“Durante un tiempo trabajé en la oficina de construcción
como delineante. Tenía el encargo de trazar un mapa del campo. En más de una
ocasión sufrí el castigo oficial de «veinte en el trasero» e hicieron falta
unos cuantos milagros para salvarme de una muerte segura.
En consecuencia,
vivía constantemente asustado por el comandante Goeth. Tan destrozados tenía
los nervios que me bastaba oír su voz, aunque fuera a través de una puerta
cerrada o de lejos, para que se me retirara hasta la última gota de sangre de
la cara.
Cuando él estaba cerca, o cuando alguien decía que se acercaba, me
ponía lívido, se me helaban los labios, el corazón dejaba de latirme y mi
espina dorsal se convertía en un hormiguero. Me provocaba un dolor de cabeza
que me duraba horas.
Una vez los empleados del otro despacho entraron en la
oficina para decirme que Goeth había llegado y que era muy probable que se
acercara a mi mesa. Abrumado por visiones de muerte, me arrugué por dentro y
aguardé la fatídica visita.
Como aquellos avisos se repitieron, Greenberg me
consoló con el siguiente consejo: «En primer lugar, Goeth lleva sin aparecer
por el campo dos semanas. En segundo lugar, se están riendo de ti, porque les
basta con decir que viene para que actúes como un alma en pena y te pongas blanco
como el papel. Simplemente les gusta demostrar el fenómeno a los escépticos.»
(Joseph Bau: El pintor de Cracovia. Ediciones B. S. A. 2008,
pág. 155/6)
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