"Tiene 66 años y estuvo diez encerrada en reformatorios franquistas,
gran parte de su niñez y toda su adolescencia. Asegura que las heridas
siguen abiertas y que las cicatrices no se las quita nadie porque las
tiene “en el alma”.
El franquismo le quitó a Encarnación —y a
otras miles de mujeres— la juventud, la frescura de esos años en los que
las condenaron a encierros eternos, vejaciones y todo tipo de malos
tratos. La Transición las olvidó, España estaba demasiado ocupada e
ignoró “por completo a las menores encerradas, ajena a una realidad
oculta bajo los muros de su propia vergüenza”.
Así lo cuenta Consuelo García del Cid en su obra de investigación Las desterradas hijas de Eva. Ellas son las verdaderas desterradas. Caídas, así las llamaban, unas por rebeldes, otras por rojas, pero todas condenadas a ser salvadas de caer en el pecado.
Monjas Trinitarias, Oblatas, Adoratrices y de las
Cruzadas Evangélicas estaban al mando de estos centros del horror que
dependían de la institución dirigida por Carmen Polo de Franco, el Patronato de Protección a la Mujer.
A él se llegaba a través de redadas callejeras, denuncias de
familiares, de curas del barrio o de vecinos. Entrar era sencillo.
Salir, misión imposible. Una vez que las menores entraban en los
centros, su patria potestad pertenecía al Patronato y ni siquiera los
progenitores podían hacer mucho al respecto.
Disciplina militar y horas de trabajo interminables y sin remuneración alguna centraban el proceso de reforma de estos centros en los que se mezclaba a todo tipos de chicas, desde prostitutas hasta jóvenes cuyo único pecado era rebelarse contra lo establecido.
Disciplina militar y horas de trabajo interminables y sin remuneración alguna centraban el proceso de reforma de estos centros en los que se mezclaba a todo tipos de chicas, desde prostitutas hasta jóvenes cuyo único pecado era rebelarse contra lo establecido.
Hay veces que la realidad supera la ficción. El relato de Encarnación es, como ella misma destaca, una copia de la película Los niños de San Judas: estuvo diez años encerrada. Primero entró en el reformatorio de las monjas josefinas
(Lleida) porque “no tenía a nadie, sin más” y luego cayó en manos del
Patronato.
Su madre la abandonó con tan solo ocho años, su abuelo
republicano estaba preso y su abuela a duras penas se podía hacer cargo
de ella. Entró en 1959, con 11 años, en un centro dependiente del Tribunal Titular de menores,
que describe como “una pesadilla”. “Lo pasé fatal, recibíamos palizas
día sí y día también”, asegura aún, a pesar de los años, con la voz
entrecortada.
Después, Encarnación llegó a Madrid y pasó cinco años encerrada en el temido y polémico reformatorio de San Fernando, el mismo que en 1984 cerró sus puertas debido a la controvertida muerte de una interna menor, acabando con décadas de injusticias.
Después, Encarnación llegó a Madrid y pasó cinco años encerrada en el temido y polémico reformatorio de San Fernando, el mismo que en 1984 cerró sus puertas debido a la controvertida muerte de una interna menor, acabando con décadas de injusticias.
Episodio
lleno de claroscuros del que se hizo eco la prensa más progresista de la
época. “Muchas veces veíamos que se fugaban y dejábamos de verlas, los
suicidios se tapaban”. Aunque la experiencia fue dura, Encarnación
aclara que “aunque suene fuerte” en Lleida lo pasó mucho peor.
La suma de los días de Encarnación Hernández Cotet hasta sus 21 años se
resumen en la realidad común que comparten las desterradas, la anulación continua. “A mí como sabían que mi abuelo estaba preso por republicano, me llamaban despectivamente la roja”
y asegura además que su nombre desapareció en sus años de encierro
siendo sustituido por un número que seguramente nunca olvide, el 90.
Marian tiene el pack completo de desdichas. El franquismo le robó su juventud y un hijo. Pasó por el preventorio Doctor Murillo de Guadarrama —centro antituberculoso para niños sobre el que pesan multitud de testimonios sobre el trato inhumano bajo sus muros— y luego, en el centro de Las Oblatas le robaron a su niña. Algo que, asegura, no es casual.
En el Preventorio de Guadarrama estuvo sólo unos meses, y asegura que allí sufrió todo tipo de malos tratos y vejaciones con tan solo siete años. Si su paso por el preventorio antituberculoso fue algo para olvidar, su estancia en el reformatorio de Las Oblatas, es digno de una obra de Dickens. Era rebelde, le gustaba salir y tomarse algo en una terraza con amigos: una aberración para la moral de la época.
Marian tiene el pack completo de desdichas. El franquismo le robó su juventud y un hijo. Pasó por el preventorio Doctor Murillo de Guadarrama —centro antituberculoso para niños sobre el que pesan multitud de testimonios sobre el trato inhumano bajo sus muros— y luego, en el centro de Las Oblatas le robaron a su niña. Algo que, asegura, no es casual.
En el Preventorio de Guadarrama estuvo sólo unos meses, y asegura que allí sufrió todo tipo de malos tratos y vejaciones con tan solo siete años. Si su paso por el preventorio antituberculoso fue algo para olvidar, su estancia en el reformatorio de Las Oblatas, es digno de una obra de Dickens. Era rebelde, le gustaba salir y tomarse algo en una terraza con amigos: una aberración para la moral de la época.
Fue su propio hermano, perteneciente al grupo Acción Católica,
quien, como consideraba inapropiada la actitud de su hermana, decidió
ponerla en manos del Patronato y confinarla al destierro. “Mi hermano
comió la cabeza a mis padres, alegó ante las autoridades que era nada
más y nada menos que una prostituta y me encerraron”.
Aún le cuesta
hablar del tema, asegura que lo vivido allí es casi surrealista, asegura
que una vez estuvo un mes encerrada en una celda de castigo por
defender a otra interna. Sus padres, al percatarse de la situación en la
que vivía, intentaron en varias ocasiones rescatarla. No tuvieron
éxito. Una vez que la menor entraba a formar parte del Patronato la
custodia dejaba de ser de los progenitores. Acabaría escapándose para no volver, con 18 años.
Encarnación recuerda con claridad a las chicas que llegaban a San Fernando de la maternidad de Peña Grande
con los pechos vendados asegurando que les habían quitado allí a sus
hijos. “Cuando salió a la luz tema de los niños robados até cabos y
entendí muchas cosas”.
Marian puede hablar del tema con conocimiento de
causa. A ella le dijeron que su bebé estaba muerto, en la clínica San Cristina en la calle O’ Donnel.
No cree que sea algo casual. Considera que el robo de su hijo está
íntimamente relacionado con el hecho de haberse fugado del reformatorio.
Lo sigue buscando.
Ambas están aún en tratamiento psiquiátrico, las heridas no cicatrizan a pesar de los años. “El médico ya me ha dicho que no me voy a curar, tengo 61 años y no he podido superarlo”, afirma resignada. “Tenía muchas ganas de contarlo, aún no lo he superado. Me marcó de por vida” sentencia Encarna.
Ambas están aún en tratamiento psiquiátrico, las heridas no cicatrizan a pesar de los años. “El médico ya me ha dicho que no me voy a curar, tengo 61 años y no he podido superarlo”, afirma resignada. “Tenía muchas ganas de contarlo, aún no lo he superado. Me marcó de por vida” sentencia Encarna.
Consuelo García del Cid escribió Las desterradas hijas de Eva por
la promesa que hizo cuando se despidió de todas sus compañeras de
destierro en el patio del reformatorio de Las Adoratrices, en el que
estuvo encerrada durante dos años. Un juramento de la autora
catalana que ha logrado sacar a la luz el horror que ella misma vivió en
carne propia. “Consuelo ha sido un ángel para nosotras, ha luchado
mucho para sacar todo esto a la luz”, aseguran muchas de las afectadas. (...)" (Público, 09/02/2015)
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