7/4/11

“Los terroristas suicidas... dejan a un lado sus propias ambiciones personales en favor de la familia y sobre todo de sus amigos"

"Nabeel Masood era un muchacho tímido y amable de 18 años, según el vecindario, que vivía en el campo de refugiados de Jabaliyah, en Gaza. A pesar de la muerte de dos de sus primos, militantes de Hamás, no se le recordaba una sola queja clamando venganza.

El 14 de marzo de 2004, a las cinco de la tarde, Nabeel dio un paseo por el puerto de la ciudad israelí de Ashdod con un amigo y se inmoló al lado de una caseta donde estaban sentados algunos trabajadores.

Segundos después, su compañero explotó cerca de un tráiler, cuyo techo saltó por los aires. Diez personas murieron al instante. (...)

En otoño de ese año, Scott Atran, un antropólogo del Centro Nacional de Investigación Científica en París, visitó la casa de los padres de Nabeel (...)

Pero al traspasar la puerta, Atran encontró a la madre leyendo una carta escrita en inglés y ahogando algunos sollozos. Su remitente era el director del colegio de Nabeel.

Se refería a los progresos de su hijo en inglés en el grado 11, donde había aprobado todos los exámenes con éxito, en estos términos: “… Su hijo era el primero de la clase. No solo se diferenciaba por estudiar duro, por compartir y ser cariñoso, sino por su buena moral y amabilidad”. (...)

Atran preguntó al padre si la muerte de su hijo había contribuido a mejorar la vida de los palestinos. “No. Esto no nos ha hecho avanzar ni un paso”.

¿Se sentía orgulloso, después de todo? El hombre le enseñó un panfleto impreso por la brigada de los Mártires de Al Aqsa donde aparecía una imagen de su hijo –cejas y tez oscura, un ligero vello encima de los labios, un joven palestino como cualquier otro– y le apretó las manos junto con el papel.

Podía quemarlo si era su deseo. “Mi hijo amaba la vida. ¿Vale esto un hijo?”. (...)

¿qué impulsó a un joven educado y brillante, cuyo esfuerzo le había abierto una puerta para estudiar en el extranjero y salir de un hogar sin oportunidades ni futuro, a realizar un acto tan horrible?

“Mi hijo no solo murió por el bien de una causa, él murió también por sus primos y amigos. Murió por la gente que amaba”, respondió su padre. (...)

En una sola frase sintetiza la motivación que impulsó a Atran a escribir su último libro, Hablando con el enemigo... y que investiga los mecanismos que operan en la mente de un terrorista suicida. (...)

Su trabajo va a contracorriente respecto a la tesis más convencional mantenida por las fuerzas antiterroristas y expertos gubernamentales desde los atentados de las Torres Gemelas.

El terrorismo suicida que probablemente ha venido después no nace gracias a una estructura que recluta comandos y lava el cerebro a sus miembros para que se inmolen por una causa común.

En cada caso no hay siniestros titiriteros en la trastienda que manejan los hilos de sus títeres sin cabeza para que cometan actos horribles. No hay una razón, ni un plan maestro, ni una mano en la sombra que señala un objetivo y ordena esta y otra masacre. (...)

“Los terroristas suicidas”, explica Atran en conversación telefónica, “dejan a un lado sus propias ambiciones personales en favor de la familia y sobre todo de sus amigos.

Hay un proceso de formación de lazos duraderos entre ellos, hasta tal punto de que se sacrifican unos por otros, explotando un mecanismo psicológico en favor de una ideología, que es similar al mecanismo por el cual nosotros somos capaces de sacrificar nuestras vidas por nuestros hijos o hermanos, algo impreso en nuestros genes”. (...)

Evoca en sus páginas la voz autoritaria y orgullosa de una mujer joven del personal de seguridad de Cheney. “¿Es que esos chicos no se dan cuenta de que las decisiones que toman lo hacen bajo su responsabilidad, y que si utilizan la violencia contra nosotros, les bombardearemos?”.

A lo que Atran respondió: “¿Bombardear? ¿A quién?”. Si los terroristas proceden de Marruecos, Madrid o Londres, reflexiona, “¿es allí donde habría que echar las bombas?”. (...)

“La mayoría de los análisis no sirven de nada, ya que la gente solo se fija en el individuo que comete el acto criminal, lo que lleva a un callejón sin salida”. Estos análisis descartan a menudo las relaciones sociales del terrorista.

“La persona que comete el acto es simplemente el resultado de un proceso aleatorio, de quien en particular está en el lugar y en el momento, y qué lugar ocupa en la red en ese tiempo”.

En este escenario, los futuros terroristas llegan a formar una familia. Esta red puede galvanizarse y obsesionarse con un objetivo. Una vez cumplido, sus integrantes mueren y la red se evapora. (...)

Recuerda en cierto sentido a nubes de langostas que comienzan con la agregación de varios individuos en solitario hasta formar un enjambre.

En ellos se opera una metamorfosis y un cambio profundo de comportamiento. El enjambre causa un gran destrozo y luego se dispersa con el tiempo. (...)

“No hay células, no hay lavados de cerebro, no hay organizaciones rígidas”.Sus hallazgos han recibido elogios de pensadores como Noam Chomsky.

“Su obra es un compendio excelente, y creo que muestra de una manera convincente que los terroristas mueren y matan por cada uno de ellos, de la misma manera que los soldados mueren típicamente en una batalla”, asegura Chomsky a El País Semanal en un correo electrónico.

“Pero no creo que eso signifique que no luchen por una causa. Al Qaeda elige como objetivos España o Estados Unidos, no Japón o Brasil”. Para Chomsky, no se podrá entender “la mente de un terrorista” sin comprender las motivaciones que le llevan a cometer esos actos.

La política es clave. “Los terroristas dirigen sus ataques a lo que ellos consideran la fuente de sus agravios”. (...)

Los atentados de Madrid, describe Atran en su libro, son el resultado de un caldo de cultivo que empezó a cocinarse hace décadas. En los años ochenta, un pequeño número de inmigrantes procedentes de Siria llegaron a España huyendo de la represión del entonces presidente sirio, Hafez el Asad, contra la comunidad musulmana.

A finales de los noventa, este mismo grupo estableció una red para atraer y radicalizar a jóvenes musulmanes para la guerra santa o yihad en Bosnia, Chechenia, Afganistán e Indonesia. Muchos de estos jóvenes eran inmigrantes de Marruecos.

Finalmente, en 2002 cristalizó un grupo que posteriormente llevaría a cabo los atentados en los trenes. (...)

“Eran un puñado de amigos, algunos más inteligentes, otros más estúpidos, que se acababan de conocer, que empezaron a figurarse la manera de hacer las cosas por sí mismos, que comenzaron a conectarse por Internet y que finalmente decidieron volar los trenes en Madrid”, explica Atran.

Es un proceso que choca frontalmente con la idea intuitiva de un ataque calculado de antemano por una organización rígida con una mano ejecutora y un cerebro en la sombra. (...)

“Tienes que fijarte en las redes sociales en las que estos tipos están involucrados. Son mucho más vastas que las personas en sí mismas”, continúa exponiendo Atran.Pero ¿existen lazos en común dignos de rastrearse si se hurga en su pasado?

“Cuando empecé a investigar el caso de Madrid”, recuerda este experto, “me quedé estupefacto al comprobar que cinco de los siete terroristas que se inmolaron en Leganés procedían del mismo barrio de Jamaa Mezuak, en Tetuán [al norte de Marruecos]. Ninguno de ellos tenía en principio una educación religiosa” (...)

¿por qué esos cinco adolescentes decidieron matar y morir por sus amigos y por su fe de entre cientos de muchachos que no parecían en absoluto diferentes a ellos? (...)

Atran visitó durante 2006, 2007 y 2008 dos zonas especialmente relevantes para documentarse. Una de ellas fue el barrio de Jamaa Mezuak (...)

Atran habló con ellos y realizó una pregunta informal. ¿Quiénes son tus héroes? ¿A quién te quieres parecer cuando seas mayor? El número uno resultó ser el jugador Ronaldinho. El número tres era Bin Laden. Y entre ambos, el personaje de Terminator, encarnado por Arnold Schwarzenneger. (...)

Atran volvió a mediados de noviembre de 2008 al barrio de Jamaa Mezuak para continuar el estudio haciendo las mismas preguntas. “Fue el año de la elección de Obama, y obtuve los mismos nombres, excepto que Bin Laden había sido desplazado por Obama en el puesto número tres”, nos dice.

“Y es fascinante. La noción que tienen estos chicos sobre los héroes y la línea que siguen es algo muy cambiante, y en esa edad uno puede decantarse por uno o por otro. Se trata de un proceso aleatorio. Depende de con quién se encuentren en un momento determinado”.

Uno de los mensajes yihadistas que pueden atrapar a esos muchachos es: “Olvídate de la tradición. Olvida lo que han dicho los mayores. Decide por ti mismo. Cambia el mundo. Cualquiera puede unirse”. (...)

Los muchachos de Jamaa Mezuak contemplaron una realidad completamente distinta de la de los adolescentes americanos. “Viven en universos paralelos. En cadenas como la Fox o la CNN, la guerra es como un videojuego. Ni siquiera hablan de ataúdes, los llaman cajas de transferencia, es ridículo”, afirma Atran. (...)

La cadena Al Jazeera no tuvo impedimentos en mostrar toda la crudeza de una guerra como la de Irak, donde los cuerpos ensangrentados y amputados, las mujeres llorando, los hombres clamando venganza, copan casi todo el tiempo informativo.

“La gente se sienta en estos cafés, fuman cigarrillos de hachís o juegan al parchís, y ocasionalmente ven estas imágenes de Al Jazeera [en los momentos más intensos de la guerra, Irak ocupaba el 95% del tiempo de las noticias].

Y los chavales no pueden sentir empatía hacia lo que están viendo. Algunos de estos chicos, vestidos con camisetas de su equipo español favorito, que no saben qué hacer con sus vidas, se detienen a pensar y concluyen: quizá nosotros podamos hacer algo”. Es posible que formen parte de un enjambre de terroristas en el futuro. O quizá no. (...)

Sin embargo, estudios publicados en revistas de prestigio afirman insistentemente lo contrario: los pobres no alientan en absoluto la violencia, y mucho menos el terrorismo suicida. (...)

El psiquiatra y forense Marc Sageman, ex oficial de la CIA y actualmente en el Instituto de Investigación en Política Exterior en Filadelfia (EE UU), realizó varios estudios en los que encontró que el 71% de los terroristas musulmanes, de un grupo de 132, había recibido educación universitaria. (...)

Más pinceladas sorprendentes. El fervor religioso funciona como un antídoto para convertirse en un suicida. (...)

Por último, los estudios psiquiátricos descartan que los terroristas suicidas pertenezcan al sector de la población ordinaria que por cualquier motivo se quita la vida.

Por contradictorio que parezca, las enfermedades mentales no explican por qué un suicida decide inmolarse entre el gentío de un mercado: un terrorista suicida no es un suicida. (...)

El guía y guardaespaldas de Atran, Farhin, luchó contra los comunistas en Afganistán y más tarde se adhirió a la causa de la yihad. (...)

En esos momentos se celebraba una boda; a Farhin le desagradó el aspecto de las mujeres, y llegó a confesar que si dispusiera de una bomba en ese momento, la usaría sin contemplaciones. “¿Me matarías en nombre de la yihad?”, le preguntó Atran. “Sin problemas”, respondió Farhin, riéndose al principio.

Y luego repitió con una mirada más seria: “Sí, te mataría”. Atran revela que había llegado a un punto sin retorno en el que no podía profundizar más. “Había algo en Farhin que era inconmensurablemente diferente de mí… mientras que casi todo lo demás no lo era”. (...)

Decidió entrevistar a varios yihadistas... La lógica se rompió cuando Atran les preguntó si dejarían de inmolarse a cambio de peregrinar a la Meca una vez en toda su vida. La mayoría respondió negativamente. Convertirse en mártir resultaba en ellos algo tan poderoso que borraba todo lo demás. (...)

Después de hablar cara a cara con ellos, Atran concluye en su obra que el conocimiento, no las armas ni las bombas, podría resultar más efectivo a la larga para desactivar las futuras redes yihadistas en las que los muchachos de las siguientes generaciones podrían entrar a formar parte: hay que desacreditar a sus héroes, mostrando los asesinatos y el infierno que traen a su propia gente, y proporcionándoles otros que colmen sus esperanzas y no las nuestras.

Y no ayudarles a que se anuncien ni televisar nuestra respuesta a sus actos. “La publicidad es el oxígeno del terrorismo”. (En la mente del terrorista, de LUIS MIGUEL ARIZA. El País Semanal, 26/09/2010, p. 37 ss.)

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