“Todos los campos contaban con canteras, pero las de Plaszow
eran algo especial: aquí, las mujeres empujaban caravanas llenas de piedras
hasta el Distrito Nuevo, don-de nace la avenida de las SS. Irónicamente, los
alemanes se referían a estos transportes como ferrocarriles de tracción humana.
Consistían en tres vagones unidos, cada uno de los cuales contenía dos
toneladas de piedra. Setenta mujeres demacradas, ordenadas en dos filas, eran
enganchadas al primero para que hicieran de locomotora.
Iban vestidas con harapos
o sacos y estaban muy mal alimentadas. Durante el turno de doce horas tenían
que satisfacer una cuota de quince trayectos, de noche y de día, nevase,
lloviese o helase.
Realizaba la tarea de desgajar la piedra el destacamento de
castigo, cuyos miembros tenían la espalda marcada con un círculo rojo. Era el
trabajo más arduo. El encargado de la cantera era un alemán de pura raza aria
con un triángulo verde en el pecho que lo identificaba como criminal
profesional, algo de lo que estaba orgulloso.
Su mayor placer era el asesinato.
Cuando no había otras víctimas a mano, elegía judíos. Se jactaba de ser un
miembro destacado de la banda de Dillinger en Estados Unidos, lo que le había
costado una condena a cadena perpetua.
Le encantaba derribar a una víctima,
apoyarle una vara en la garganta y presionar los extremos con los pies hasta
estrangularla. Otro de sus «juegos» era ordenar que alguien del destacamento
corriera en círculos con una piedra pesada a la espalda, mientras él permanecía
en el centro propinándole latigazos como si fuera un animal en el circo.
Así
proseguía hasta que la víctima caía y era aplastada hasta la muerte por la
roca. Como encargado, este criminal perfeccionó sus propios métodos de matar e
insistía en aplicarlos personalmente.”
(Joseph Bau: El
pintor de Cracovia. Ediciones B. S. A. 2008, pág. 159/160)
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