31/7/12

Por qué un universitario de 30 años, con un buen empleo, dos hijos y casado intenta poner una bomba en el corazón de Nueva York

"Lo que estamos viendo hoy es más típico de lo que la gente cree. ¿Por qué? Porque queremos pensar que ellos son distintos de nosotros", explica por teléfono Bruce Hoffman, uno de los principales expertos internacionales en terrorismo de la Universidad de Georgetown.
Faisal Shahzad tiene 30 años, estudió informática, un MBA (máster en dirección de empresas), trabajaba como analista financiero, está casado, tiene dos niños, compró la clásica casa a las afueras en Connecticut, tuvo problemas con la hipoteca, se mudó con su familia a un piso alquilado.

Aunque obtuvo la nacionalidad (nació en Pakistán) en 2009, llevaba una década viviendo como centenares de miles de estadounidenses.
Umar Farouk Abdulmutallab, de 23 años, es nigeriano. Subió a un avión con una bomba el pasado día de Navidad. Como la mayoría de los hijos de las élites políticas y económicas de su país -su padre es un ex banquero-, estudió en una prestigiosa escuela africana, la British School of Lomé en Togo, le gustaba el hip-hop y se trasladó a Londres para estudiar ingeniería.
Los dos estaban bien integrados en Occidente. Pero algo hizo que, en el último año, a Faisal Shahzad le sedujera más la yihad que el sueño americano. Algo hizo que Abdulmutallab se colocara una bomba en los calzoncillos, se montara en un avión rumbo a Detroit con 278 personas y tratara de hacerse estallar a bordo, produciéndose quemaduras.
Ese algo es un viaje, en sentido literal (Shahzad se fue a Waziristán, y Abdulmutallab, a Yemen) e ideológico (proceso de radicalización).

El proceso de radicalización violenta resulta nebuloso para los expertos. En cada terrorista hay un mundo de porqués muy difícil de predecir. Es un fenómeno "transversal, alcanza a ricos y pobres, extranjeros y nacionales de cada país", aclara Fernando Reinares, investigador principal de terrorismo del Real Instituto Elcano. "Más allá de decir que están entre la veintena y la treintena, no podemos elaborar una caracterización más compleja del yihadista".
Dos investigadores del Nuttfield College y la Universidad de Durham, Diego Gambetta y Steffen Hertog, publicaron en diciembre un estudio, Ingenieros de la yihad, sobre la formación de 404 individuos de 30 países acusados de terrorismo. De ese universo, el 48% tenía estudios superiores.

Observaron que predominaban claramente los que habían elegido la carrera de ingeniería: de 178 hombres, 78 eran ingenieros. Además, afirman: "Hay pocas dudas de que los islamistas violentos han recibido una mucho mejor educación que sus compatriotas". Le siguen, muy de lejos, los estudios islámicos.
Así que ni un elevado grado de formación ni un nivel adquisitivo medio o alto evitan que un puñado de individuos elijan el camino del terrorismo. Tampoco el origen. Los europeos tienen experiencia en que algunos terroristas islamistas tengan raíces profundas en el país en el que atentan.

Por ejemplo, tres de los cuatro atacantes en Londres el 7 de julio de 2005 eran de Leeds. "Los americanos conservan el espejismo de que EE UU es diferente de otros países", sostiene Hoffman.

"Pensábamos que la diversidad de nuestra comunidad iba a proporcionar una especie de muralla de fuego porque esas comunidades están mejor integradas, tienen mejor educación y son más ricas que las de Europa, y que así podríamos evitar el homegrown terrorism (terroristas nacidos en el propio país). Con Faisal Shahzad nos hemos dado cuenta de que las creencias populares estaban equivocadas".
Ninguna explicación es suficiente para entender el fenómeno sin simplificarlo demasiado. Reinares cita motivaciones racionales, emotivas e identitarias que confluyen en la radicalización. "Algunos llegan al terrorismo porque interiorizan la idea de yihad violenta como imperativo religioso y la perciben como una táctica eficaz.

Otros han sido socializados en el odio o lo han experimentado, en países donde hay una represión brutal y una idea de que el islam está humillado. También por frustración. Llegan a Occidente con grandes expectativas y años después no consiguen cumplirlas. En el caso de Faisal Shahzad, a raíz de sus dificultades financieras empieza la radicalización.

No hay que dejar de lado la crisis de identidad: sigue habiendo jóvenes que no se sienten ni de su país ni del de sus padres, ni marroquíes ni franceses, por ejemplo. La idea de la Umma, la nación global del islam, es una alternativa. ¿Y quién ha canalizado esa identidad global desde los noventa? Al Qaeda".                (El País, 16/05/2010)

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