a falsedades y prejuicios raciales- como las
relaciones entre los judíos y los polacos durante la Segunda Guerra
Mundial. (...)
Los hechos son bien conocidos. Hasta el inicio de la guerra en 1939,
sólo unos cuantos centenares de judíos habían sido asesinados en
Alemania, pese a que los nazis habían comenzado a acosar y perseguir con
leyes y actos violentos a la población judía desde su llegada al poder
en 1933.
La matanza masiva empezó con los judíos que los alemanes
capturaban en las zonas conquistadas de la Unión Soviética en el verano
de 1941, y en menos de cuatro años la "solución final" segó las vidas de
más de cinco millones de hombres, mujeres y niños, casi la mitad de
ellos en Polonia.
Los nazis causaron esa destrucción y la Segunda Guerra
Mundial fue el escenario apropiado en el que se expandió esa
brutalidad. Para que todo eso fuera posible, no obstante, tenía que
haber mucha gente dispuesta a identificar a otros como sus enemigos o a
considerar aceptable el exterminio. (...)
Lo más significativo de las dos últimas décadas, sin embargo, es que
comenzaron a aparecer investigaciones, poco conocidas hasta entonces,
sobre la colaboración de la policía, de las administraciones locales y
de las poblaciones de otros países invadidos por el Ejército y las
fuerzas de seguridad alemanes.
Aunque el número de personas implicadas y
la complejidad de sus motivos impedía cualquier explicación simple, lo
que quedó al descubierto fue no sólo el círculo de responsables y altos
cargos nazis que organizaban las deportaciones, desde Himmler a
Eichmann, pasando por Heydrich, sino también la amplia red de
informantes y delatores que vieron necesario ese castigo mortal, por no
mencionar a los británicos y norteamericanos que, desde el otro lado de
la historia, abandonaron a los judíos.
Los judíos fueron asesinados por
los nazis alemanes y los fascistas de Europa del este, no por toda la
población, pero ya nadie podía negar la complicidad “popular” en muchos
de esos países. (...)
Una buena parte de la clase política en Polonia y Hungría deforman
aquella historia traumática para adaptarla a sus propios fines y
justificar el presente. En el caso de Polonia, ya en 1990, un libro
editado por Antony Polonsky, My Brother’s Keeper?: Recent Polish Debates on the Holocaust,
levantó polvareda y protestas porque incluía polémicas entre
intelectuales polacos y judíos polacos sobre el antisemitismo y sobre lo
que muchos polacos hicieron o dejaron de hacer durante el período de
eliminación sistemática de judíos. (...)
Viktor Orbán y la derecha húngara hace tiempo que están empeñados en
demostrar que había una tradición conservadora, rota por dos ocupaciones
extranjeras de Hungría, la nazi y la soviética, protagonizadas por dos
ideologías totalitarias ajenas la verdadera historia del país.
Solo así
se explica el fracaso del liberalismo y de la democracia, la
radicalización de la política, el patriotismo de Horthy, atrapada como
quedó la nación, luchando por su independencia y soberanía, entre dos
terribles y violentos superpoderes totalitarios.
Y fue, por supuesto, un
factor externo, la ocupación nazi, el que justifica la parte de la
historia más complicada de explicar para los conservadores: la
persecución de los judíos, iniciada ya con Horthy, y el desarrollo
fatídico de los hechos que llevó a la conquista del poder de los
fascistas húngaros de la Cruz Flechada en octubre de 1944.
Las declaraciones interesadas sobre la historia, ampliamente
difundidas y manipuladas por medios de comunicación de diferente signo,
contribuyen a articular una memoria popular sobre determinados hechos
del pasado, hitos de la historia, que tiene poco que ver con el estudio
cuidadoso de las pruebas disponibles.
El Holocausto es la cara más cruel de un siglo que conoció guerras,
genocidios, violencias de Estado y revolucionaria sin precedentes. Pero
ese siglo presenció también, gracias entre otras cosas al impacto del
Holocausto, la creación de tribunales internacionales, la persecución de
criminales de guerra, la formación de comisiones de la verdad.
Y muchos
hombres y mujeres, especialmente en los últimos años, protegidos por el
paso del tiempo, necesitados de liberar sus terribles pesadillas, se
han atrevido a contarlo, a documentar sus vidas, a la vez que
contribuían a documentar la de todos, a denunciar la traición y cobardía
de algunas de sus patrias y ciudadanías.
Esa es la cara de la
esperanza, la que invita a vigilar y cuidar la frágil democracia, a
recordárselo a los responsables políticos, a perseguir la intolerancia, a
extraer lecciones de la historia, a educar en la libertad." (
Julián Casanova , El País,
22 ABR 2015)
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