“Decenas de cadáveres de civiles judíos se amontonan en las
calles de Vilnius, donde los alemanes dicen que se acaba la civilización. Es el
precio que a los soldados alemanes les parece que tienen que pagar los judíos
por el asesinato de un oficial de la Wehrmacht. Dicen que ha sido por eso.
Esta vez no los matan en un bosque, ni los entierran,
todavía, en fosas comunes que ellos mismos tendrían que haber cavado antes. Los
cadáveres se dejan en la calle, tirados, para que los pueda ver todo el mundo,
para que sirvan de escarmiento.
En la montonera de cuerpos se puede distinguir que hay
niños, que hay mujeres, y ancianos. Hay una cierta razón democrática en las
decisiones indiscriminadas de los hombres del general Franz von Roques. ¿Por
qué se iba a poder matar sólo a hombres jóvenes? De lo que se trata es de
exterminar una raza.
Por la civilizada Vilnius, apenas tocada por la guerra, se
mueven muchos hombres de la División 250. Porque hay un hospital de retaguardia
en la ciudad. Hay médicos y heridos. Y hay mujeres, porque en ese hospital
trabajan enfermeras españolas.
Todos ellos pueden ver el espectáculo de los cuerpos
amontonados.
Aunque casi ninguno lo querrá recordar. La excepción será
Benigno Cabo García, el voluntario de Linares que ha cumplido veinte años y ya,
desde hoy, es testigo directo del horror nazi, que le descompone, que no
comprende. Benigno y sus compañeros se han escapado de Riga, donde estaban de
permiso, para conocer la capital de Lituania. Han ido al hospital español para que
les den de comer. Van a lamentar la escapada."
El hospital está habilitado en el barrio judío de la ciudad,
donde vivían hasta julio de 1941 las víctimas que ahora se amontonan en las
calles, a la vista de Benigno, de sus compañeros, del personal médico de la
división y de los heridos que convalecen allí.
Lo que ven los españoles no es sino una pequeña muestra de
lo que está sucediendo en la ciudad. La comunidad judía estaba esperanzada
hasta hoy, porque desde hacía un año no se habían producido matanzas, ni en los
guetos ni en el bosque de Ponar. Jacob Gens, el jefe de la policía judía del
gueto, lo había celebrado hace unas semanas.
Gens estaba satisfecho tanto por
el aparente cese de las matanzas como Por el funcionamiento del teatro que distrae a sus compañeros y por
los conciertos que se celebran en el cementerio, porque no hay otro sitio
donde hacerlo. Pero las esperanzas se han frustrado.'
Es 5 de abril y el estudiante Itzhok Rudashevski escribe en
su diario que han sacado de la ciudad a unas cinco mil personas en ochenta y
cinco vagones de ferrocarril con el pretexto de llevarlas a Kovno a trabajar
Pero su destino real ha sido Ponar. Allí, todos han sido fusilados por lo alema
nes y sus aliados lituanos.
Y resulta aún más pequeña la muestra que supone la matanza
pública, ya infrecuente en estos tiempos de sistematización del trabajo
exterminador, si se piensa que apenas quedan unos días para que Himmler dé la
orden definitiva de liquidar todos los guetos del este, de Ostland.
Desde el 5
de junio de 1943, los sufridos y estresados asesinos de las SS y sus auxiliares
de cada país situado al este de Alemania tendrán que acabar con las
concentraciones de judíos en las ciudades.
Los que sean necesarios para
trabajar serán recluidos en campos de concentración, «los habitantes
innecesarios» serán evacuados. O sea, liquidados.”
(Jorge M. Reverte: La División Azul. Rusia, 1941-1944. RBA,
2011. Págs. 497/499)
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